¿Es capaz quien lee esta columna de imaginarse en qué situación estarán Colombia y el mundo en el 2050?
¿Es capaz quien lee esta columna de imaginarse en qué situación estarán Colombia y el mundo en el 2050? Le pido que intente hacerlo. Yo no tengo que imaginarlo, soy un colombiano que avanza por la mitad del siglo XXI y estoy enviando esta carta al 2017 porque fue un año decisivo.
Todo fragmento de tiempo ofrece la posibilidad de cambiar drásticamente la historia, es cierto, pero el 2017 fue uno de esos periodos diferentes, particularmente sensibles al cambio, y quienes lo están viviendo deben saber que es uno de esos pocos momentos en los que las posibles ramificaciones vitales de la historia divergen claramente. Están, como diría Borges, en ese jardín de senderos que se bifurcan, y tienen ante ustedes dos caminos anchos. Elegir entre una u otra opción significa dar un empujón hacia el éxito o avanzar hacia el fracaso como sociedad.
Desde aquí vemos también los dos años ubicados detrás del 2017 como tiempos interesantes. El 2015 (a pesar del recrudecimiento de conflictos como el sirio y de los ataques de fundamentalistas en Europa, entre otras situaciones lamentables), fue para el mundo uno de esos años en los que la especie humana logra pequeñas victorias y avanza en su lucha por hacerse realmente humana: una batalla por vivir justamente y en armonía con su entorno. El lanzamiento de los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible y la firma del Acuerdo de París sobre cambio climático fueron muestras de que la comunidad internacional, pese a claros y numerosos indicios de ineficacia, sí tenía firme la intención de alejar al mundo del caos. Por otro lado, la publicación de Laudato si, la “encíclica verde” del Papa Francisco, demostró que un líder religioso podía invitar a toda la humanidad para que cuide el planeta, nuestra casa común, y para que viva de manera más justa y equitativa. No era necesario ser católico para darse cuenta de que algo comenzaba a cambiar en el mundo. En Colombia se seguía sufriendo de incontables males, pero se avanzaba en un acuerdo de paz con la guerrilla más antigua de América.
Luego llegó el 2016 y sonaron tres estruendosas bofetadas: ¡Brexit! ¡No! ¡Trump! Esos fueron los nuevos gritos de ese año, ecos del miedo que, sumados a la crisis ambiental (con la pérdida de biodiversidad y el cambio climático a la cabeza) y a las guerras en curso, formaron un canto oscuro, el coro de advenimiento de la desgracia.
La inminencia del desastre hizo, sin embargo, que la idea de una ruta distinta para la humanidad tomara fuerza y que las buenas iniciativas recibieran el impulso merecido. Se decidió que en esa nueva ruta la paz tendría que jugar un papel protagónico partiendo de que, como seres conscientes e inteligentes, podríamos reducir al mínimo las causas de los conflictos y que, en caso de que sugieran, éstos podrían solucionarse sin recurrir a la violencia. Se entendió también extendidamente que una de las barreras más grandes para la paz es la inequidad y, quizás lo más importante, se popularizó el ánimo de cambiar hábitos y estilos de vida para lograr una mejor relación con el medio ambiente. La comprensión de que el cuidado de la naturaleza es también el cuidado de nuestra especie dio inicio a nueva era de solidaridad. Se vio con la claridad de una epifanía que, como dijo alguien cuyo nombre no recuerdo, “la solidaridad es la ternura de los pueblos”. Todo esto que se despertó en aquel entonces (el 2017: el “aquí y ahora” de ustedes) conquistó las mentes de los ciudadanos y fue desde allí, desde la sociedad civil, que se organizaron los movimientos que hicieron que los tomadores de decisiones pasaran de la retórica a la acción e implementaran medidas valientes por un futuro sostenible (el sector privado pudo pensar más allá del capital financiero y el público más allá del capital político). No fue de un día para otro y hoy no
faltan los problemas, pero en el 2050 somos más humanos y estamos más cerca de una sociedad sostenible.
No soy el único enviando mensajes desde el futuro. Sé de personas que ciegamente desean que hubieran ocurrido catástrofe con tal de haber generado riqueza y poder para ellos (unos pocos) sin importar la desgracia de muchos. Sé que ellos, desde esta mitad de siglo, están alimentando el miedo en el 2017.
Yo les digo: luchen por el cuidado de la naturaleza, por la democracia, por la equidad, rechacen la corrupción en el poder, asuman sus responsabilidades ciudadanas y exijan que las empresas y los gobiernos asuman las suyas.
Yo les pido que resistan.