“Colombia, tu hermano te necesita”

Autor: Redacción
11 septiembre de 2017 - 12:00 AM

Ante la contundencia del mensaje que el papa Francisco envió ayer desde la ciudad de Cartagena a la sociedad colombiana en general, nos permitimos publicar a continuación, textualmente, la homilía del vicario de Cristo.

Cartagena de Indias

En esta ciudad, que ha sido llamada ‘La heroica’ por su tesón hace 200 años en defender la libertad conseguida, celebro la última Eucaristía de este viaje a Colombia.

También, desde hace 32 años Cartagena de Indias es en Colombia la sede de los Derechos Humanos porque aquí como pueblo se valora que gracias al equipo misionero formado por los sacerdotes jesuitas Pedro Claver y Corberó, Alonso de Sandoval y el Hermano Nicolás González, acompañados de muchos hijos de la ciudad de Cartagena de Indias en el siglo XVII, nació la preocupación por aliviar la situación de los oprimidos de la época, en especial la de los esclavos, por quienes clamaron por el buen trato y la libertad.

Aquí, en el Santuario de san Pedro Claver, donde de modo continuo y sistemático se da el encuentro, la reflexión y el seguimiento del avance y vigencia de los derechos humanos en Colombia, la palabra de Dios nos habla de perdón, corrección, comunidad y oración.

En el cuarto sermón del Evangelio de Mateo, Jesús nos habla a nosotros, a los que hemos decidido apostar por la comunidad, a quienes valoramos la vida en común y soñamos con un proyecto que incluya a todos. El texto que precede es el del pastor bueno que deja las 99 ovejas para ir tras la pérdida, y ese aroma perfuma todo el discurso: no hay nadie lo suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra cercanía y nuestro perdón. 

Desde esta perspectiva, se entiende entonces que una falta, un pecado cometido por uno, nos interpele a todos pero involucra, en primer lugar, a la víctima del pecado del hermano; ese está llamado a tomar la iniciativa para que quien lo dañó no se pierda. Quien toma la iniciativa siempre es el más valiente.

En estos días escuché muchos testimonios de quienes han salido al encuentro de personas que les habían dañado. Heridas terribles que pude contemplar en sus propios cuerpos; pérdidas irreparables que todavía se siguen llorando, sin embargo han salido, han dado el primer paso en un camino distinto a los ya recorridos. 

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Porque Colombia hace décadas que a tientas busca la paz y, como enseña Jesús, no ha sido suficiente que dos partes se acercaran, dialogaran; ha sido necesario que se incorporaran muchos más actores a este diálogo reparador de los pecados. ‘Si no te escucha, busca una o dos personas más’ (Mt 18,15), nos dice el Señor en el evangelio.

Hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente.

 No se alcanza con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad. Jesús encuentra la solución al daño realizado en el encuentro personal entre las partes. Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva.

 El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural.

Nosotros podemos hacer un gran aporte a este paso nuevo que quiere dar Colombia. Jesús nos señala que este camino de reinserción en la comunidad comienza con un diálogo de a dos. Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar. 

Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes. 

Pero eso solo nos deja en la puerta de las exigencias cristianas. A nosotros se nos exige generar desde abajo un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, respondemos con la cultura de la vida, del encuentro. Nos lo decía ya ese escritor tan de ustedes, tan de todos: ‘Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros... Una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación’ (Gabriel García Márquez, mensaje sobre la paz, 1998).

¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo? Jesús nos manda a confrontarnos con esos modos de conducta, esos estilos de vida que dañan el cuerpo social, que destruyen la comunidad. 

¡Cuántas veces se normalizan procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente! Al lado de san Pedro Claver había millares de cristianos, consagrados muchos de ellos; sólo un puñado inició una corriente contracultural de encuentro. 

San Pedro supo restaurar la dignidad y la esperanza de centenares de millares de negros y de esclavos que llegaban en condiciones absolutamente inhumanas, llenos de pavor, con todas sus esperanzas perdidas. No poseía títulos académicos de renombre; más aún, se llegó a afirmar que era mediocre de ingenio, pero tuvo el genio de vivir cabalmente el evangelio, de encontrarse con quienes otros consideraban solo un deshecho.

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Siglos más tarde, la huella de este misionero y apóstol de la Compañía de Jesús fue seguida por santa María Bernarda Bütler, que dedicó su vida al servicio de pobres y marginados en esta misma ciudad de Cartagena.

En el encuentro entre nosotros redescubrimos nuestros derechos, recreamos la vida para que vuelva a ser auténticamente humana. 

La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.

