Como ahora en Colombia, a través del cómputo electrónico, el fraude está al alcance de quien escruta, lo imperativo no es adoptar la votación electrónica, sino reformar profundamente el Consejo Nacional Electoral y la Registraduría.
A espaldas del país, con gobierno desentendido y CD desorientado, avanza, por parte del Consejo Nacional Electoral y la Registraduría Nacional del Estado Civil, la sigilosa implantación del voto electrónico en Colombia.
Hasta ahora, afortunadamente, el voto se ha emitido mediante papeletas que se depositaban en las urnas, y las actas de las mesas de cada puesto de votación se sumaban in situ y luego se transmitían para el cómputo oficial. Pero en las últimas elecciones, el cómputo final de resultados se contrató, por una suma astronómica, con una firma estrechamente asociada con Juan Manuel Santos. En consecuencia, ya tenemos cómputo electrónico, situación muy preocupante, pero desconocida para la generalidad de los ciudadanos.
En esas condiciones, la firma que contabiliza y consolida los resultados está capacitada para ejecutar cualquier fraude. Ese temible riesgo carece de control eficaz.
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Por tanto, aun conservando la emisión manual de los sufragios, la firma puede alterar la voluntad popular y convertirse en el único elector…
El escrutinio debe, entonces, volver al organismo electoral, por motivos tanto de soberanía del Estado, transparencia e imparcialidad, como económicos, porque se viene reconociendo sumas absolutamente desproporcionadas al afortunado y bien cuñado contratista.
Es preferible tener resultados electorales confiables e impugnables, cuatro o cinco horas después del cierre de los comicios, que tenerlos poco confiables, hora y media más tarde, batiendo Colombia todos los récords mundiales en esa materia.
Para prevenir fraudes, desde hace años se viene hablando del voto electrónico, pero este no ofrece ninguna garantía. Por el contrario, se presta a la manipulación más descarada y a la eliminación de los soportes físicos. Por eso ningún país democrático lo ha adoptado.
Como ahora en Colombia, a través del cómputo electrónico, el fraude está al alcance de quien escruta, lo imperativo no es adoptar la votación electrónica, sino reformar profundamente el Consejo Nacional Electoral y la Registraduría, porque urge devolver credibilidad al organismo electoral.
El voto electrónico exige software y unos 100.000 terminales para sustituir las mesas de votación, sin que tan cuantiosa inversión ofrezca ninguna garantía.
Como el CNE es emanación de los partidos políticos y dispone de autonomía total, el actual registrador nacional del Estado civil es un manzanillo que no inspira confianza, ni en materia de escrutinio de los resultados en 2022, ni en lo atinente a contratación.
Las elecciones electrónicas para 2022, en las que está empeñado ese funcionario, van a requerir un jugoso contrato, al parecer de varios centenares de millones de dólares, que además, el país empobrecido por el covid no puede asumir.
Ante la amenaza aterradora de que por medios virtuales se consagre en Colombia aquello de que “quien escruta, elige”, es inadmisible que no se realice el más profundo y objetivo debate sobre ese asunto, máxime cuando se sabe que tras del mismo van firmas sospechosas, como las que organizaron el fraude permanente en las elecciones venezolanas.
Desde luego, la manipulación electoral es aun peor que el despilfarro, como el que puede significar la adquisición de una inmensa cantidad de equipos para usar cada cuatro años. En todo caso, la autorización de ese gasto no puede depender del arbitrio del CNE, organismo politizado y santista, y de un registrador cuestionable. La autonomía presupuestal de esos organismos es inadmisible.
Después de toda esta alerta sobre los peligros y las tentaciones en la implantación del voto electrónico, conviene preguntar si existen sistemas digitales confiables. Por eso, al respecto debo llamar la atención sobre un artículo de excepcional importancia, “El Voto Electrónico”, de Hernán González R., aparecido el 22 de junio en El Espectador y reproducido el 23 en Debate (http://www.periodicodebate.com/index.php/opinion/columnistas-nacionales/item/26513-voto-electronico-en-2020).
Este columnista, uno de los mejores de la prensa nacional, advierte: “Nada más antidemocrático y desinformado que retroceder con el voto electrónico por medio de maquinitas y empresarios, similares a los empleados para falsificar la votación en Venezuela (…)”.
A continuación, recomienda estudiar la votación electrónica con la tecnología blockchain (cadena de bloques), que
(…) se presta hoy para modernizar y permitir de veras la votación segura y con la participación de todos, sin necesidad de acudir a las mesas de votación, tras una inscripción previa, utilizando un teléfono celular inteligente, una tableta o una computadora.
Considero que, aun con blockchain, no conviene la votación electrónica, por su costo y porque esta tecnología no está todavía completamente desarrollada, pero el tema debe debatirse, porque lo que es intolerable, en cambio, es seguir avanzando a ciegas hacia un sistema electoral que abriría ampliamente la puerta a la República Bolivariana de Colombia.
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La grandeza trágica de Bolívar—La Sociedad Bolivariana de Colombia acaba de publicar este libro, de Carlos Ochoa Martínez, quien es miembro tanto de esta Sociedad como de la Academia de Historia del Valle. El autor, desde Bogotá, donde vive, nunca ha dejado de ser uno de los principales promotores culturales de su ciudad natal, Tuluá, a la que ha dedicado evocadoras memorias de juventud y rescatado, en varios libros, algunas de sus figuras principales.
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Esta obra no es una biografía del Libertador, aunque sigue sus pasos con precisión cronológica, sino una meditación sobre las vivencias más dolorosas de la vida breve, intensa e incansable del héroe, quien, después de independizar un tercio del Imperio Español, fracasó intentando dar a esas naciones la estabilidad institucional requerida para el bienestar de sus pobladores, que él quería convertir de súbditos en ciudadanos. Aró en el mar y edificó en el viento, porque las dictaduras militares, los continuos golpes de Estado y las guerras civiles fueron el destino de cuatro de los estados nacidos de su espada; y Colombia, aunque poco sufrió de las primeras, pronto igualó a sus hermanas en levantamientos y luchas fratricidas.
Además de ser un valioso y bien escrito itinerario de Bolívar, que nos permite repasar los principales acontecimientos de nuestra emancipación, los capítulos finales nos descubren muchas e interesantes facetas de los postreros meses del gobierno y de la vida del padre de la patria, menospreciado, traicionado y calumniado por buena parte de sus anteriores subalternos, cuando cumplida la obra del titán, se dedican a la ambiciosa tarea de destruirla para lucrarse de los despojos, como tantas veces vemos al llegar el ocaso en la vida de los grandes hombres.