Mentir, ocultar y eludir responsabilidades son prácticas corruptas que esta sociedad, agobiada por las miserias de algunos con lo que a todos pertenece, deja pasar sin estremecerse
En su visita, el papa Francisco ofreció a los colombianos lecciones éticas y análisis religiosos que hemos recogido como el alegre y esperanzado primer paso del país hacia la reconciliación y la paz. En su carácter de guía moral y espiritual, mostró caminos para avanzar con pasos transformadores personales y sociales que nazcan en el reconocimiento de los débiles, las víctimas, como él lo hizo cuando oró al mutilado Cristo negro de Bojayá, y en las opciones de misericordia desde ellos y el resto de la sociedad hacia “los equivocados”. Tras el retorno de Su Santidad a Roma, el país transcurre en la dicotomía de recoger sus enseñanzas, para sembrar semillas que puedan fructificar en paz, o mantener y profundizar los yerros que han forjado desconfianza, tristeza y desesperanza.
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El sendero de la reconciliación, lo dijo el Pontífice en la mayoría de sus intervenciones en el país, empieza con la verdad, que en su concepto “no debe conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y el perdón”. La verdad reclamada por el Papa no tiene matices, es clara como su discurso: “Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos”. El riesgo de haber espectacularizado la conmovedora presencia de Francisco, desactivando la riqueza de su presencia, se muestra con hechos que contrarían la voluntad de verdad.
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Las Farc han mentido abiertamente (ver infográfico). Lo han hecho diciendo que no tienen secuestrados, cuando las organizaciones de víctimas coinciden en denunciar que no han liberado o respondido por la suerte de 750 víctimas de ese crimen. También mienten cuando niegan bienes que poseen en Colombia y el exterior y que además quieren usar para financiar su madrugadora actividad política y no para retornar o reponer a sus víctimas.
Las Farc también faltan a la verdad cuando ocultan y buscan eludir sus pocas responsabilidades en el proceso de paz. Ellas mismas han confesado que no entregarán más menores de edad reclutados forzosamente a pesar de que su obligación era entregarlos sin artimañas. Y con aquiescencia de la ONU y el Gobierno Nacional, ocultan armas que han quedado guardadas en 248 de las 998 caletas que reconocieron tener y ahora el Gobierno debe encontrar y desmantelar.
En su renuencia a cumplir con su parte en la justicia transicional -promesa todavía incumplida a las víctimas- esa organización elude cumplir con sus responsabilidades con la sociedad. Las de terminar el conflicto armado y la victimización -que sirvieron como excusa para imponer sacrificios a las víctimas-, lo que se expresa en la dejación de las armas pero también tendría que hacerlo en contribuciones efectivas al combate a las disidencias que heredaron armas, cultivos ilícitos, minería ilegal y control territorial en 41 municipios. También eluden las acciones reparadoras, que se han pretendido llevar a cabo con la figura -y negociado- de los “gestores de paz”. El Gobierno reconoce que los farianos no están aportando al desminado humanitario y la erradicación de cultivos ilícitos, obligaciones que les entregó el acuerdo final.
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Estas mentiras, ocultamientos y elusiones contra los compromisos que suscribieron con el Gobierno Nacional y que el Congreso avaló, desconociendo la voluntad de las mayorías excusándose en una apelación a la confianza en la “voluntad de paz” de las Farc. En sus intervenciones, el Papa Francisco apeló a necesidad de la formación de la “res pública” (bien común) como condición para que el país se reconcilie. Ese proceso exige justicia transicional y perdón, además de acciones más exigentes, como respeto y protección de los débiles, eliminación de la miseria y la desigualdad y “la renuncia al camino fácil pero sin salida de la corrupción”. Mentir, ocultar y eludir responsabilidades son exactamente los componentes de esa corrupción que esta sociedad, agobiada por las miserias de algunos con lo que a todos pertenece, deja pasar sin estremecerse.
En consonancia con el anhelo de aportar a la reconciliación, la defensa de los derechos de las víctimas, y el reclamo por aquellos conculcados y desconocidos, camina en el sendero iniciado por el papa Francisco en su reconocimiento de los débiles y adoloridos. Y ese caminar nada tiene que ver con el de quienes se empeñan en sembrar cizaña o empuñar ideas de venganza, que algunas mentes calenturientas endilgan a organizaciones y ciudadanos que se han echado al hombro la defensa de las víctimas y sus derechos.