La relativa novedad del mundo virtual, en el que hay poca o nula regulación sobre las opiniones que por ese medio se difunden, ha llevado al imperio de una interacción vociferante y agresiva que crucifica a justos y pecadores por igual.
La celebración católica de la Semana Santa llegó este 2018 para los colombianos en pleno desarrollo de la campaña para las elecciones presidenciales del próximo 27 de mayo. La temperatura del debate es elevada, no por las ideas como sería lo deseable sino por los ataques, los juicios y los agravios que se lanzan, especialmente mediante las redes sociales, los seguidores de los candidatos en disputa. La legítima discusión de las ideas que permite la democracia se desdibuja cada día ante la intolerancia y la deformación del derecho a la libre expresión, lo que nos ha llevado a un estado de crispación que contrasta radicalmente con el mensaje de reconciliación que por estos días emana de las celebraciones religiosas.
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No debería sorprendernos, pues las enseñanzas que a cristianos y no cristianos nos deja la historia de Jesús de Nazaret, epicentro y base de las celebraciones de esta semana, dejan ver cómo él mismo fue ovacionado y vitoreado a su llegada a Jerusalén, tal como se celebra el Domingo de Ramos, para pocos días después ser entregado a la justicia, a la que la misma muchedumbre de antes le pidió la muerte en la cruz sin que hubiesen mediado razones, pero sí una fuerte campaña de acusaciones y señalamientos que se constituyen en uno de los mayores ejemplos de manipulación de masas en la historia.
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En los tiempos que corren la crucifixión es ya una metáfora que bien puede aplicarse a cualquier persona que se convierte en blanco de la crítica. Las redes sociales son el tribunal en el que personas de toda índole juzgan, señalan y agreden sin que haya lugar a la más mínima consideración de la condición de ser humano que ostenta quien recibe las andanadas. La relativa novedad del mundo virtual, en el que hay poca o nula regulación sobre las opiniones que por ese medio se difunden, ha llevado al imperio de una interacción vociferante y agresiva, cuando precisamente la libertad que nos otorgan las redes debería promover el autocontrol y la aproximación hacia la dimensión más humana de quienes participan.
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Qué bueno sería que el mensaje eclesial de estos días, en el que el amor hacia el otro, la generosidad y el perdón son los pilares, permeara de alguna manera esa relación subjetiva y apasionada de muchos ciudadanos con la realidad, y que antes de repetir indignidades, lanzar ofensas o emitir señalamientos, aun cuando parezcan graciosos, hubiera un momento de introspección y se entendiera que el hecho de que mucha gente lo haga no hace menos graves estas conductas; que vale la pena verificar la veracidad de una información antes de lanzarla y que es posible dejar de viralizar contenidos cuando propagan falsedades o ignominias.
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Estos días también constituyen una de las mayores temporadas para el turismo. Ciudades reconocidas por sus tradiciones, como Popayán, Mompox o la misma Medellín, se llenan por igual de paseantes como lo hacen los destinos de sol y playa en nuestra costa atlántica. Como ha sido nuestra bandera, hacemos votos para que quienes eligieron el asueto para pasar el puente festivo, aporten al cuidado del medio ambiente mediante conductas sencillas pero eficientes como, por ejemplo, no comerciar con fauna silvestre y evitar consumir las especies vedadas por las autoridades ambientales, como es el caso de la tortuga icotea, el pez mota o las aletas de tiburón.
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En el mismo sentido, reiteramos nuestra invitación a los viajeros para que usen su inteligencia vial como forma de evitar accidentes de tránsito en las carreteras del país, para lo cual las acciones también son bastante simples: no excederse en la velocidad, no ingerir licor antes de conducir, viajar de día y descansado y cumplir con las normas de tránsito.