“Los únicos que pueden cambiar la escuela son los profesores”: Tonucci

Autor: Lina Viviana Castañeda Tabares
28 abril de 2018 - 10:30 AM

En su visita por Medellín, el psicopedagogo y dibujante Francesco Tonucci compartió su visión acerca de la ciudad, la escuela, los deberes escolares, y el papel de los padres y maestros en la vida de los niños. 

Cae la tarde en la plaza Botero. Francesco Tonucci, psicopedagogo italiano, observa con atención y en silencio el movimiento de la ciudad. Hay muchos adultos moviéndose con rapidez, vendedores ambulantes y fotógrafos encargados de capturar las caras sonrientes de los turistas. Muchos adultos tomándose la plaza pero pocos niños.

Y esa presencia que falta es la más importante: “que la ciudad pueda ser vivida por los niños es una garantía para todos”, dice Tonucci. Una garantía de seguridad y tranquilidad, pero también de creatividad: una ciudad llena de niños es una ciudad llena de color. 

Francesco Tonucci, el psicopedagogo y “niñólogo”, como también lo llaman, ha estudiado desde hace más de 50 años el pensamiento y el comportamiento de los más pequeños, porque es allí donde descubrió las raíces de la educación. 

Tonucci mira la ciudad, la familia y la escuela desde la perspectiva del niño. Lo observa todo y lo dibuja, porque su “juguete favorito” siempre ha sido el dibujo. Cuando plasma la cotidianidad de los niños, Tonucci se despoja de su nombre y toma el de Frato, el dibujate que es un niño encerrado en la piel de un hombre de más de 70 años. 

Él tiene voz y mirada de maestro: tranquila pero firme. Y así, con la sutil firmeza de su voz conversó con EL MUNDO acerca de la autonomía, las normas, y el papel de los padres y maestros en la educación de los niños. 

Usted ha propuesto que es necesario darle cierta intimidad a los niños en sus juegos y para que caminen la ciudad con sus iguales, ¿cómo combinar esa intimidad con la seguridad? 

Más que dejar, es respetar la intimidad del juego. El juego es una experiencia que necesita autonomía e intimidad, porque tiene que ver con el placer y eso lo hace muy poderoso. ¿Cómo hacerlo en una ciudad que puede ser peligrosa? Yo no me atrevo a dar una respuesta segura, pero de la experiencia que tengo de otras ciudades, no solo europeas sino también latinoamericanas, se puede extraer una regla fundamental: que los mayores peligros no están en la calle, sino dentro de la casa. 

Si pensamos, por ejemplo, en el tema de abuso sexual en los niños, este es un delito que ocurre dentro de las casas, no en la calle: no es del todo cierto que en la calle hay violadores esperando. En la casa, en cambio, hay padres, tíos, parientes y educadores que usan la violencia contra los niños. 

Yo creo que hoy en día el miedo que se manifiesta hacia la calle no es proporcional al peligro real de la calle. Eso, en parte, es responsabilidad de los medios, que aprovechan lo peor que ocurre para ganar audiencia, y de los políticos, que usan el miedo para ganar votos. Entonces la gente delega y no se hace cargo del problema. 

Y la propuesta no es la delegación sino la participación: la gente en las calles hace seguras las calles. Y entre la gente, los que más son capaces de producir seguridad son los niños. Parece una paradoja, pero estoy convencido de que los niños en la calle obligan a los adultos a hacerse cargo, porque donde hay niños hay seguridad. Un ambiente donde la gente está pendiente y se hace cargo es muy incómodo para el delincuente, que necesita el descuido y el abandono. 

Lea también: La ciudad de los niños

 

¿Y cómo debe ser esa ciudad ideal para que los niños la reconozcan como propia?

Los niños no piden tanto. Lo primero que piden es que puedan salir, que puedan moverse libremente. Ellos reconocen a la ciudad como suya si pueden conquistarla, si encuentran formas de estar fuera. Yo estoy profundamente convencido de que las cosas importantes se hacen fuera y juntos: fuera de casa, fuera de la escuela, fuera del control directo de los adultos y junto a otros niños. Por lo cual, antes que todo, la ciudad debe ser dispuesta para ser vivida por los niños, lo que es una garantía para todos. 

 

Usted ha dicho que una buena escuela debe lograr que los niños encuentren su “juguete favorito”, sus capacidades. En un aula de una escuela pública, que puede tener muchos estudiantes, ¿qué puede hacer el docente para que cada niño descubra esas capacidades? 

Primero, la escuela debería aceptar que los niños tengan intereses diversos, porque la propuesta escolar tiene dos o tres lenguajes como privilegiados: la lengua, la matemática y la ciencia. Los niños que encajan en esto son los buenos, los que tienen buenas notas y van para adelante. 

Pero los que tienen como “juguete preferido”, y esa frase no es mía sino de su gran poeta y escritor García Márquez, el dibujo, el baile, la investigación, la artesanía y el deporte, la escuela no los reconoce y ellos no reconocen su escuela como suya

Por esto, la escuela tiene la obligación de promover, no puede suspender. Pero promover no significa pasar de año a todos, significa ayudarles a reconocer su juguete favorito, a reconocer sus capacidades naturales. ¿Se puede hacer con 45 niños? Yo creo que son muchos, pero depende mucho de la capacidad maestro. Un buen maestro no trabaja con 45 niños, deja que los 45 trabajen entre ellos, organiza su clase en grupos para que los grupos desarrollen el trabajo y el maestro se pueda mover entre las mesas. 

Este es el desafío de una sociedad democrática, la escuela debería ofrecer muchos lenguajes para que cada niño encuentre el suyo y se dedique a eso con gusto y con esfuerzo.

 

¿Cómo se le pueden enseñar las normas a los niños sin que sea el miedo el único motor para hacer que ellos las cumplan? 

Me gusta mucho que las normas se puedan conjugar con la autonomía, y las normas funcionan cuando son claras y compartidas. Claro, es correcto discutirlas con los niños, pero esto no significa que si los niños no las comparten no se puedan aplicar, porque hay normas irrenunciables. La clave está en conectar la autonomía a las reglas y que estas sean comprensibles

 

Volvamos a los maestros, ¿cómo resume el papel de estos en la educación de los niños? 

Nuestros Estados piensan que hay que reformar la Escuela. En todos mis años de experiencia, he vivido decenas de reformas y ninguna ha cambiado la escuela, porque los únicos que pueden cambiarla son los profesores. Así que el Estado debería comprometerse en la formación de los docentes. Este es el sentido de todo, que el derecho a la educación que ofrecen nuestros países democráticos no se cumple regalando una silla, una mesa y unos libros de texto a cada niño, sino regalándole a cada uno un buen maestro. 

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