Pinochet y su círculo fueron adoquinando, con “seguros” y dinero, su salida del poder directo
La noticia de fines de 2016 trajo un escándalo desde Chile: el espionaje y grabación de momentos íntimos –dentro de una fragata- de algunas mujeres de la Armada, por varios de sus compañeros y su difusión entre ellos. Sus grados eran de suboficiales para abajo. Desde la presidenta Bachelet hacia abajo lo condenaron. Y no era para menos.
Ojalá con la misma prontitud y severidad se hubieran pronunciado todas las autoridades, la misma Bachelet, Lagos, Piñera, etc., sus ministros de Defensa y sus altos mandos de todas las armas, por el desfalco de más de 20.000 millones de dólares que se vino haciendo ya en tiempos del poder civil y democrático en el gran país del sur, y que todos lo conocían. Este es el objeto del libro del periodista y profesor Mauricio Weibel Barahona, que da título a este artículo (Ed. Penguin Random House, Santiago. 2016).
Pinochet y su círculo fueron adoquinando, con “seguros” y dinero, su salida del poder directo, cuando se dieron cuenta de que continuar era contraproducente para ellos porque su gran promotor y aliado –EEUU- ya no los miraba con los mismos ojos, porque que sus abusos habían sido tan cruel y siniestramente grotescos que el mundo se fue alinderando alrededor de las miles de víctimas. Por otra parte el gobierno gringo –con su usual cinismo- deseaba ser el máximo pontífice de los Derechos Humanos del mundo. Según Weibel, los gorilas multiplicaron, entonces, sonrisas multimillonarias a otros mandatarios (y a los empresarios de esos países) -como p. ej. a M. Thatcher, etc-. Se aprestaron también a expedir leyes que no sólo los blindaran, sino que les prodigaran una vida de príncipes fabulescos a ellos, a sus familiares y a sus descendientes. Repartir la torta para todos, a unos más a otros menos, según la Ley de la vida.
Entre esas leyes estaban, p.ej., que las líneas de comando de todas las Fuerzas Armadas no podían ser tocadas –en varios años- ni por el presidente ni por ningún poder público. Fue otro de los sapos que la civilidad debió tragarse para conseguir la paz. Otra fue la llamada Ley Reservada del Cobre, objeto del libro que reseñamos hoy. Existe una Ley del Cobre desde antes de la dictadura (empieza con A. Alessandri en 1938), pero que en ella ofreció su banquete. Resumen breve: que el 10% de los impuestos por las ventas de su máximo producto de exportación, el cobre, fueran a cubrir los gastos militares, ¡sin ninguna clase de control estatal! El escándalo se destapó cuando el cabo del ejército chileno, Juan Carlos Cruz Valverde, con un sueldo de $500.000 pesos, en una sola noche despilfarró $60 millones en Monticelli un afamado casino santiaguero. Las primeras pesquisas encontraron que en 2013, último año su de “su fiesta”, el cabo se había tirado $1.085 millones en el casino, más lo gastado en sus vacaciones en varios países con su compañera sentimental. En 2014, el descubrimiento de una firma falsificada representó el fin de fiesta del cabo y el afloramiento de la punta del iceberg.
Y los altos mandos, callados. Y la presidenta Bachelet, callada. Y el Congreso y el poder judicial, callados. Como aquí en Colombia, la valentía de unos periodistas destapó olla podrida. Con lentitud y a regañadientes comenzaron las investigaciones. Al comienzo todo “el peso de la ley” cayó sobre el cabo Cruz y uno que otro de los de abajo. Poco a poco comenzaron a caer coroneles y generales. Pero al mismo tiempo empezaron las amenazas para Weibel y sus valientes colegas de la revista The Clinic. Fueron asaltadas sus dependencias y se sustrajeron “todos los equipos que usamos los periodistas para trabajar y guardar información. No hay antecedentes concretos sobre las motivaciones detrás de este delito, salvo atendibles sospechas que alberga cada cual y algo de sentido común (cursivas y subrayado, míos)” (M. Weibel, pg 12).
¡Tantas las cosas para aprender aquí, entre nosotros, después de Odebrecht, Reficar, los baldíos denunciados por la Contraloría, etc., pero antes del posconflicto!