Tom Wolfe y el otro periodismo  (o el regreso a la escritura completa)  

Autor: Memo Ánjel
3 junio de 2018 - 02:00 PM

Casi todos estos cuentos están escritos por mujeres que recuerdan su infancia o a sus animales domésticos.
Tom Wolfe. Perdido en la selva de los pronombres relativos: el New Yorker. 
 

Medellín

Los buscadores
En los Estados Unidos hay demasiadas maneras de ganarse la vida y una de ellas es averiguar quién es el otro o seguir con pasión eso que se mueve por ahí. Se podría decir que es un país de buscadores, desde los gambusinos que se introdujeron con sus mulas en las Montañas Rocosas buscando oro, hasta los investigadores sobre asuntos extraterrestres o dioses no descubiertos. Seguir las huellas es casi una consigna nacional. Lo aprenden los boy scouts, los marines (que tienen su origen en los filibusteros), los inventores de lo que sea, los padrinos de los barrios bajos y de inmigrantes, la policía (incluyendo esa con la que trata Serpico), los detectives privados (con Sam Spade a la cabeza) y con la vida en desorden, los perros amaestrados, los fotógrafos de revistas, los periodistas de la prensa amarilla, los bloomers (los que van por las autopistas construyendo puentes y edificios altos), los documentalistas, los cazadores de recompensas, etc.  La fauna es amplia, compleja y arriesgada. Es que hay mucha gente en ese sitio de luces y consumo, y todos quieren ganar dinero cómo sea y ojalá por montones. La diosa fortuna y Mammón se hacen guiños y, como en los Beverly Ricos, el petróleo puede saltar donde no salta la liebre.
Y en esto de andar buscando, la sospecha es la materia prima. Es sabido que los denunciantes, en Estados Unidos, son tenidos como buenos ciudadanos. Vigilar, entonces, es un ejercicio patriótico, en especial si los personajes son públicos o se trata de industrias nuevas, si son evasores de impuestos o es gente que tiene tratos con espías. Se podría decir que en USA la seguridad es el lema del país. Y como se respeta y dignifica, las autoridades dejan buscar. Y para que el asunto no sea tan evidente o dé más resultados, el medio ambiente está lleno de publicidad, marketing y propaganda; encuestas y análisis variados, invasiones en nombre de la democracia y la libertad, posible vida en algún planeta y bueno, todo bulle y en este sitio de hervores y señaladores de acoso (sexual, laboral, racial), salir a buscar da resultado. Hay demasiados frentes y sospechosos, bufetes de abogados para salir en defensa y científicos que quieren ganarle la carrera armamentista a Rusia o buscan crear un rifle que pueda ser detectado en los previos a una masacre de estudiantes o de gente molesta por asuntos de moral.
Lo de las búsquedas abunda en las películas, en los libros de espías y policiacos, en la ciencia ficción y en los juegos electrónicos. Y esto incita a meterse en la vida privada, la pública y el asunto de las quiebras mundiales (las bancarias, por ejemplo). USA es un país puritano y podría definirse en una palabra: teología. Todos los billetes de dólar (en cualquiera de sus denominaciones) tienen una frase: In God We Trust (en Dios confiamos), lo que permite que haya una respuesta para todo lo bueno y también lo malo, pues en los desfalcos, pornografía, suicidios, alcoholismo, supremacía blanca y cienciología es posible que esté el diablo.  En este país se reúne gente de toda la tierra y, al igual que las plantas callejeras, se reproducen por montones. Bueno, todo lo anterior lo inspira Tom Wolfe.   

