Este ataque afecta severamente la precaria institucionalidad de Venezuela. Su uso propagandístico a favor del presidente aclimata odios y violaciones a los derechos humanos que tienen consecuencias imprevisibles.
Cualquier análisis al intento de atentado contra el presidente Maduro exige emitir un claro y enérgico rechazo a su ocurrencia e inspiradores, así como una fuerte demanda de aclaración de lo ocurrido. Dicho esto es preciso también alertar por las graves implicaciones para la maltrecha sociedad venezolana que trae el ataque, perpetrado cuando el presidente encabezaba el acto conmemorativo del 81 aniversario de fundación de la Guardia Nacional Venezolana y se aprestaba a explicar las reformas económicas que pretende en Venezuela.
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La historia ha demostrado que aclarar los atentados políticos siempre es una tarea casi imposible aún para las democracias cimentadas en sólidas instituciones. Así las cosas, nada se podría esperar de un Estado, el venezolano, en el que la separación de poderes sucumbió a las maniobras de la tiranía chavista. Difícil será, pues, explicar y encontrar a los responsables de los hechos ocurridos en Caracas el sábado a las 5:41 de la tarde y en los que, según la información oficial, hubo siete heridos.
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Consciente de la oscuridad que rodea esta clase de hechos, Nicolás Maduro ha sabido manipularlos para tratar de dar aire a su decadente gobierno, así como generar, o aparentar hacerlo, un espacio de tolerancia para una nueva arremetida brutal contra agentes independientes y fuerzas opositoras al gobierno.
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Las primeras versiones del presidente Maduro sobre la necesidad de impulsar reformas económicas contrarias a la doctrina chavista habían causado malestar entre los validos del régimen y algunos radicales que persisten en la idea del socialismo del siglo XXI. Con el ataque del sábado, el gobierno tiene una excusa para no explicar ¿y dejar de realizar? las reformas con que pretende contener el desangre de sus finanzas y bienes más preciados, o dar idea de que intenta hacerlo, toda vez que prestantes economistas como Ricardo Hausmann consideran que el gobierno dejó pasar el cuarto de hora para reformar su fracasada política económica.
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No habían cesado los ruidos de los drones que sobrevolaron el desfile militar realizado en las calles de Caracas, y no en el Fuerte Tiuna donde solía hacerse, cuando el presidente levantó su vozarrón para inculpar a extraños y a propios. Aunque mucho le interesa atizar odios internos contra objetivos sobre los que le es fácil exaltar el nacionalismo, nadie sensato en el mundo imagina a Donald Trump pasando de sus legendarios desaciertos a la promoción de crímenes internacionales; mucho menos es posible creer que el presidente Santos, o cualquier dirigente político colombiano, es un asesino en ciernes que espera cualquier ocasión para resolver discrepancias con un vecino más que incómodo. La teoría madurista del complot internacional exige categórico rechazo.
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Como era de temer, dado lo predecible de un régimen acogido a la cartilla comunista, el chavismo está aprovechando este intento de atentado para reemprender sus campañas persecutorias contra independientes y opositores. El sábado usó su fuerza contra los periodistas que cubrían el desfile militar, quienes fueron detenidos y obligados a borrar imágenes y audios grabados durante el atentado. Y a partir del ataque desplegó una vez más toda la fuerza del Estado para una agria persecución que justifica en la ocurrencia del atentado y que usará como excusa para una nueva arremetida contra la inerme, y fragmentada, dirigencia de la oposición.