El grito desgarrador del hijo de María del Pilar debe sonar en los oídos de los colombianos como un mazo a la indolencia e insensibilidad de nuestros comportamientos frente a tanta violencia y dolor.
¿Existe algo más conmovedor que el llanto de un niño? En mi caso, creo que no. Pero si no se trata simplemente de un llanto sino del grito desgarrador por presenciar impotente cómo le asesinan a su señora madre, el impacto sobre quien mire esa escena debe ser absolutamente devastador. Así está hoy Colombia al ver el escabroso video que circula en las redes sociales de la escena vivida en Tierralta (Córdoba) instantes después del asesinato de la señora María del Pilar Hurtado, una humilde recicladora que días antes había sido amenazada de muerte en un panfleto que supuestamente publicaron las autodefensas gaitanistas con algunos nombres compelidos a abandonar el municipio so pena de perder la vida. Con María del Pilar, ciertamente que la perdió.
Confieso que no fui capaz de observar el video de la historia, confieso que frente al hecho de su difusión tengo posiciones encontradas: Buena su transmisión porque se puede lograr el efecto de que Colombia y sus autoridades se conmuevan y busquemos acabar con tanto derramamiento de sangre y mala esa difusión por la utilización de la imagen y el dolor de un niño para lograr ese objetivo.
Tratar de minimizar la muerte de María del Pilar porque no tenía connotaciones de líder social, o por los reales o supuestos problemas de su exesposo, es de una mezquindad increíble. María del Pilar era una mujer trabajadora, luchadora, de condiciones humildes, madre de familia, un ser humano que merece conservar su vida y que nadie, por poderoso que sea, se la pude quitar impunemente.
El grito desgarrador del hijo de María del Pilar debe sonar en los oídos de los colombianos como un mazo a la indolencia e insensibilidad de nuestros comportamientos frente a tanta violencia y dolor que padece nuestra patria. Parecemos una sociedad sin rumbo, una aglomeración de seres inhumanos y sin sentido de nación, un pueblo sin consciencia, atontado. No pareciéramos estar insertos en un mundo que hoy dice llamarse civilizado. Ojalá el desgarrador y adolorido grito de ese niño despierte la conciencia de un pueblo sumido, en la más profunda desidia e indolencia.
La desgracia que padecemos parece ser interminable: ayer unos actores, hoy otros o los mismos, que simplemente cambian de nombre y lo peor, parte de nuestra clase dirigente incendiando y aupando a los violentos y los gobiernos, este y los anteriores, incapaces de controlar esas expresiones de violencia y muerte. Panorama desolador.
El respeto a la vida debe ser un propósito de todos los colombianos. No más huérfanos o familias desamparadas. Esa violencia engendra más violencia. Ese dolor trae más dolor. Vivimos en un espiral de muerte que parece no nos conmoviera como sociedad y allí está nuestra principal tragedia. Que el grito lastimero del hijo de María del Pilar no sea en vano. ¡Basta ya! Ni un muerto más