“Abran la puerta que quiero ser libre” 
 

Autor: Alejandro García Gómez
10 diciembre de 2016 - 06:00 PM

Usted es un enemigo de las Farc, porque no acepta las condiciones de los prisioneros de guerra. 

Usted es un enemigo de las Farc, porque no acepta las condiciones de los prisioneros de guerra; eso no está permitido”, dizque respondió Simón Trinidad al profesor Moncayo cuando le suplicó, por su intermedio al Secretariado de las Farc -quien tenía secuestrado desde el 21 de diciembre de 1997 a su hijo Pablo Emilio y a otros militares en el Cerro Patascoy- para que les permitiera el estudio a distancia de los militares plagiados que lo desearan. Las familias se responsabilizarían de toda la logística. Esto lo cuenta Yury Moncayo en “Abran la puerta que quiero ser libre” (Impresol Ediciones Ltda., Bogotá, 2013). No sería la única humillación. Las recibirían cada día de las Farc, de los sucesivos gobiernos, de los mandos militares y de muchísimos colombianos del común.

Desde esa madrugada –Yury tenía 11 años-, la vida cambió para siempre a la familia Moncayo Cabrera, de Sandoná, un pueblo nariñense. Con una sola voz plural, la de cada uno de la familia, Yury narra el minuto a minuto de esa madrugada y de esos primeros días de angustia enloquecedora, mientras el resto de los colombianos nos sumergíamos en las fiestas de Navidad y Año Nuevo y los sandoneños, y nariñenses en general, en la locura de un nuevo Carnaval de Negros y Blancos. 

Y pasa esa primera Navidad, el Año Nuevo y los Carnavales. Y pasa el primer mes de angustia. Y pasa el primer año. Ellos, los familiares de los militares secuestrados, no cuentan para el gobierno ni para nosotros los colombianos, a quienes desde hace tiempo se nos han empañado los espejos del alma. El país cambia de presidente. El fatuo Pastrana reemplaza al desvergonzado Samper. Pasa otro gobierno. Llega el primer mandato de Uribe. Igual cinismo; la angustia y el dolor de ellos no importan. Al contrario, comienzan los chismes que van y vienen; el más canalla de todos: que el secuestro es un contubernio entre el Profe Mocayo y las Farc para conseguir dinero. La hipocresía del primer cuatrienio de Uribe es igual o peor. Sólo cuentan los “secuestrados de primera”. Termina el primer mandato de Uribe. Nada. El Profe Gustavo imagina mil maneras de llamar la atención para que el gobierno actúe, pero nada nos saca del marasmo al país y de la doblez a los sucesivos gobiernos y a las Farc. 

El domingo 17 de junio de 2007, Estela Cabrera, madre y esposa, ha preparado una comida especial, donde no falta el cuy con papas y ají de maní y huevo, porque es el Día del Padre. En medio del almuerzo, El Profe informa a su familia que ha decidido caminar desde Sandoná hasta Bogotá. Salgo ya, les dice. Decisión arriesgada sí pero no tan peligrosa –ni tan fatal- como la que tuvo pensado: hacerse enclavar sobre una cruz en la Plaza de Bolívar, que la tuvo decidida. Sólo desistió por las súplicas y disputas con su esposa, el llanto de sus hijas y demás familiares. Yury, que ya ha cumplido los 20 años, toma también la decisión más trascendental de su vida. El Profe no había contado a nadie su plan. Ella observa que empaca un par de pantaloncillos, medias, camisetas y un pantalón. Lo ve salir solo desde su casa y el alma se le empieza a arrugar. Cuando su padre ha recorrido más de media cuadra, le grita: “¡Tavo, esperáme, que yo también me voy con vos!”. Como puede, arma otro mínimo bolso para sus efectos personales. Salen a las 3:40 pm desde Sandoná. Los despiden mínimas personas, además de su familia. El propósito es llegar a la glacial Pasto, la capital, a casi 50 km de distancia. Caminan toda la noche y, a la madrugada, observan a la distancia las luces de la ciudad. 

Así van cumpliendo cada uno de los objetivos que los llevarán -desde el sur- al centro de Colombia y luego por Latinoamérica, Europa y el mundo en este desgarrador testimonio y Yury los narra con los errores del novel escritor, pero con su sangre.

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