¡Los tombos se salieron de madre!

Autor: Alberto Morales Gutiérrez
30 marzo de 2019 - 11:02 PM

Mire usted que algunos restaurantes, bares, distribuidores de carros y almacenes de cadena, por ejemplo, disponen a su antojo de aceras y calles, pero hasta ellos no llegan las hordas de tombos

¡Ahí vienen los tombos! decíamos de niños cuando la policía llegaba con sus bolillos de rabia a imponer el orden por alguna reyerta callejera o una pelea familiar. “Tombo” era un término peyorativo muy diferente al de “señor agente”. Un “tombo” era un policía maluco, furioso, insolente, crecido, con una marcada tendencia a abusar de su autoridad.

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Hoy, los tombos son los grandes protagonistas en las redes sociales y en las noticias, que dan cuenta de sus excesos, maltratos, tropelías con los vendedores callejeros y con quienes consumen sus productos porque, en su perspectiva, están violando el Código de Policía y las normas de uso del espacio público.

Ahí están pues en gavilla golpeando, lanzando al suelo, violentando a la muchacha inerme que vende las empanadas, a la anciana que vende las frutas, al desplazado que vende los chicles, al niño que vende el maní, al poeta que vive en esa esquina de entregar versos a cambio de una moneda.

Y esos tombos, y los oficiales que los dirigen, y los legisladores que los respaldan, y los jueces que los defienden, y los gobernantes que los orientan, están unidos en el argumento de que al espacio público hay que respetarlo, ¡carajo!

No hay una lectura adecuada sobre qué clase de país somos, cuáles son nuestras condiciones particulares, cómo operan los mecanismos de sobrevivencia de los más pobres, por qué tienen que salir a las calles a vender aquello que venden.

La andanada de los tombos es solo la punta del iceberg. Lo que anida ahí es una política de estado, una visión del mundo, un estilo de gobierno, un pensamiento sobre la vida misma, sobre el concepto de ciudadanía, sobre la definición de la democracia.

Los profesores Manuel Delgado y Daniel Maset, del Instituto Catalán de Antropología, escribieron a dos manos en el año 2007 un documento formidable enfocado en el tema de El espacio Público como ideología. Queda claro en su lectura la distorsión que tienen de ese espacio los “Estados Gendarmes” o “Estados Policivos”. Para ellos el espacio público es aquel que no es privado, es “un espacio que pertenece al Estado y sobre el que solo el Estado tiene autoridad”.

Es desde esta premisa que en ese tipo de Estados el espacio público se convierte en un descomunal mecanismo de exclusión. Mire usted que algunos restaurantes, bares, distribuidores de carros y almacenes de cadena, por ejemplo, disponen a su antojo de aceras y calles, pero hasta ellos no llegan las hordas de tombos con sus garrotes a imponer su autoridad y a “limpiar” ese espacio público de interferencias. Alguien tiene que decirles que por ahí no.

Y es punta del iceberg, digo, porque como lo expresa Sergio Job en su tesis de grado doctoral El pueblo cordobés en el siglo XXI (Buenos Aires 2013) el Estado policial es “una estructura gobernativa que ordena cuerpos y cosas en el territorio a partir de lógicas y dispositivos biopolíticos de intervención sobre el territorio y los sujetos que en él y sobre él existen”.

Glifosato, JEP, Fracking, Prosur, Memoria Histórica, Fiscal Martínez, Odebrecht, Plan de Desarrollo, pensionados, textileros, Reforma Tributaria, campesinos, respeto a los Acuerdos Internacionales, minorías étnicas, comunidades LGTB, integran ese amplio espectro de intervenciones de exclusión con las que el gobierno actual neutraliza, desbarata y agrede el principio ético fundamental de una democracia entendida como “la posibilidad de estar juntos”.

guerra, la intemperancia, la represión, la exacerbación del odio, la discriminación, constituyen el caldo de cultivo sobre el cual navega a sus anchas el Estado Gendarme.

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En ese tipo de Estado es que buscan que vivamos y nos resignemos. ¡No pasarán!

 

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