Memoria y nostalgia de un viaje al tanguero Uruguay con la pregunta ¿Le puedo cantar La Cumparsita?
A Hugo Machín.
Bandoneón, tengo una confesión, estoy cargada de recuerdos, pero todos se agolpan y no encuentro un orden para hablar de ellos.
Será empezar por el tiempo de cuando estuve invitada al Café Lunamoré, a una charla sobre los 100 años de La Cumparsita- en el 2017- y de ahí salieron muchos eventos.
Victa María de Fex, testigo del acto, le comenta a Hugo Machín, un uruguayo que vive en Medellín, que se había hecho un conversatorio sobre el famoso tango y que le hubiera gustado que él hubiera asistido, de aquí salieron varias llamadas telefónicas con Hugo, quien me invitó a su país por medio de Joven Tango, una asociación cultural de Montevideo.
Ya instalada en la capital del Uruguay, me maravillé de una ciudad con tanta luz, su arquitectura europea, la calma y la seguridad que se instala en el viajero, además del regocijo sentido de estar pisando una de las patrias del tango y la cuna del candombe y de su carnaval.
Empiezo por el Galpón Marula, un sitio cultural de la capital en el cual se dan clases de pintura y de tango, es dirigido por Jacinto Galloso, un artista plástico que en años anteriores visitó a Medellín con una exposición sobre el candombe, y lo enmarcó en su entorno social y cultural.
Para continuar con esta crónica, es preciso referenciar el Centro Cultural Villa Yeruá, en Malvín, que guarda la memoria de las visitas de Carlos Gardel, para veranear y pasar los cumpleaños con su amigo Francisco Maschio, en la que el grácil jockey Irineo Leguisamo ocupaba una habitación en el segundo piso.
En este lugar entrenaba y se ocupaba de los purasangres de Maschio. Fue “Lunático” el más famoso de los purasangres, propiedad de Carlos Gardel, quien recibió el mejor galardón de su dueño: le compuso un tango. Allí en el centro restaurado, se colocó una cabeza de caballo mirando hacia la rambla. Bueno, todo esto me sirve de referencia para contar que en este espacio mágico, hice un conversatorio sobre La cumparsita y se conjugó no sólo el nicho querido por Gardel, sino su impronta en la fama mundial de esta creación.
Después, estuve en la Asociación de Autores y Compositores del Uruguay que también fue testigo de un panel en el que intervinieron escritores, periodistas e historiadores donde cada uno expuso su mirada sobre la personalidad del más famoso de todos los tangos.
La última intervención que quiero narrar es la ocurrida en Tacuarembó, ciudad uruguaya, capital del departamento homónimo, anotando por demás, que una de las hipótesis del nacimiento de Gardel es que esta fue su cuna, y brota en el aire la vocación y fervor de los tacuaremboenses hacia el mejor cantor de todos los tiempos y es admirable el apego a su nacionalidad uruguaya.
Tienen un museo dedicado a su vida y por su puesto libros en los que se da cuenta de la verdadera familia, el padre era el Coronel Carlos Escayola y la madre María Lelia Oliva.
Claro que esta historia no es tan simple, porque detrás de cada uno sus padres está la trama de un drama muy interesante, que merece ser contado en otra columna. Hechos todos, que han nutrido el mito de Carlos Gardel.
Por otro lado, hay una hermandad entre Tacuarembó y Medellín, por ser ellas testigos del principio y el fin del más importante protagonista del tango y aunque lo único cierto que hay en esta biografía es que se accidentó en Medellín, también hay varias conjeturas sobre las verdaderas causas del hecho.
Después de una recepción cálida, nos reunimos en el Centro Cultural de Tacuarembó para exponer de nuevo mi visión del nacimiento de La cumparsita.
Fui acogida por un público receptivo y considero que el siguiente hecho merece una mención importante, cuando estoy hablando, acostumbro fijarme de vez en cuando en alguno de los asistentes , y aquí , había una señora octogenaria que me miraba con simpatía y con gestos de incredulidad.
Además: Los pregones en el tango
Cuando terminé, se acercaron varias personas al saludo y también el personaje que acabo de referir,
me contó que estaba recién viuda y que no había querido volver a salir y menos acudir al coro de la localidad, pero que sus amigas le habían insistido que fuera a la conferencia y por eso estaba allí.
Al terminar su relato, me preguntó: ¿Le puedo cantar La cumparsita?
Bueno, ahora cuando ha pasado un año, como si fuera un tatuaje, conservo la imagen de “Lunático” mirando hacia la playa y el eco del canto de la señora octogenaria entonando estos versos:
“Si supieras,
que aún dentro de mi alma,
conservo aquel cariño
que tuve para ti…
Quién sabe si supieras
que nunca te he olvidado (…)”
Hasta aquí van los versos, porque hasta aquí llegó la cantante, ya que los recuerdos le ahogaron la voz.
Por estos días de octubre, conviven en mí la evocación y el sentimiento grato del viaje que he referido. Aún siento la emocionada voz de alguien que me dice: ¿Le puedo cantar La cumparsita?