Una tarde con Johannes Vermeer, en Washington

Autor: Félix Ángel
24 diciembre de 2017 - 02:00 PM

Una visión de Félix Ángel sobre la exposición Vermeer y los maestros de la pintura de géneroen la Galería Nacional de Arte

Washington D.C

Desde hace días tenía planeado visitar la exposición Vermeer y los maestros de la pintura de género (Vermeer and theMastersofGenrePainting), en el edificio Oeste de la Galería Nacional de Arte, en Washington DC. El día de hoy (17 de diciembre), gris, húmedo, frio, resultó perfecto para ello.

Saliendo de la estación del Metro en los Archivos opté por acceder a la Galería por la entrada de la calle 7a entre las avenidas Pensilvania y Constitución, la entrada más cerca al museo en relación con la salida del tren, y buena disculpa para recorrer rápidamente las salas dedicadas a la pintura española e italiana del Manierismo y el Alto Renacimiento, antes de cruzar la Rotonda y llegar a las salas de exposiciones transitorias al frente del patio Este.

El retrato de RanuccioFarnese, de Tiziano, que discretamente desde una esquina inspecciona inquisitivamente la sala dedicada al genio veneciano, pareció entender mi afán y compartir mi curiosidad. Tuve la impresión de que el muchacho no veía el momento de dejar de posar para correr conmigo a visitar la exposición de los holandeses; después de todo su autor y Vermeer comparten algo en común aun separados por un siglo. Venecia y Holanda en ese entonces hacían parte del mismo imperio.

Mientras tanto, me invadía el temor de ser forzado a hacer cola y esperar en caso de que la muestra estuviese en exceso concurrida, tal era mi entusiasmo, lo cual no es inusual dada la acogida masiva con que el público de Washington acude y reconoce el profesionalismo a todos los niveles que distingue las producciones y co-producciones de la Galería Nacional de la Ciudad Capital.

Organizada en colaboración con el Museo del Louvre, la Galería Nacional de Irlanda en Dublín y la Galería Nacional de arte en Washington, la muestra presenta las grandes obras maestras de Vermeer y las de sus contemporáneos. Reunir las obras, sin duda, fue una operación logística de tenor complicado. La procedencia indica que vienen de todas las esquinas del planeta donde hay museos importantes, y ello confiere a la exposición un carácter especial y único.

Entrar por la calle 7ª no resultó ser un asunto del azar. Al salir al corredor principal, antes de la Rotonda donde se cruzan los dos ejes principales del edificio -espacio que domina Mercurio, no el planeta sino el bronce (replica) del artista flamenco Giovanni Bologna-- fue necesario visitar la exposición de los artistas de gabinete holandeses y flamencos de la Galería -que incluye dos Vermeer, entre ellos la maravillosa pintura Muchacha con sombrero rojo, como preámbulo obligado para entender el carácter intimista y otros aspectos de la pintura en los países bajos durante el barroco, y las diversas temáticas como el bodegón, el paisaje y el retrato, que dan pie para tener presente cuestiones idiosincráticas que son importantes al momento del análisis.

Lea también: En su día, un pobre balance de los museos de nuestra ciudad

Los maestros de los Países Bajos

De pronto el tradicional silencio de la Galería fue reemplazado por los contrapuntos musicales de melodías de repertorio anglosajón, confiriéndole a la experiencia una inesperada dimensión celestial.

Las puertas de acceso a la exposición de Vermeer estaban abiertas de par en par, sin congestión de ninguna clase, pero concurridas, no atestadas al punto de que el público se convierte en estorbo para mirar con atención gracias en parte a la generosidad de los espacios, y al civismo con que se comporta.

A través de comparaciones con las obras de otros artistas de la edad de oro holandesa -entre ellos Gerrit Dou, Gerard ter Borch, Jan Steen, Pieter de licor, Gabriel Metsu, CasparNetscher, y Frans van Mieris- la exposición demuestra la existencia de una red de pintores especializados en la representación de la vida cotidiana, Vermeer uno de ellos, que a la vez se admiraban, inspiraban y competían entre sí.

Estos pintores no estaban concentrados en un mismo lugar. Pintaban en diversas ciudades de los siete Países Bajos unidos, sin embargo, las obras demuestran semejanzas marcadas de estilo, tema, composición, y técnica, lo que permite concluir que existió una notable interacción entre ellos, y el deseo de competir por una clientela económicamente pudiente, vital para la subsistencia.

“Esta rivalidad dinámica jugó su papel en la notable calidad de sus respectivas obras”, dice el texto de presentación. “En este contexto, podríamos estar tentados a pensar en Vermeer como un pintor entre otros”. El contacto, reciproco, influía entre los diversos artistas de forma diferente, pero con la misma meta de lograr ser más agudo y más individual. Vermeer entonces emerge no como innovador estilístico, sino como agente de la metamorfosis. De ahí el subtítulo de la exposición: “Inspiración y Rivalidad”.

Este es Vermeer

El apodo de "la esfinge de Delft", acuñado por el periodista y crítico de arte francés Théophile Thoré-Bürger cuando reveló a Vermeer al mundo a finales del siglo XIX, sirvió por muchos años para promover una imagen enigmática del pintor como un genio solitario, pero no tiene fundamento en la realidad. Fue exactamente lo opuesto. El éxito de Vermeer como artista en su tiempo, como es el caso con cualquier artista en cualquier tiempo, no hubiera sido posible trabajando aisladamente (1632 – 1675).

En contexto, la similitud con sus contemporáneos es obvia, y las diferencias resaltan aún más. Vermeer por ejemplo, casi siempre coloca objetos -sillas, mesas- entre el espectador y sus sujetos, como para mantener cierta distancia entre ambos, y permitir la observación sin molestar al observado, una especie de prudente voyerismo que protege al retratado, por lo general mujeres, de una cercanía innecesaria.

Vermeer prefiere la luz natural para iluminar sus composiciones, confiriendo a los personajes naturalidad como tales, credibilidad difícil a veces de encontrar en los demás. Es una luz blanca, impoluta, que carga, y transmite un sentimiento de pureza y rectitud.  Otro componente es el elemento ético, moral, que sutilmente esta embebido no solo en la acción, como es el caso de la Mujer sosteniendo una balanza, sino en el arreglo premeditado de la escena. La mujer observa la balanza mientras atrás una pintura del Juicio Final establece connotaciones que Vermeer se ahorra en indicar literalmente.

Al salir de la exposición el coro se había marchado, pero el aire parecía reverberar con las melodías propias de la temporada. Afuera, ya de tarde, el día continuaba gris, húmedo y frio.

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