¿Macron logrará apagar el incendio?

Autor: Eduardo Mackenzie
11 diciembre de 2018 - 09:03 PM

Las modestas reivindicaciones de los chalecos amarillos – abolición del nuevo impuesto a los carburantes, justicia fiscal, más democracia y una sociedad viable-- son inaudibles para los tecnócratas de Bercy.

Gracias a los “gilets jaunes” el mundo sabe ahora que en Francia la precariedad y hasta la miseria social han llegado a estadios insoportables. Cercados por los bajos salarios, las pensiones de jubilación exiguas, el desempleo, el aislamiento geográfico y, sobre todo, por el aumento de impuestos que carcomen esos modestos ingresos, millones de franceses optaron por lanzarse a la calle o solidarizarse con las protestas espontáneas, masivas, descentralizadas, y hasta violentas, de los que algunos sociólogos llamaban los “invisibles”.

Invisibles pues el poder central, prisionero de esquemas ultra monetarios y mundialistas, no los ve, no los oye, ni los entiende. Las modestas reivindicaciones de los chalecos amarillos – abolición del nuevo impuesto a los carburantes, justicia fiscal, más democracia y una sociedad viable-- son inaudibles para los tecnócratas de Bercy. En lugar de tratar de descifrar ese fenómeno, el presidente Emmanuel Macron los insultó con su silencio y su distancia. Desde que los chalecos amarillos aparecieron en las carreteras y rond points de provincia e irrumpieron en las grandes ciudades, Macron y sus ministros los calificaron de ‘iletrados”, “holgazanes”, “vejestorios” y, más recientemente, de “peste nazi” y “vándalos”.

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Solo después de la orgía de violencia del 1 de diciembre, durante la cual muchos entonaron “Macron démission” (¡Macron afuera!), el jefe de Estado aceptó la anulación del pago del impuesto a los combustibles “por el año 2019”. Ello no convenció ni aplacó la cólera de los gilets jaunes.

La agravación de la pobreza que disparó ese movimiento no ocurre en un país en derrumbe. A pesar de sus dificultades frente a la globalización y a los inmovilismos de la integración europea, Francia sigue siendo un país económicamente boyante, con recursos humanos, científicos y financieros enormes.

El problema es el apetito insaciable del Estado (la tasa impositiva más elevada de Europa), que devora buena parte de la riqueza nacional, sin devolverla en servicios públicos eficientes, y que se hunde desde hace 30 años, pero sobre todo desde 2012, en un sistema fiscal cada vez más delirante e injusto, sin que la sociedad tenga posibilidad de corregir ese desvío por las vías normales: los cuerpos intermediarios (parlamento, partidos, sindicatos) fueron echados a un lado por Macron. Así, el famoso modelo francés, que había limitado los brotes de furia social, está a punto de quebrarse. Y los remedios habituales han desaparecido en el horizonte. Los partidos políticos y sus líderes perdieron su carisma y la tasa de sindicalización de Francia es una de las más bajas de Europa.

En ese contexto ocurrió el “cuarto acto” de los “chalecos amarillos”. Las manifestaciones del pasado 8 de diciembre comenzaron pacíficamente. Pero desembocaron, de nuevo, en desmanes y destrucciones, en París y otras ciudades (Burdeos, Marsella, Saint-Etienne). Fue un nuevo fracaso tanto del ministro del Interior, Christophe Castaner, como de los chalecos amarillos. Estos últimos, incapaces de organizar su propio servicio de orden, sufrieron otra vez la infiltración de extremistas de diversos pelambres y saqueadores oportunistas. Ello sirvió al macronismo para diabolizar los objetivos de la legítima onda reivindicativa.

El nuevo dispositivo policial –más móvil y ofensivo—redujo considerablemente los excesos del “tercer acto”, pero los incidentes estallaron en más puntos de Paris que la semana pasada.

Desde noviembre, el gobierno había utilizado la línea de la intimidación. Esta vez esa orientación adquirió un todo desenfrenado. Sin atreverse a prohibir las manifestaciones del 8 de diciembre, Castaner afirmó que los chalecos amarillos irían a París “a destruir y matar”. Advirtió que, en consecuencia, en París habría 8.000 antimotines (6.500 la semana pasada) y 89.000 en el resto del país (contra 65.000 hace una semana) y que sacaría la caballería y hasta los viejos carros blindados de 14 toneladas de la gendarmería para “mantener el orden”. Los Gilets Jaunes, sin embargo, anunciaron que vendrían a manifestar pacíficamente si no eran atacados, como ha ocurrido en algunas de sus manifestaciones en otras ciudades. Y, en efecto, reaparecieron y ocuparon de nuevo los Campos Elíseos.

