¿Hemos pensado seriamente en las secuelas positivas o dañinas que nuestra palabra pueda dejar en el que escucha?
A mayor almacenamiento, mayor necesidad de la palabra y, por consiguiente, mayor responsabilidad en el empleo de ella. A mayor almacenamiento interior, corresponden más amabilidad en las palabras, mayor equilibrio en el tono con que se pronuncian, mayor facilidad en el acercamiento a los demás, cualesquiera ellos sean. A menor almacenamiento, mayor rudeza y altanería en la palabra, más egolatría, menos comunicación amable y bondadosa.
Es bueno preguntarnos cuánto respeto tenemos por la palabra hablada y escrita. Cuánto hemos estudiado su funcionalidad y manejo en relación con nuestro ámbito familiar, afectivo, laboral, cultural.
¿Hemos pensado seriamente en las secuelas positivas o dañinas que nuestra palabra pueda dejar en el que escucha?
Palabra y diccionario
La palabra puede recoger las muchas acepciones que el diccionario le asigne, pero también otras que no le ha dado, pero que nacen de un contexto social, cultural, familiar, afectivo, laboral, y que al generalizarse su uso, van camino del enriquecimiento del idioma.
Ocurre que los significados de las palabras resultan muchas veces impotentes para expresar todos los aspectos del pensamiento, del sentimiento, de la imaginación. Está ya comprobado que nuestro vocabulario nos traiciona muchas veces por defecto o por exceso.
El diccionario, con toda su riqueza de léxico, no es, a fin de cuentas, más que un lugar donde yacen las palabras. Es el ser humano el que las transforma y les da significación y belleza.
Palabra y texto
La belleza y elegancia de un texto escrito no residen en las palabras aisladas, sino en su armónica conexión; esa capacidad de expresión habita en el modo y en la sabiduría al utilizarlas, en su excelente enlace en un trozo literario, y en la riqueza interior de quien habla o escribe.
La profundidad de lo que hablamos y escribimos resulta de lo que -sirviéndonos de las palabras como vehículo - hagamos sentir o pensar a quien lee o escucha. Por eso, un gran estudioso del estilo ha dicho: “Escribir pendiente solo de las palabras ‘bellas’ es caer en el narcisismo literario”.
Y agrega un gran escritor español: “La palabra solo es palabra en el oído del que escucha..., el lenguaje es, ante todo, un hecho acústico”.
Ejercicio de densidad de palabras planteadas por la pastoral jesuita.
Pastoral Jesuita
Palabras vacías; palabras densas
Es bueno recordar que hay palabras vacías de significación porque convienen a todo y acaban no precisando ninguna idea. Un texto en el que predominan las palabras vacías y las frases caracoleantes, produce una impresión de ordinariez expresiva y de indigencia espiritual e intelectual. Y en lo hablado, ya el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) aprobó el adjetivo “cantinflesco” para referirse a todo lo que hablamos falto de sentido, de mensaje, de coordinación, a semejanza de aquel célebre actor de cine mexicano conocido con el sobrenombre de “Cantinflas”.
Por el contrario, la abundancia de palabras de valor y de contenido presta a la frase una densidad, considerada como elemento del buen estilo. Pero, hay que tener cuidado, porque tal densidad puede ser también fatigosa y difícil de sostener, puesto que exige una permanente tensión espiritual. La excesiva densidad puede resultar indigesta. Encontramos ejemplos de este estilo indigesto, por demasiado cargado de ideas y pensamientos, en algunos filósofos para quienes escribir es ‘apretar’ de tal modo el pensamiento en palabras y frases, que todo se transforma en un “ejercicio análogo al que se realiza para desentrañar el sentido de una fórmula matemática”.
Cuanto más se estudian las sutiles diferencias y matices en el significado de las palabras, más nos convencemos de la responsabilidad al utilizarlas como instrumentos para razonar y para transmitir ideas y, sobre todo, sentimientos.
Una palabra mal colocada estropea, y a veces para siempre, el más bello pensamiento, la más brillante idea y el más dulce de los sentimientos.
Un lenguaje para el siglo XXI
En esta nueva sociedad del siglo XXI, las relaciones de pensamiento y sentimiento son ya muy diferentes. El desenvolvimiento lingüístico va corriendo paralelamente al desarrollo histórico, político, gubernamental, económico, cultural, educativo, social, científico y tecnológico de los tiempos. Es este el más inquietante aspecto que nos mueve a todos a responsabilizarnos con la perdurabilidad de la lengua.
Quienes se están formando para la vida y para la profesión deben tener en cuenta que no solo impresionarán y dejarán huella por su inteligencia, sino también por el acierto y brillantez del idioma en que se hayan expresado. No olvidemos el pensamiento filosófico de que: “Las palabras son la encarnación verbal del poder”.
La palabra, ¿arte o soporte tecnológico?
