Si fuera cierto que esos malos políticos estuvieran pensando en el bienestar y progreso de su pueblo, estarían felices de que un hombre de la talla de Aníbal Gaviria asumiera la dirección de Antioquia.
No hay tregua en esta guerra sucia en la que se ha convertido la política en Colombia. Los avances tecnológicos también se han convertido en avances de la maldad y la falta de caballerosidad en un debate que debería ser limpio, libre de trampas y calumnias. Los organismos de control, de investigación y juzgamiento caen en el juego de algunos malos ciudadanos que utilizan contactos, influencias y enchufados para perseguir y mortificar al contrincante, a falta de argumentos y propuestas serias, lo que sin lugar a duda constituye la más flagrante falta de respeto hacia el electorado.
Una ciudad como Santa Marta, con tantas potencialidades como necesidades, está detenida por la guerra entre campañas. Ya no son los ataques de filibusteros ingleses los que destrozan la ciudad: ahora es la falsa izquierda enfrentada a las fuerzas de los políticos de los partidos tradicionales lo que se ha constituido en un fenómeno que destruye honras y patrimonios. Antiguos militantes de grupos subversivos pretenden seguir interfiriendo la paz de la ciudad, ya no con atentados terroristas sino con el terror de las malas prácticas proselitistas que desconciertan, pero que sirve para medir los talantes.
Medellín no se queda atrás en este tipo de malas acciones. Desde el momento en que se hizo oficial la candidatura de Aníbal Gaviria a la Gobernación de Antioquia fueron apareciendo, o mejor reapareciendo, viejas investigaciones, se reabrieron investigaciones archivadas y, lo peor, se activó la malparidez de los oscuros personajes que se ocultan en el cobarde anonimato para destruir y desorientar. Tienen los funestos ciudadanos un talento especial para la maldad, un talento que deberían emplear en la construcción de buenas propuestas y proyectos de vida y desarrollo de la región.
Pero si en Santa Marta la guerra sucia la hacen los partidarios de la mal llamada izquierda, en Medellín es la extrema derecha, esa sí muy auténtica, la encargada de las fake news y la calumnia. Esta es una demostración de cómo polos aparentemente opuestos se identifican en los métodos fachos que utilizan para hacer política, lo que hace pensar que no son buenas personas, sin contar las deudas pendientes con la justicia. En el fondo no hacen más que proyectar en los demás sus propias miserias, el desprecio que sienten por ellos mismos, sublimado en la negación de sus pecados.
Si fuera cierto que esos malos políticos estuvieran pensando en el bienestar y progreso de su pueblo, estarían felices de que un hombre de la talla de Aníbal Gaviria asumiera la dirección de Antioquia. Sería una buena forma de resarcirnos por la entronización en alcaldías y gobernaciones de personajes anodinos, payasos sin ninguna formación. Además, los jefes de los organismos de control, investigación y juzgamientos deben establecer las causas y actores de actuaciones contra los candidatos más opcionados en plena campaña, pues es sospechoso que en esta época comiencen investigaciones por hechos de hace más de doce años.