Vamos a tener que refinar al máximo la violencia justa y convertirla en el camino para la liberación de la humanidad de un yugo de sátrapas, tecnócratas, asesinos que ahora, casi sin excepciones, la gobiernan
Desde antes de la pandemia que estamos viviendo, en muchos círculos intelectuales y algunos medios de opinión pública se estaba discutiendo la posibilidad de la extinción de la humanidad. El destino que tuvo el descubrimiento de la enorme energía que se liberaba con la fusión nuclear, convertida en energía atómica y poco después en arma nuclear, demostró que nuestro poder, el de la ciencia y la industria bélica, podía ser utilizado contra nosotros mismos. Además, hemos seguido ensayando como humanidad, no sólo esa energía como arma, sino también los conocimientos químicos y biológicos sobre virus y genética y ya se han aplicado a lo largo de todo un siglo, no solo como arma, sino que se han ensayado sobre las poblaciones. Un caso de fuego amigo descomunal.
Y no estamos hablando, como factor de eclosión, del enorme impacto sobre el medio ambiente con el cambio climático, del deterioro de los ecosistemas o del hecho por el cual la civilización actual está erigida sobre el sufrimiento indescriptible de millones de animales sometidos al sufrimiento y la miseria antes de consumirlos. El tema es si los seres humanos merecemos desaparecer y planteado así sería un asunto de justicia poética, pero como un asunto de filosofía moral no hay lugar a dudas que no sería nuestra desaparición como especie un trastorno sino una gran suerte, una verdadera fortuna para la naturaleza y el propio planeta En nuestro caso la humanidad y su larga lista de crímenes y excesos, guerras de siglos, genocidios y destrucción no inspiran mucha simpatía. La perversión de la democracia liberal, el uso macabro de la fuerza policial y la profunda distorsión de organismos de coordinación del bien común (ONU, OEA, OMS) dejan ver esos supuestos ángeles de nuestra naturaleza humana (Steven Pinker) como ángeles de la muerte.
Según parece, y las piezas del rompecabezas encajan, hay unos promotores del Nuevo Orden Mundial que están dispuestos a llevar hasta las últimas consecuencias esta pandemia, no solo al fabricar expresamente este virus con fines genocidas, sino al promover un enclaustramiento que está destruyendo la sociedad humana como la conocemos. Frente a ese panorama de desastre hay una parte de la acción humana que tiene que ver precisamente con el arte y es la que tiene un extraordinario valor de supervivencia que se ha puesto de presente en toda esta situación enojosa del enclaustramiento obligado y de la destrucción de las formas habituales de interrelación humana. Muchas personas pudieron constatar que podemos prescindir de las grandes superficies comerciales, de la visita a los supermercados, de los viajes en avión y en automóvil o los grandes cruceros. Pero películas, libros, música o el arte en general han significado una posibilidad humana y cordial para soportar los extremos del aislamiento y la confinación. Pero no serán esos elementos, el arte en general, el factor para la supervivencia, a no ser que pensemos que, para derrotar a la homicida y autodestructiva plutocracia mundial, vamos a tener que refinar al máximo la violencia justa y convertirla en el camino para la liberación de la humanidad de un yugo de sátrapas, tecnócratas, asesinos que ahora, casi sin excepciones, la gobiernan. A esa conclusión llegó también el más orgánico de los pacifistas del siglo XX, Günther Anders.