También, Jesús nos señala la posibilidad de que el otro se cierre, se niegue a cambiar, persista en su mal. No podemos negar que hay personas que persisten en pecados que hieren la convivencia y la comunidad.

Pienso en el drama lacerante de la droga, con la que algunos lucran despreciando las leyes morales y civiles. Este mal atenta directamente contra la dignidad de la persona humana y va rompiendo progresivamente la imagen que el Creador ha plasmado en nosotros. Condeno con firmeza a esta lacra que ha puesto fin a tantas vidas y que es mantenida y sostenida por hombres sin escrúpulos. No se puede jugar con la vida de nuestro hermano ni manipular su dignidad. Hago un llamado para que se busquen los modos para terminar con el narcotráfico, que lo único que hace es sembrar muerte por doquier, truncando tantas esperanzas y destruyendo tantas familias. 

Pienso también en la devastación de los recursos naturales y en la contaminación; en la tragedia de la explotación laboral; pienso en el blanqueo ilícito de dinero así como en la especulación financiera, que a menudo asume rasgos perjudiciales y demoledores para enteros sistemas económicos y sociales, exponiendo a la pobreza a millones de hombres y mujeres; pienso en la prostitución que cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre los más jóvenes, robándoles el futuro; pienso en la abominable trata de seres humanos, en los delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad, e incluso en una aséptica legalidad pacifista que no tiene en cuenta la carne del hermano, la carne de Cristo. 

También para esto debemos estar preparados, y sólidamente asentados en principios de justicia que en nada disminuyen la caridad. No es posible convivir en paz sin hacer nada con aquello que corrompe la vida y atenta contra ella. 

A este respecto, recordamos a todos aquellos que, con valentía y de forma incansable, han trabajado y hasta han perdido la vida en la defensa y protección de los derechos de la persona humana y su dignidad. 

Como a ellos, la historia nos pide asumir un compromiso definitivo en defensa de los derechos humanos, aquí, en Cartagena de Indias, lugar que ustedes han elegido como sede nacional de su tutela.

Finalmente, Jesús nos pide que recemos juntos; que nuestra oración sea sinfónica, con matices personales, distintas acentuaciones, pero que alce de modo conjunto un mismo clamor.

Estoy seguro de que hoy rezamos juntos por el rescate de aquellos que estuvieron errados y no por su destrucción, por la justicia y no la venganza, por la reparación en la verdad y no el olvido. Rezamos para cumplir con el lema de esta visita: ‘¡Demos el primer paso!’, y que este primer paso sea en una dirección común.

‘Dar el primer paso’ es, sobre todo, salir al encuentro de los demás con Cristo, el Señor. Y Él nos pide siempre dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos, renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin amar. 

Si Colombia quiere una paz estable y duradera tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia, desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros.

Se nos pide dar el paso del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz, hablando no con la lengua sino con manos y obras y levantar juntos los ojos al cielo: Él es capaz de desatar aquello que para nosotros pareciera imposible, Él ha prometido acompañarnos hasta el fin de los tiempos, Él no dejará estéril tanto esfuerzo”.

 

Al borde del llanto

Evidentemente emocionado y con su voz entrecortada por la visita del papa Francisco a ‘la Ciudad Amurallada’, El arzobispo de Cartagena, Jorge Enrique Jiménez Carvajal, agradeció al sucesor de Pedro su presencia en nuestro país y el haber hecho posible que se hable el "lenguaje de la esperanza".

El prelado, quien fue aplaudido en varias ocasiones por sus emotivas palabras, dijo al pontífice que toda Colombia lo esperaba con alegría, pues nuestra sociedad necesitaba otra mirada a la luz del evangelio, a dar el primer paso para construir una patria fundamentada en la justicia, la paz, la misericordia y la verdad.

Jiménez hizo alusión a los más desprotegidos de la sociedad, en especial los de su ciudad, donde conviven el lujo y la riqueza con la pobreza extrema.

"En nuestra Iglesia, en Cartagena, sigue habiendo un número muy grande de pobres y excluidos de la sociedad. Somos la ciudad más desigual del país. Por eso, desde el evangelio y en el encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo, los hemos puesto en el centro de nuestra mirada y de nuestro corazón", destacó.

Finalmente, el arzobispo de la ‘La Heroica’ le indicó al santo padre, entre lágrimas: "Colombia entera ora por usted".

"Gracias papa Francisco por estar con nosotros. Por pasar con nosotros un domingo. Por quedarse con nosotros al caer la tarde. Gracias por su visita. Siempre lo recordaremos", finalizó.

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