Unidad o división 

Autor: Sergio de la Torre Gómez
29 enero de 2017 - 12:00 AM

El alto mando militar (comprado con prebendas, sinecuras y sueldos estrafalarios, decantado y purgado al punto de que su lealtad hacia el gobierno en principio está bien guardada) luce muy satisfecho con la dupla de Maduro y Diosdado.

El alto mando militar (comprado con prebendas, sinecuras y sueldos estrafalarios, decantado y purgado al punto de que su lealtad hacia el gobierno en principio está bien guardada) luce muy satisfecho con la dupla de Maduro y Diosdado. El régimen ya se asemeja a un monolito (representación visual de la hegemonía staliniana), réplica del cubano, que a su vez remeda al soviético abolido tiempo ha. Incluso el tan voluble general Padrino, quien en los recientes comicios parlamentarios, que ganó la oposición, se opuso al fraude intentado a última hora contra sus resultados, ya está alineado.
La alta oficialidad entonces, por lo visto está plegada. Pero hay allá dos factores que socavan su autoridad, o el monopolio de las armas a que todo ejército aspira para obrar a sus anchas, sin competidores que estorben o dupliquen su engorrosa tarea de mantener el orden y la seguridad. El primero es la presencia en las guarniciones, en número elevado, de militares cubanos adictos específicamente al presidente Maduro, cuya simbiosis con la cúpula habanera estuvo probada siempre. La misión de los isleños es la de asesorar, adoctrinar y vigilar a sus pares venezolanos para prevenir desviaciones. La clave del dominio absoluto que los legatarios de ese marxismo emocional, mal digerido y ya archivado en el resto del mundo (salvo en la isla y en la pintoresca Norcorea), que desesperados y a marchas forzadas los discípulos de Chávez tratan de abroquelar en Venezuela antes de que se produzca una fisura o quiebre, la clave, digo, está en la disciplina cerrada de la fuerza pública oficial a la camarilla apoltronada de tiempo atrás en la cima. Camarilla redentorista, como se finge ella misma, o de un populismo ramplón e improvisado, diría yo, si lo definimos bien, fieles a lo que, herencia del viejo justicialismo argentino, todavía nos ronda en el subcontinente, aunque retrocediendo.
El segundo factor aludido atañe a las llamadas “milicias”, reclutadas en los bajos fondos para hacer el trabajo sucio (que el ejército, por pudor, se resiste a hacer) de responder a garrote limpio, o a plomo si es del caso, a la protesta ciudadana. Se trata de un cuerpo paramilitar formado por miles de truhanes debidamente adiestrados y sin hígados para arremeter contra la oposición que se congrega pacíficamente, a cielo abierto. Hay tanta violencia como se requiera para sofrenar a los inconformes. No importa que sean estos mayoría en las urnas: ello poco preocupa a los falsos redentores, estén en las barricadas o en el poder, pues su dominio y fementida legitimidad no emana de los votos sino de la fuerza bruta y del miedo que se infunde a una sociedad silenciada por la amenaza del castigo. No se olvide que, pese a los escrutinios ganados y reconocidos, al hambre y las colas, lo que le ha dado vida al chavismo en estos años de baja renta petrolera fue la masacre perpetrada hace unos años en Caracas, con 45 manifestantes tendidos en el pavimento. Las satrapías se imponen por el miedo.
La fuerza armada entonces, compuesta por las tres vertientes señaladas (fuerzas regulares, milicias y cubanos en la trastienda) no es monolítica, pero en lo básico, cuando lo que se juega es la estabilidad del régimen, actúa unida. Y así será al menos por un tiempo todavía largo. 

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