Una flor atacada

Autor: Henry Horacio Chaves
8 diciembre de 2017 - 12:09 AM

La violación de una joven con discapacidad esta semana en Medellín, nos recordó lo frágiles que son y lo mucho que nos necesitan

No había pasado una semana de la conmemoración internacional de los derechos de las personas con discapacidad que promueve Naciones Unidas, cuando ingresó en la clínica Las Américas una joven Down de 20 años que al parecer fue violada. La llevaron sus vecinos indignados y conmovidos, mientras las autoridades esperan los resultados de medicina legal para avanzar con la investigación en la que todo señala a un posible abusador que será procesado. 
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Probablemente si no se tratara de una persona con esa discapacidad no habría ocupado el mismo espacio en la agenda informativa, en parte para evitar una doble victimización de quien es víctima de un abuso con la exposición, y en parte, porque son tantos los casos que parecen poco novedosos. Por loco que parezca, en el mercado internacional se ofrece vestuario para evitar violaciones y en Costa Rica causó polémica esta misma semana un anuncio del Organismo de Investigación Judicial, OIJ, en el que les recomendaba a las mujeres evitar prendas demasiado sugestivas o “provocativas”. La campaña fue desmontada y la entidad se disculpó, pero quedó retratado parte del acervo latinoamericano que sigue cargando con la responsabilidad del abuso a la víctima. La única causa de las violaciones es que hay violadores.
Sin embargo, en esta materia como en tantas otras, las personas con discapacidad suelen ser más vulnerables y las consecuencias de esos abusos también suelen ser mayores. Como son más indefensas son mejores presas para los depredadores. Son como flores, hermosas pero vulnerables. Así lo explicó César Alejandro Pérez, sicólogo del Instituto Los Álamos, quien dijo que las personas con discapacidad cognitiva tienen menos recursos para manejar ciertas situaciones y como muchas veces tienen dificultad para expresar el peligro o alertar a los cuidadores, son más fáciles para los perpetradores. Cada caso es distinto, pero cada uno es una tragedia y cuanto menos desarrollo del lenguaje es más difícil prevenir los abusos. 
Unos días antes, con ocasión del Día Internacional, Mery Velandia, la directora de la misma institución, había explicado la norma nacional que obliga de aquí en adelante al Sistema General de Salud a adecuarse para garantizar los derechos sexuales y reproductivos de esta población. Advirtió que eso no va a acabar los abusos, pero confió en que cambiará la manera como se atienden las situaciones a partir de ese momento. Atrás quedarán prácticas seguramente bien intencionadas pero crueles como la esterilización forzada, que tendrán que dar paso a los consentimientos informados y la educación para garantizar la autodeterminación con los apoyos que hagan falta. 
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Como ocurre en un alto porcentaje de las violaciones, uno de los riesgos más frecuentes en los abusos a personas con discapacidad está en el contagio de enfermedades de transmisión sexual y en embarazos no deseados. Dos eventos que el sistema tiene que atender con una mirada más amplia en clave de derechos, pero que también debe resolver desde las necesidades particulares de cada caso y con los apoyos profesionales pertinentes.
Un terreno ganado durante muchas décadas es haber entendido que las personas con discapacidad son ante todo eso, personas. En consecuencia, la familia, el Estado y la sociedad están en la obligación de garantizar el respeto a sus derechos y no ponerles más barreras de las que les puso la vida. 
Dicen los expertos que el país ha avanzado en esa dirección, pero aún falta camino. Está en marcha la implementación de nuevas normas para garantizar no solo los derechos sexuales y reproductivos de esta población sino también su inclusión en el sistema educativo y en el mundo laboral. Esos mismos expertos insisten en que no basta con la expedición de las normas, que de eso tenemos bastante, es necesario romper las barreras más férreas que son las de los comportamientos y las creencias. Esas suelen ser las batallas más duras, las más difíciles de afrontar porque casi siempre el enemigo duerme arrinconado en nuestro interior o muy cerca, porque reconocerlo no siempre es tan fácil y porque mientras no entendamos que los más débiles nos necesitan más, los seguiremos dejando a merced de los depredadores y abusadores que saben mantener la paciencia y el sigilo del cazador. 
Por duro que parezca el camino, hay que afrontarlo. Es preciso seguir avanzando como sociedad para sortear situaciones como la de esta semana en Belén y entender que cuanto más vulnerable es una persona es más grave el abuso y tanto más necesita de un entorno que la proteja y la ayude a afrontar las consecuencias.
 

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