A raíz de unas críticas hechas al alcalde de Medellín en esta columna,
A raíz de unas críticas hechas al alcalde de Medellín en esta columna, un emérito profesor universitario revira con un inentendible comentario. Él dice que “siempre lo he mirado como el columnista puro, con principios liberales ajenos a comentarios frívolos”. La frase, por involucrar conceptos fundamentales, es digna de ser analizada por partes. Lo del columnista puro parece sacado textualmente del pensamiento de una especie de secta de ego etéreo, que ha hecho de la Universidad su santuario. Ellos aplican el concepto de pureza a la investigación universitaria, haciéndola intangible e inaplicable. La investigación pura es el camino, según ellos que debe seguir la academia, sin importar que los ingentes recursos aplicados, vayan en contra de las necesidades sociales y de la misma academia.
En consecuencia, un columnista puro, debe ser el que no protesta por nada, el que calla frente al abuso, el que en silencio deja hacer a los gobernantes y administradores todo cuanto quieran. Puro se es, de acuerdo con el dilecto amigo, cuando se asiste impávido a la destrucción de las instituciones, al deterioro de las calles, a la cohabitación con los carroñeros gallinazos, a los atracos callejeros. No es, para el crítico lector, trascendente la búsqueda de la equidad como ideal colectivo, ni la pacificación del territorio como obligación de los elegidos para administrar lo público. Este concepto de pureza, nos pone en el trance de la vida contemplativa, esperando el milagro soñado de la concesión de luces de sabiduría y de templanza para nuestro señor alcalde.
Viene lo de principios liberales. ¿Que son las ideas liberales, sino la gran reivindicación de los derechos de los desposeídos? ¿Acaso nuestros próceres libertadores no combatieron a los invasores enarbolando la bandera del pensamiento liberal? Si, desde la revolución francesa hasta hoy, pasando por la gesta libertadora de toda América, ha habido principios liberales dinámicos, revolucionarios si se quiere, porque en política las ideas no nacen para declamarlas, sino para sirvan de fundamento a la acción. Una cosa es la academia, en la que las ideas son objeto del estudio, ese si puro, de la mera teoría; otro mundo es el real, donde debemos alzar la voz contra los desmanes, las incompetencias y las traiciones al pueblo que, ilusionado, vota tratando de mejorar las cosas.
Finalmente llega el desconcertante “frívolo”. No se sabe si con su frase crítica, el dicho profesor se refiere a la persona del alcalde, o si frívolo considera el tratar de que la ciudad continúe la senda de progreso que le han trazado muchos, la gran mayoría, de sus alcaldes, hasta convertirla en objeto de todas las admiraciones y todos los premios internacionales. No puede tenerse por frívola la defensa de la vida y de la seguridad ciudadana; no es frívola la decisión de incluir a todos los habitantes de la ciudad en programas de verdadera equidad; no es frívolo pretender ser gobernados o administrados por los mejores, los que saben del
tema y están por encima de toda sospecha. Medellín no es una frivolidad, no lo somos sus habitantes, ni lo es su futuro.