En la tecnología hay una omnipresencia de un lenguaje más comprimido y simbólico que en años anteriores; pero, también nuestro idioma es un arte colectivo de la expresión, no un soporte del aislamiento en el que la ciencia y la tecnología nos están sumiendo.
El gran triunfo de nuestro idioma residirá en la capacidad que tenga de demostrarles a los sabios y a los tecnólogos, a los experimentadores y creadores de nuevos implementos, hasta qué punto tienen que apoyarse en el arte colectivo de la lengua misma, para alcanzar éxito. Los adelantos científicos y tecnológicos no podrán petrificar las realidades lingüísticas vitales, porque el papel principal del idioma es el de dar testimonio de cada cambio en la historia.
Compromiso de las generaciones jóvenes
Las nuevas generaciones han de estar vigilantes y comprometidas para que la realidad de nuestro idioma no se altere; para que tenga la expresión ajustada a cada época, el manejo adecuado y necesario en cada campo, y para que su valor innato dentro de la comunicación personalizada se mantenga y se enriquezca. Es esto lo que los educadores de hoy deben mantener vivo, como logro inmodificable en el proceso enseñanza-aprendizaje.
Un pacto social con el idioma comienza cuando el individuo comprende que el lenguaje es la obra más necesaria y monumental que ha llegado a crear el espíritu humano; que el idioma es nada menos que la forma acabada con la cual se expresan todas las experiencias de la comunicación.
Internet y redes sociales
Si el saber, el idioma, las costumbres, la cultura, la economía de cualquier grupo humano pueden entrar ahora a la cadena idiomática y de formación de todos los pueblos, gracias a Internet, es posible que en un futuro no haya barreras entre los idiomas, y quizás, sí normas que sean comunes a varias lenguas.
Pero, al lado de estos posibles aconteceres y a otros procesos de desarrollo, se seguirán sucediendo –creo- fenómenos sociales como el afianzamiento de la nacionalidad, la aparición de nuevas literaturas (excelentes, unas; aceptables, otras, o solo “basura”) que aspiran a traspasar las fronteras. Y en las redes sociales, el típico manejo psicolingüístico y social de las comunidades urbanas y rurales, hechos que el ser humano seguirá considerando como componentes de su idiosincrasia y mantenedores de sus afectos, sus experiencias y sus reflexiones y críticas.
Este 23 de abril, martes, se conmemora el Día del Idioma, un homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra, Marco Fidel Suárez y Shakespeare, creadores con la palabra.
Wikipedia
El reto
Es saber si seremos capaces de conservar nuestra identidad idiomática.
Lo que tenemos claro es que el mundo del hombre nuevo se construye sobre modelos tecnológicos y teorías importadas, de ahí el tropel de las lenguas extranjeras, el dominio inatajable de las redes sociales y los “atractivos” inventos personales, que nos apartan de lo correcto del idioma; que nos impiden hablar y escribir con precisión, propiedad y riqueza de léxico; que nos incitan a usar extravagancias, invenciones, melindres, expresiones enrevesadas, chismes, desacatos, burlas y toda suerte de deterioros sociales, emocionales, ideológicos.
Idioma y aprendizaje
El idioma español fluye y se transforma sin cesar: en cada época desarrolla nuevos rasgos, y varía poco a poco mediante el ajuste de normas morfosintácticas y ortográficas, de estilos, de usos, de aplicaciones semántico-comunicativas; a ello se unen la atención o el interés selectivo de cada espíritu y el desarrollo de la inteligencia, porque el pensamiento es el más elevado de los contenidos del habla.
Nuestro idioma perdurará en la medida en que se hable y se escriba con corrección, armonía, claridad y elegancia. Fundamentalmente es lo que debe tenerse en cuenta en el aprendizaje. Los maestros debemos ir mucho más allá de las normas ortográficas y morfosintácticas que son las que hacen monótona la enseñanza y empobrecen la expresividad. Hay que enseñar la armonía del lenguaje (saborearlo estilísticamente), su riqueza y amplitud de expresión y, sobre todo, conseguir que cada alumno sienta la necesidad de tener un personal estilo oral-escrito, para que abandone un poco su papel de “recitador de normas y de conjugador de verbos”.
Para reflexionar:
Notas tomadas de mis ya muy viejos libros y mis fichas de consulta:
“Hablar para rectificar, es honradez. Hablar para defender, es compasión. Hablar ante el dolor, es consolar. Hablar para ayudar a otros, es caridad. Hablar con sinceridad, es rectitud. Hablar de sí mismo, es vanidad. Hablar aclarando chismes, es estupidez. Hablar disipando falsedades, es conciencia. Hablar debiendo callar, es necedad. Hablar por hablar, es tontería. Hablar oportunamente, es acierto. Hablar ante una injusticia, es valentía.