Ahora ni siquiera el reto es encontrar acuerdos de paz, ahora el reto es esa multiplicación de la violencia y la informalidad
Al observar el destino desigual del esfuerzo por conocer lo concerniente a la vida social y lo propiamente humano desde los puntos de vista de la escala, la perspectiva o los índices debemos aceptar el regreso y casi que la omnipresencia de la incertidumbre. En momentos en los cuales todos en todas partes empezamos a sentir los rigores de la crisis financiera nos damos cuenta de que no sólo hemos perdido las razones, en el sentido hobbesiano, sino que también ya no hay un lugar tan claro para la pretensión de lograr la razón, las certidumbres huyen y la capacidad de predecir se encuentra en otro callejón sin salida. La diversidad y pluralidad de sentidos hace muy difícil la obtención de explicaciones y mucho más las predicciones sobre acontecimientos futuros o en proceso.
Ha llegado a su final una cierta concepción de la investigación social y su capacidad de ofrecer explicaciones aceptables y suficientes. Enfrentamos la era de la incertidumbre dura en el centro de los conocimientos sobre lo humano y lo social. En dominios como la naturaleza es obvio que avanzamos, pero aún esos conocimientos deberán pasar por una discusión participativa y por la toma de decisiones más democráticas y abiertas a los reconocimientos de los múltiples intereses. Ya no contamos con certezas que nos permitieran poner el saber en el centro y darle seguridad a nuestro progreso y al desarrollo social.
Una vez más la inestabilidad, la poca predictibilidad y la incertidumbre en materia económica nos llevarán aún más a un talante escéptico. Hemos entrado en un terreno en el cual ya es el cálculo del riesgo, el cual no se ajusta a grandes teorías ni modelos, sino que entraña un estudio de las condiciones reales de nuestras acciones. Ya no es tan posible la utópica sociedad del conocimiento pues la idea de ciencia social y del saber se han transformado y debemos ahora aprender a convivir con la inseguridad, los bajos niveles de verosimilitud, el aumento creciente del riesgo y una incertidumbre generalizada.
Podemos afirmar que ahora nuestra ignorancia es mayor pues el dinamismo social y cultural crea formas nuevas de manera vertiginosa y las categorías y los conceptos se deslizan. Ya no es verdad la regla que afirma que nuestros conocimientos de lo social pueden equiparar la ciencia normal en los dominios de la naturaleza, cada vez vemos más dominios sobre los cuales no parece factible decir cosas coherentes. Esto no quiere decir otra cosa que ahora es imprescindible invertir mucho más dinero en la investigación social y que el impulso a buscar conocimientos confiables se hace más urgente. El orden de los problemas ha cambiado y solo ver nuestra sociedad colombiana nos pone frente al tamaño del reto: Ahora ni siquiera el reto es encontrar acuerdos de paz, ahora el reto es esa multiplicación de la violencia y la informalidad. Retos mundiales están detrás de la necesidad de regular los mercados o mitigar el cambio climático. En las cuestiones más palpitantes nos enfrentamos a riesgos en relación con los cuales la investigación de ningún tipo proporciona ninguna fórmula de solución segura.
Ni la ciencia política, ni la historia están en condiciones de liberar a la actividad política de la responsabilidad de tener que tomar decisiones bajo condiciones de riesgo e inseguridad crecientes. Ya no es muy útil la idea de un saber acumulativo y por ello se alejan las posibilidades de predecir o visualizar consecuencias pues la ignorancia aumenta y no podrá ser eliminada como soñaba la modernidad y ahora hablamos de aceptar su irreductibilidad y sólo se piensa en entenderla un poco, incluso tolerarla. Las sociedades del conocimiento están pues aprendiendo a gestionar y aceptar ese desconocimiento creciente.