Usted no sabe quién soy yo: hago trabajo sexual

Autor: Redacción
16 abril de 2017 - 02:00 PM

Así fue la performance Nadie sabe quién soy yo de la artista Nadia Granados, primera socialización pública del programa de Residencias Cundinamarca del Museo de Antioquia.

Medellín

Pablo Bedoya Molina

Historiador
Mg. en Historia. 
Profesor e investigador 
Universidad de Antioquia

(Especial para Palabra&Obra)

 

Para casi nadie en esta ciudad es un secreto que, si fuéramos hacia el occidente bajando por la Av. León de Greiff, sería probable que nos topáramos, por lo menos, a una mujer de las tantas que en esa zona ejercen trabajo sexual. La misma historia si merodeáramos por los alrededores del Museo de Antioquia: La Veracruz, el Raudal. En contra de lo que en varios proyectos de renovación urbana de esta zona del centro se ha buscado, el Museo de Antioquia ha debido aceptar que convive con la cotidianidad del trabajo sexual. Sin duda, es uno de sus principales vecinos.


Nadie sabe quién soy yo de la artista Nadia Granados, primera obra producida como parte del programa de Residencias Cundinamarca del Museo de Antioquia es una propuesta que de manera contundente le ha apostado a  la construcción de un puente entre el deber ser del Museo y  una de sus más visibles realidades vecinas, la del trabajo sexual. En una performance construida a partir del formato de un cabaret se ofrecen distintos fragmentos que recoge técnicas audioviduales y teatrales para representar distintas dimensiones de la experiencia de las mujeres trabajadoras sexuales de la zona, desestabilizando los imaginarios y las formas de estigmatización que sobre ellas se han tejido.

 

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Desde hace algunos años el Museo abrió una reflexión sobre el lugar y las formas de representación de las mujeres en el arte y en la tradición artística de la ciudad a partir de proyectos como Máquinas de vida y posteriormente durante el MDE15 con la exposición de un grupo de obras de artistas como Carlos Motta, Daniela Ortiz o Giussepe Campuzano. Esta línea de trabajo que ha puesto en marcha el Museo nos permite comprender cómo las representaciones que históricamente el arte ha producido sobre las mujeres ha pasado por la invisibilización de la experiencia en primera persona; en otras palabras, las mujeres han sido representadas desde afuera a partir de lo que las voces autorizadas –a saber los varones- has plasmado sobre ellas. Dentro de sus tantos efectos, la figura de las mujeres fue condenada  al espacio doméstico o al de la obligatoriedad de la belleza.


Esta invisibilización se agrava cuando las mujeres de quien se habla no son dignas de narrar y recordar según los parámetros del grueso de nuestra sociedad pacata. De modo que una doble inversión nos ofrece el museo cuando nos hace pensar algo que cotidianamente denigramos tanto.


En esta línea de reflexión, Cabaret logra entregarnos un ejercicio de auto-representación realizado desde estas mujeres.  Ya no es un arte que habla de un “ellas”, sino una propuesta que habla de un “nosotras”. “Nada sobre nosotras, sin nosotras” diría la clásica consigna de los movimientos de mujeres que, claramente, esta propuesta entendió muy bien. De modo que una de las más notables apuestas de Cabaret consistió en la construcción de un producto colectivo donde se plasmó el sello de la artista invitada, al igual que del museo y de un grupo de mujeres muy diversas entre sí, donde la mayoría de ellas ejercía o había ejercido trabajo sexual.


Quizá allí radica otro de sus aciertos, en la diversidad de la experiencia. La obra no pretendía de ningún modo ofrecer una visión uniforme o universalizada ni de este oficio, ni de estas mujeres. No pretendía dar una mirada “completa” y superficial de una realidad heterogénea. Cabaret te pone frente a la representación de pequeñas partes, frente a fracciones de las múltiples trayectorias de vida, frente a mujeres muy distintas donde la experiencia de una no era de ningún modo subsumible a un todas. No habla de la mujer o de la trabajadora sexual, habla de las mujeres y de las trabajadoras sexuales, ofreciendo así una mirada descentrada, aunque localizada y situada.


Se esperaría de una pieza de este tipo que fuera un memorial de agravios sobre la vida estereotipada que nos imaginaríamos sobre las trabajadoras sexuales. Todo lo contario. La obra reivindica un oficio, dignifica un lugar en el mundo y pisotea sin ninguna culpa los tratamientos altruistas y lastimeros que tradicionalmente se hacen al acercarse al trabajo sexual.


Las voces de Luz Mery Giraldo, Gladys Restrepo Rojas, María Adela Villa, María Delia Flores, Jaqueline Duque, Carolina Gómez, Johana Barrientos y Gloria Zapata Rojas no constituyeron un segundo plano, no fueron el coro de una artista principal, en este caso Nadia Granados. Sus voces constituyeron la voz cantante de esta pieza. En un tono propio nos narraron sobre sí mismas y sobre sus vidas,  dejando ver la complejidad de las formas de exclusión a las que se enfrentan, las formas de desigualdad que sortean a diario en los espacios más íntimos, así como las problemáticas de la ciudad que a simple vista no guardarían una relación directa con este tema, tal como el desplazamiento forzado o la violencia intrafamiliar. 

 

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Así mismo, estas voces en primera persona nos obliga a ver a estas mujeres como agentes, más que como víctimas. Como mujeres que toman decisiones, como personas que reinvindican y buscan el reconocimiento de su oficio sin hipocresías morales, una declaratoria que pone un reto a los enfoques y a los tratamientos que desde Estado y los propios movimientos sociales se hacen sobre el tema.


Por estas razones, hace tiempo una obra no me dejaba sin aliento. Hace tiempo no aplaudía con tanto ahínco. Hace tiempo no sentía esa sensación de agradecimiento porque un performance me llevara a la apreciación y la contemplación artística al tiempo que me arrojaba sin aviso a la incomodidad que produce el develamiento de una realidad ocultada, que en este caso no se circunscribe a un supuesto mundo lejano de unas mujeres lejanas, sino que nos interpela sobre nuestras prácticas más cotidianas y nuestro lugar en la reproducción de su invisibilidad. No podría afirmarlo con total vehemencia, pues aún hay mucho qué contar, pero sin duda, después de haber visto Cabaret, no podría decir “no sé quién es usted”.

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