Era frecuente que en las visitas de pésame las señoras estuvieran en una sala y los señores en otra, como si el respeto por la muerte separara irremisiblemente los sexos.
No sé por qué la cursilería se exageraba en las antiguas visitas de pésame.
Todo lo cursi que tenían las familias y sus amistades, salía a flote cuando había algún pésame. Los viejos trajes negros (antes de coctel) acaso los sombreritos con velos empolvados, guantes y cartera de la mamá y claro el café servido en vajillas desportilladas.
La familia estaba triste, era lógico; la desaparición del que se había ido, era lamentable. ¡Y todo eso era digno de respeto, hasta que llegaban las visitas, muy queridas y bienvenidas, pero la cosa se volvía caótica!
Las visitas entraban todas compungidas, acaso oliendo a baúl antiguo y preguntaban por los familiares lejanos: - “¿Qué hay de ELLOS, han estado calmaditos? ¿Se tomaron la pastilla? ¡Hay que hacerlos comer, y que descansen!”.
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Y a los deudos más allegados -“M’ijitico/a, siento mucho, cómo te acompaño, lo que te hemos pensado…” Y les daban sus palmaditas en la espalda, cosa que (se suponía) les debía confortar mucho. Y luego: - ¿“Y cómo fue que murió?” (Pregunta imprudente). Suspiro, corto llanto y vuelta a repetir lo que ya se había contado cien veces: - “No, pues se desplomó en el baño, se llamaron los médicos, vino la ambulancia, pero llegando a la clínica vimos que se nos había quedado muerto por el camino…”
-" ¡ Ay, pero quién iba a pensar, tan bien que estaba, y tan joven!" (Todos los muertos son siempre demasiado jóvenes, eran lo mejor de la familia y estaban tan sanos la última vez que uno los vió!)
Se pasaron tintos en la vajilla desportillada y cuando la cosa se puso íntima, hasta se pasaba algún alcohol, y se ponían unas mesitas…con vasos y ceniceros. ¡Cómo le hubiera gustado a él!
Era frecuente que en las visitas de pésame las señoras estuvieran en una sala y los señores en otra, como si el respeto por la muerte separara irremisiblemente los sexos.
A menudo sucedía que de toda la visita -con excepción del muerto- uno no conocía sino al propio marido, y desesperada de no ver sino caras de señoras desconocidas ,(que a su vez se preguntarían quién sería una), en un arranque, como quien se va a agarrar a una tabla de salvación, se iba a parar al lado del marido, a quien desde luego le había pedido desde la entrada “no me abandones”.
Pero éste que había levantado conversación (de negocios!) con los señores "del salón de los señores" apenas la miraba a una como diciendo: -“¿Qué haces aquí”? No le dirigía la palabra y continuaba su conversación.
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Entonces una, toda mansa y humillada, volvía a sentarse en el sofá de las señoras. Tal vez a hablar de las chicas del servicio, que afortunadamente existían. Porque, ¿qué otro tema puede tener en común un grupo de señoras que no tiene nada en común? Ninguno. Y cuando uno ya ha preguntado varias veces por el muerto y le han contestado que gracias, que está de lo más bien muerto; agotado todo tema, uno quiere morirse. ¡Y si se empeña y brega un poco y la visita se prolonga, lo consigue!
A la despedida los del duelo recibían otra tanda de palmaditas confortativas que acababan por dejarlos con tal dolor en la espalda, que al día siguiente se tenían que ir a tomar radiografía de los pulmones. Y tomar el siempre famoso “Confortativo Salomón” para quedar al menos tan sabio como Él.
*Psicóloga PUJ Filóloga U de A