Esos medios y los protagonistas de todas las trapisondas con las que tantas precauciones derrochan parecen no entender que ya todos sabemos, hasta el último detalle, cuáles son sus verdaderas intenciones.
Nuestro profesor de sociología en la universidad era un personaje que lograba interesarnos sobre temas que no necesariamente hacían parte del pensum. No soy capaz de recordar cómo conseguíamos esos libros que nos sugería, pero lo lográbamos. Casi siempre los encontrábamos donde Pacho en Mi libro. Eran textos de segunda la mayoría de las veces.
Tengo un particular afecto por uno de ellos: Sociología política de Maurice Duverger editado por Ariel Demos en 1968. Recordé algo a propósito de hechos muy recientes y quise releer apartes.
Contrario a lo que afirmaban profesores en otras cátedras, sobre lo que en esa época se llamaba “el cuarto poder”, nuestro profe argüía con Duverger que ciertos periódicos y organismos de información no poseen ningún carácter de grupo de presión, pues se trata simplemente de empresas comerciales creadas con el fin de ganar dinero.
“Se venden periódicos, emisiones de radio o espectáculos de televisión, de la misma manera que se venden lechugas o pantalones” (Duverger 1968)
Su malestar era grande. Destacaba que ese tipo de medios no buscan ejercer ninguna presión y afirmaba que “por el contrario, es en la medida en que no molesten al público -es decir, en que no lo ‘presionen’– como tendrán más lectores, auditores y telespectadores. De la misma forma, no tratan de influenciar al gobierno. La docilidad a su respecto les asegura por el contrario el máximo de facilidades y de apoyos”. Pero advierte: “Sin embargo, si estalla un grave escándalo, están obligados a seguir el deseo que posee el público de ser informado sobre el particular. Así deben, en contra de su voluntad, adoptar algunas veces posiciones más audaces de lo que desearían los poderes públicos. Pero normalmente consiguen hacerlo con el máximo de precauciones, de manera que ayuden al gobierno en lugar de ejercer sobre él una presión auténtica…”
Esa es la dramática realidad que se hace evidente en nuestro país. Los niveles de desvergüenza al que han llegado la mayoría de los medios de comunicación en Colombia es más que aberrante. Los noticieros de televisión y de radio cerraron filas para defender a la “institucionalidad política” de lo que consideran ataques de Aida Merlano cuando, desde Venezuela, dice tener pruebas contra las castas políticas del Caribe colombiano que, es vox populi, han montado sus imperios electorales comprando votos a diestra y siniestra. Los apellidos Char y Gerlein han estado ligados a cuanto escándalo de corrupción se destapa. Pero idéntico cierre de filas han tenido con personajes tan siniestros como el nefasto Néstor Humberto Martínez, Álvaro Uribe, Santos o Vargas Lleras. La senadora María Fernanda Cabal pasó agachada no obstante que dirigentes de su campaña fueron atrapados “in fraganti” comprando votos (el mismo delito del que se acusa a Aída Merlano) pero nadie dice nada.
La frase es certera: El máximo de precauciones para no tocar a Luis Carlos Sarmiento, el máximo de precauciones para no herir susceptibilidades del inepto señor Duque, el máximo de precauciones para que no se vaya a molestar el ministro Carrasquilla quien ya confiesa sin pudor sus turbios intereses ante las cámaras de televisión.
Esos medios y los protagonistas de todas la trapisondas con las que tanta precauciones derrochan parecen no entender que ya todos sabemos, hasta el último detalle, cuáles son sus verdaderas intenciones.
¿Cui bono?