Miles de jóvenes, por todo el país y el mundo hicimos la dura tarea de solicitar firmas, ardua pero más que eso grata y edificante
¿Cuánto le pagan por eso? Era una de las preguntas que nos formulaban a quienes salimos a solicitar firmas por nuestros candidatos en la calle, parques, oficinas, universidades y en los más diversos sitios de Colombia.
Quiero contar esa experiencia personal desde mi punto de vista y, claro, desde el punto de vista de mi movimiento político, Compromiso Ciudadano, cuyos integrantes, en especial miles de jóvenes, por todo el país y el mundo hicimos la dura tarea de solicitar firmas, ardua pero más que eso grata y edificante. Salimos a recoger firmas para que Sergio Fajardo, la cabeza de nuestro movimiento, se pudiera inscribir como candidato a la presidencia de Colombia, nuestro duro pero siempre bello país del que tenemos tantas esperanzas.
Salimos a pedir firmas por una razón legal: Nuestro movimiento no es todavía un partido con personería jurídica y, por tanto, no podemos inscribir a nuestros candidatos de manera directa. La ley nos permite que sea la gente con su firma la que otorgue esa posibilidad, es nuestra única opción, pero, ¿habrá algo más democrático que eso?
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Y vuelvo a la pregunta que algunos nos hacían en la calle, ¿cuánto le pagan por eso? Mi respuesta, al igual que la de los demás voluntarios del movimiento, fue casi siempre la misma: “Nada. Mi pago es tener una Colombia mejor para mis hijos, para usted y para mí”. No es una pregunta extraña en un país poco acostumbrado a trabajar solo por ideales. Algunos se sorprendían con la respuesta, varios seguían indiferentes y otros pocos no nos creían.
Es mi testimonio y el de miles que emprendimos esa aventura: Salimos a solicitar firmas por convicción para conseguir nuestro ideal de país. Solo a cambio de eso, nunca una dádiva, un puesto ni un contrato. Yo lo hice varias veces, pero los jóvenes lo hicieron muchos más días y noches. A ellos se deben los resultados. ¡Incansables!
Para nosotros no se trataba de lograr que alguien simplemente escribiera con su puño y letra sus nombres y apellidos, su cédula y estampara su firma en una planilla. No. Era mucho más que eso. Era y es un compromiso que adquiríamos con cada persona, al igual que muchas personas firmaban comprometidas porque se sentían parte de la democracia viva de su país.
No, no era solo la firma. Entablábamos un diálogo con la persona, no importaba quién fuera ni el tiempo. Escuchábamos y palpábamos a Colombia. La decencia, la sinceridad y la deliberación antes que todo porque ese es el único camino que consideramos para realizar nuestros sueños. Incluso, había respetuosas y fructíferas conversaciones con quienes manifestaban no firmarían ya fuera por indiferencia o porque les gustaba otro candidato. No salíamos a vender aguacates como algunos se burlaron, salíamos a tejer democracia. Y eso es serio.
Fueron muchas las firmas recogidas, bastante más de las que exige la ley, pero fue más valiosa la vivencia de estar en la calle sintiendo a la gente, escuchando sus ideas, anhelos, desahogos y cuitas, muchas ni siquiera relacionadas con política. Fue, ante todo, una rica experiencia humana. Sentimos latir el corazón de Colombia.
Bajo la lluvia o el inclemente sol, entre el humo de los carros, en ciudades y pueblos apartados, cansados pero con esa adrenalina que genera hacer democracia de verdad. Recibimos felicitaciones, insultos, ánimos, improvisados discursos callejeros, indiferencia y a veces agresiones violentas. Entendible: estábamos en la calle donde todo es posible. Sabíamos que nos exponíamos a recibir en la cara la rabia que mucha gente tiene acumulada contra la clase política tradicional. Pero siempre respondíamos con un paciente y sincero “gracias por su opinión”.
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Y gracias jóvenes, mujeres y hombres, de Compromiso Ciudadano, fue un ejercicio maravilloso. En mi caso, las veces que me puse en esta tarea llegaba a mi casa renovado pese al cansancio. Rejuvenecido.
Gracias jóvenes. Hace 18 años pensamos que se podía y seguimos pensando que se puede porque, además, hemos podido. Ojalá este sea un ejercicio de todos los partidos y movimientos, sean cuales fueren sus ideas y candidatos. Un ejercicio que puede ser solicitar firmas, repartir volantes o conversar con la gente. Ese es el oxígeno para nuestra democracia que se está ahogando si no salimos a darle respiración con alegría, entusiasmo, inteligencia y discusión sana.