Tenemos en la cabeza la información, absorbida en la casa escuchando a los mayores, para concordar y algo nos chilla cuando dos palabras no concuerdan
En español, y supongo que en muchas lenguas, ocurre un fenómeno que se llama concordancia. Sin que hagan falta clases de gramática y antes de entrar a la primaria, decimos “las casas”, y no “la casas”. Decimos, cómo no, “la pieza” y no “el pieza”. Eso es concordancia. La primera es de número: o sea, “cantidad”. La segunda es concordancia de género (femenino-femenino, masculino-masculino).
Tenemos en la cabeza la información, absorbida en la casa escuchando a los mayores, para concordar y algo nos chilla cuando dos palabras no concuerdan: por eso es tan común algo como “habían muchos carros” (cuando lo correcto es “había muchos carros”). Y no quiero meterme hoy con el verbo haber porque me quedo sin espacio para explicarles que la forma correcta es “la agüita”.
Y no se me enreden, es bien sencillo. Claro tenemos que la forma correcta es “el agua”. Preguntará alguno, sin embargo, “bueno, ¿y la concordancia?”. Se activa esa información que tenemos en la cabeza y nos avisa que “agua” es femenina y “el” es, se supone, masculino. Resulta que cuando el sustantivo femenino empieza por vocal “a” tónica, debemos usar “el”.
Tónica quiere decir con acento: el acento de agua está en su primera a. Decimos la amabilidad y la acera (y no “el amabilidad”) porque ninguna tiene el acento en su primera a (el respectivo acento está en “li” y en “ce”). Y esto le ocurre a agüita: el acento brinca de la a hasta “güi”. Así que el agua, pero la agüita.
De esas que casi nunca usamos
Etología. Como todo lo que termina en “logía”, es estudio de alguna cosa. En este caso, del carácter del ser humano (pero no piensen en la psicología) y, sobre todo, del comportamiento de los animales (dentro de la biología). No la confundan con etiología, que es el estudio de las causas de las enfermedades.