El tradicional Almanaque Bristol, presenta en cada edición, una anécdota simpática en siete u ocho actos o “cuadros”.
El tradicional Almanaque Bristol, presenta en cada edición, una anécdota simpática en siete u ocho actos o “cuadros”. Lo que ha venido ocurriendo en Colombia con el cuento de la “´búsqueda de la anhelada Paz” y con el trámite del “acuerdo para una paz estable y duradera”, aunque no resulta simpática, podría presentarse en forma similar. Claro está que “N” sería el número de actos o “cuadros”, y, en consecuencia, es un número “muy grande”, y además el grotesco espectáculo aún no termina.
En esta columna se ha sostenido que, desde el nueve de abril del año 1948, se montó un proceso para implantar en Colombia un sistema comunista, considerando la posición estratégica del País. Vino la caída del comunismo, y de la Cortina de Hierro y el final de la Guerra Fría, y aparentemente el proceso había terminado. Así no fue el caso, porque persistía el complot en manos de los comunistoides intelectuales de cafetería, incrustados en la más rancia y caduca aristocracia “cundiboyacense”, apoyados siempre por las dictaduras cubana y venezolana.
Sería muy largo y tedioso extender la tragicomedia hasta ese pasado. Es conveniente entonces extenderse únicamente a lo que ha ocurrido en gobierno del actual primer mandatario.
Este se ha caracterizado por el montaje de un sinnúmero de espectáculos teatrales, a cual más vergonzoso, con pésimos actores que desconocen sus compromisos verdaderos que juraron defender, como los negociadores del Gobierno. También deben considerarse los verdaderos intereses de los “tales” garantes. Los actos, muy costosos por cierto, que ha montado el primer mandatario para glorificar su imagen, son tan ridículos, como el fetichista pegote blanco que sustituyó el escudo de Colombia, y ese bolígrafo vergonzoso para plasmar las innumerables firmas carentes de todo valor moral.
Cada episodio para plasmar firmas, para dizque dar “por terminada la guerra” y para “cometer” discursos anodinos plagados de falsedades y de “cantos a la bandera” ante entidades internacionales, constituyen infinidad de actos de la representación tragicómica.
También es muy claro que el episodio del Premio Nobel, la Palma de la Paz y las participaciones de la ONU encabezadas por el monigote inútil de Ban Ki- Moon, constituyen actos tragicómicos.
Tal tragicomedia trae a la memoria la Fábula del Vestido del Monarca, recordando que había un Rey que se dejó echar el cuento de un sastre muy vivo, de que le había confeccionado un traje lujosísimo, y que cuando paseaba por el reino completamente desnudo, porque no había el “tal” traje, sus cortesanos y áulicos se deshacían en lisonjas de admiración, hasta que un sujeto muy avisado exclamó: ¡El Rey va desnudo!
Considerando que, se debe estar investido con un mínimo de autoridad moral y de confianza de la comunidad (el vestido), hay que reconocer que el Soberano, en el caso colombiano, anda “desnudo”. Y también lo están muchos de los que conforman su corte como los 8000 veces indignos: Serpa, Cristo y Samper.
También forman parte de la tragicomedia actos como la rebaja de lumbral electoral, la justicia transicional, el desconocimiento del “NO”, los perjuros (“El y ella os lo demandarán”) magistrados de la Corte Constitucional y Consejeros de Estado que llevaron al nefasto “Fast track”.
Los impunes protagonistas de la Farc, han nombrado a sus veedores, y la comunidad se muestra sorprendida que la Academia mamerta está ahí. Es que se han olvidado del poder de infiltración del mamertismo, que últimamente, según las apariencias, también deambula por El Vaticano.
El acto o episodio más reciente de la tragicomedia es lo ocurrido en El Vaticano.
Parece ser, según ha trascendido, que se había invitado, oportunamente al expresidente Uribe, a través de la Cancillería, a una reunión con el Papa, pero que tal invitación fue “censurada” o “engavetada” por la canciller. ¡Sí! Es aquella quien entregó los mares, quien no resuelve nada con Venezuela y que inhumanamente trata a los refugiados. Vaya, vaya con esta funcionaria cuyo único mérito parecen ser algunos de sus antepasados, o que solo actúa como se le ordena desde la Casa de Nariño. Es muy razonable pensar que, por lo menos, Su Santidad le recordó al Primer Mandatario el Octavo Mandamiento. “El que entendió, entendió”.
Al finalizar el año debo expresar de nuevo mis agradecimientos a las directivas de EL MUNDO por permitirme expresar mis opiniones por este medio. También debo agradecer la paciencia y deferencia de los lectores. Para todos ellos: UNA MUY FELIZ NAVIDAD Y QUE EL AÑO NUEVO SEA PLENO DE BUENAS REALIZACIONES.