Al final del día, el número de personas detenidas se había cuadriplicado: hubo cerca de 2.000 detenciones (1.082 en Paris) contra 412 detenciones el 1 de diciembre. De ellos fueron inculpados “más de 900 adultos y cerca de 100 menores”, según el procurador Rémy Heitz. Ello permite deducir que la casi mayoría de esas personas fueron capturadas no por cometer desmanes sino por estar ahí, en la protesta, lo que explica el desfase entre arrestos e inculpaciones.

El número de heridos bajó: 118 según cifras oficiales (71 en Paris), contra 133 heridos en Francia el 1 de diciembre, y 24 heridos el 24 de noviembre.

Al día siguiente, los medios analizaron lo que había pasado. Lamentaron el número de ataques a las tiendas de la “avenida más bella del mundo” y dejaron de lado completamente el factor humano: nadie parece tener en cuenta que los tres sábados de protestas arrojan un saldo de 275 heridos. ¿Dónde están? ¿Quién los hirió? ¿Qué tipo de heridas sufrieron? ¿De ellos cuantos están detenidos? Sobre eso la prensa no dice una palabra.

Pocos mencionan el hecho de que el 1 de diciembre, en Marsella, una señora de 80 años murió al recibir en la cara una esquirla de granada lacrimógena cuando cerraba los postigos de su casa. La prensa registró escasamente el hecho de que la policía, entre las más de 10.000 granadas lacrimógenas que utilizó el 1 de diciembre, lanzó 339 granadas explosivas GLI-F4 las cuales contienen una carga explosiva de 25 gramos de tolita (TNT). Esa arma, que puede arrancar una mano o causar quemaduras graves, es prohibida en otros países para las operaciones de mantenimiento del orden.

Tampoco examinan qué errores pudieron cometer las fuerzas del orden el 8 de diciembre. No hubo, por ejemplo, la detención previa de los 300 Black Blocs e Identitarios que la policía conoce. Solo detuvieron a algunos la víspera. La protesta en París se tensionó hacia el mediodía y no solo por culpa de los gilets jaunes. Durante las tres primeras horas, éstos aceptaron estar encerrados en los Campos Elíseos: los uniformados bloqueaban los accesos. Cuando el dispositivo comenzó a comprimir la multitud, utilizando los carros lanza agua y los blindados, a manera de pistón, con gases lacrimógenos y granadas aturdidoras, la tensión aumentó. Algunos Black Blocs y una fracción de chalecos amarillos lanzaron piedras contra los uniformados, degradaron algunas vitrinas, prendieron pequeñas hogueras. Y abrieron brechas por donde una parte de la gente escapó. Los incidentes se extendieron a varios puntos de la capital. Castaner había dicho horas antes que los gilets jaunes no eran más de 10.000 y que ellos “no representan a Francia”. Todo eso no hizo sino aumentar la cólera de la gente.

El criminólogo Xavier Raufer criticó el desempeño de Castaner y estimó que el balance de la jornada del 8 de diciembre “fue del mismo nivel que las manifestaciones anteriores”. Él se pregunta si de parte del poder hubo “una voluntad deliberada y cínica de ir hacia lo peor”.

Bruno Le Maire, ministro de Economía y Finanzas, estimó, por su parte, que las protestas tendrán un impacto negativo sobre el crecimiento y que las pérdidas ya ascienden a dos millardos de euros. El turismo ha caído en un 20%, según cifras más o menos unánimes de la prensa. Le Maire invitó a gravar multinacionales como Google y descartó la reimplantación del impuesto a las grandes fortunas que piden los manifestantes. Otro ministro descartó un alza en el salario mínimo legal.

Lo invitamos a leer: Francia, algunos pasos hacia adelante

En todo caso, Macron no sacará a Francia de esta ola de tumultos con reparaciones mínimas. Buena parte de los observadores coinciden en un punto: él debe dejar de crispar la situación con su silencio y avanzar hacia reformas sociales, políticas y electorales durables. No hay otra vía para que él pueda recuperar su legitimidad perdida. El momento es histórico y la odiosa espiral fiscal debe ser parada.

Después de consultar en el Eliseo durante la mañana con diputados, alcaldes y las organizaciones sindicales y patronales, el presidente hablará a las 8 de la noche para presentar, dice un vocero oficial, “medidas concretas e inmediatas”. ¿Logrará Macron apagar el incendio?

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