Qué clase de corazón hay dentro de un hombre que golpea, ni siquiera a su igual, sino a alguien más débil, más frágil, enfermo, atado, desesperado.
A los psicólogos nos preguntan cosas inesperadas. Ej. ¿Hay un corazón palpitante dentro de un hombre armado, listo para matar?
Un corazón que quiere que otro corazón deje de latir, que con sus amores y dolores caiga roto contra las costillas y en ese segundo recuerde todo lo que vivió.
Y que seguirá viviendo desde la otra vida, pues si el cuerpo se acaba en este mundo, en el otro nuestro espíritu sobrevivirá.
Me encantaría hacer la disección anatómica de un corazón asesino, de un matante; así como hacíamos las disecciones de los muertos por enfermedad o violencia, en el anfiteatro de la Universidad, los estudiantes de medicina y también los de psicología. Los cadáveres esperaban tirados en las mesas. Para nosotros era fuerte y duro, pero interesante, ver sus diferentes corazones. Y qué tal explorar sus cerebros con caminos deshechos y desconectados, pues pasar del hemisferio izquierdo -emociones- al derecho -decisiones- no es tan automático.
Durante mucho tiempo los primitivos y creo hasta los griegos, pensaban que el pensamiento residía en los corazones, y nosotros seguimos poniéndonos la mano sobre el corazón cuando queremos jurar amor, o darnos golpes de pecho pidiendo perdón. Como Jesús pidió perdón a Dios por los que lo crucificaban “porque ellos no sabían lo que hacían”.
Qué clase de corazón hay dentro de un hombre que golpea, ni siquiera a su igual, sino a alguien más débil, más frágil, enfermo, atado, desesperado.
Desde joven leí: La máquina de leer pensamientos de A. Maurois. La granja de los animales de G. Orwell. Hambre y pan de K. Hamsun. La metamorfosis de F. Kafka donde cuenta cómo fue maltratado por su papá, hasta que resolvió convertirse en algo como un caracol invisible.
He pasado horas, tiempos, investigando, leyendo físicos y filósofos, buscando, imaginando, hasta deseando crear un aparato que me permita ver si hay alguna conexión entre esas personas ridículamente violentas, y su propio cerebro, si es que lo tienen.
Hay que conocer a Certau, filósofo francés que dijo: Se necesita algún tiempo para que una emoción llegue a ser percibida por el cerebro. Para hacer cualquier clase de cosa, el ser humano de todas maneras necesita alguna conexión consigo mismo.
De la emoción a la acción hay un lapso. De la orden al cumplimiento hay una duda.
¿Es fácil ser duro, rudo contra alguien que está en desventaja frente a usted, alguien débil, una mujer, un niño, cualquiera con alguna limitación física o psicológica, sea esta visible, observable, aparente o no?
Usted, el que golpea, puede que esté recibiendo órdenes, pero Ud. está en un desequilibrio emocional, así no se haya dado cuenta, en su fondo sí lo sabe, lo siente. Alguien le negó algo importante. O sus padres no deseaban que usted naciera: Desde sus cuatro meses de gestación usted oía como su futura madre se quejaba: “Para que me dejaste embarazada, yo no quería niños, que encartada, no tengo salud, dinero, ni amor.” -“Tú fuiste la que quiso, te dejaste porque eres una callejera, estúpida; vamos a deshacernos de ese bebé, si no te lo sacas ya, lo asfixio cuando nazca.”
Si usted está pensando algo semejante, tiene una mala conexión entre sus hemisferios cerebrales, pensamientos contradictorios dentro de usted mismo. Acaso le convendría ir a un psiquiatra. La psiquiatría (doctorado del alma, del espíritu, no ha existido siempre, surgió cuando la humanidad se dio cuenta de que las personas hacían cosas extrañas y se peleaban dentro de ellas mismas).
Si después de escucharlo un profesional de la Psiquiatría, Ud. se cansa, no encuentra solución, no tiene dinero, entonces puede decidir dirigirse a un Reformatorio. No pasar esta idea por alto. Y si su caso es como por ejemplo el de los violadores, piense en la castración. Un amigo personal del grupo Psicología, Transaccional, Jefe de Guardias en una Prisión de California, explicaba que muchos presos solicitaban ser castrados porque sabían que en cuanto salieran libres, volverían a hacer lo mismo, volverían a ser encarcelados, y acaso engendrarían hijos tan monstruosos como ellos.
¡Y que tal los presos que, seducidos por una nueva religión dada aquí en las cárceles, fueron “trasformados” y ahora son profesores de colegios de Colombia! Ay! -
Por conveniencia leer los libros de Ivan Valencia Laharenas. Psicólogo y Criminólogo, muerto 2018!