Lea también: Cuando la infancia es un mundo entero. Las bases de Bashevis Singer

El renuevo periodismo
En la carta de Independencia de los Estados Unidos, la libertad de prensa es su mayor acierto. Todos los que supieran escribir y argumentar, podían imprimir sus opiniones. Esto se le ocurrió a Benjamín Franklin (muy buen impresor y escritor político) y tuvo el respaldo de Thomas Jefferson, el creador de la palabra americanos. La nación americana, entonces, nació con el respaldo de periódicos y revistas que, bajo el nombre de El Cuarto Poder, podían fiscalizar lo legislativo, ejecutivo y judicial. Nació entonces un periodismo que legitimaba el Destino Manifiesto y lo sostenía a través de la información, el análisis político y social, y una buena cantidad de artículos científicos, técnicos y propuestas literarias. Si hay un país con revistas y suplementos, este es USA. Siguiendo un formato creativo apoyado por una excelente escritura, se creó una estructura efectiva y libre. 
Pero contra el modelo de los tiempos buenos (por lo conservadores), apareció una nueva forma de escribir: el nuevo periodismo, liderado por Tom Wolfe, que realmente no es nada nuevo. Los periódicos negros de Harlem lo aplicaban en 1940 y las novelas de John Steinbeck y John Dos Passos ya creaban el modelo de cómo hacerlo. Basta leer Viajes con Charley, en busca de América (1962), del primero; y El gran dinero (parte de La trilogía USA), del segundo. Pero el primero que hizo una forma de periodismo extraña (que se salía del molde) fue Mark Twain, un hombre del siglo 19 que escribía como hablaba y que le dio la vuelta al mundo un par de veces, no sin antes conocer buena parte de su país, siempre contando chistes y escribiendo de manera burlona. El modelo Twain (meterse en lo local) lo siguió Ernest Hemingway y a este lo siguieron, mezclándolo con Tom Wolfe, escritores como Gay Talese (quizá el más grande) y Truman Capote, que mostró las entrañas espirituales y psicóticas de Marilyn Monroe en un reportaje.
¿Y en qué consiste el nuevo periodismo? En escribir sobre la realidad como si se estuviera haciendo literatura y a través de historias periodísticas que dieran el mayor número de detalles sobre un acontecimiento. En su libro, El nuevo periodismo, Tom Wolfe hace una especie de auto-biografía, donde pone de manifiesto su cultura (que era bastante amplia), a la par que sostiene que la novela ha muerto y debe ser reemplazada por un periodismo (en uno de sus artículos lo definió como canalla) ágil, investigativo y sin miedo. Y hay que decirlo, Tom Wolfe cumplió con lo que dijo: sus crónicas y reportajes le pararon el pelo a más de uno; investigó como niguno y mostró lo que nadie se había atrevido a decir. Crea entonces un para-periodismo (al lado del periodismo convencional), más agresivo, mejor escrito y en capacidad de enfrentar los tribunales. Y en este oficio peligroso, se convierte en un ícono del periodismo libre, muy bien escrito y con parodias donde se ameritan. ¿Si tengo la verdad, por qué no puedo burlarme?

Tom Wolfe
Fue quizá el último heredero de Oscar Wilde, tanto en su manera de escribir cuando hacía teatro, como en su forma de vestir. A Tom Wolfe le interesaban los vestidos, los zapatos y, extrañamente, los sanitarios. Cuando en 1963 la emprende contra el director de la revista New Yorker, William Shawm, diciendo que era una momia que se envolvía en varias capas de trajes, caminaba dando un paso adelante y otro atrás, que como cenicero tenía una botella de coca-cola, y que dirigía una revista momificada y para colmo copia de Punch, el sanitario no falta en los dos artículos que escribe. Y es claro que esto de meterse en las oficinas del New Yorker (que por esos días cumplía 40 años) y leerlas como si hiciera una disección, hizo que hasta el mismo J. D. Salinger (un escritor casi anacoreta y autor de El guardián en el centeno) protestara, al igual que otros dijeron que Wolfe trabajaba en una cloaca y él mismo era una. Pero el escándalo fue el inicio de un nuevo tipo de escritura y los lectores neoyorkinos lo tomaron como lo que era necesario leer. El periodismo atravesó las paredes y en la Casa Blanca (en ese momento gobernaba Lyndon B. Johnson) se pusieron en guardia, cosa que valió de poco porque los periodistas denunciaron lo que se escondía detrás de la guerra de Viet-Nam y el Watergate, lo que le valió la caída a Richard Nixon, a quien Philip Roth caricaturiza en un libro que se llama La pandilla.
Tom Wolfe fue el comienzo y lo siguieron Norman Mailer, Capote, Talese, Michael Moore (el documentalista) y Noam Chomsky (el lingüista) entre otros. Si hay libertad de prensa, que la haya entonces, se dijo. Y se cumplió. No sé ahora.
Tom Wolfe, flaco, pequeño, con un gran mechón partido en dos y vestido como un galerista de arte, con cara de inofensivo, crea un hito en el periodismo y la literatura, en la manera de aparecer en público y al convertirse en un ícono del American Way: famoso (todo lo contrario al temido loser, perdedor), buscador de la felicidad, fiscal de los mundos escondidos en la sociedad, las industrias y el mismo ejército (Fort Bragg), donde denuncia la sexualidad y la homofobia, promotor de la eterna juventud, etc. Y en contrapartida, eso que investigó y denunció, lo vivió en buena parte. Por ejemplo, se fue contra la novela, diciendo que ya estaba terminada, pero hizo una, La hoguera de las vanidades, que resultó decimonónica, aunque demasiado moderna como para andarse con cuentos de que su modelo había sido Charles Dickens. En ese libro, cayó buena parte de New York con sus hipocresías y delirios, miedos y fantasías, laberintos, alcantarillas y disfraces. 

Lo invitamos a leer: El asunto del mal en Joseph Roth
Sea como sea (algunos dicen que fue un bufón del poder), Tom Wolfe demostró que la otra cara de la verdad es una verdad más profunda. Y puso de manifiesto lo que Richard Sennett dijo en El declive del hombre público: de puertas para dentro la historia es otra. Para ser hombre de bien, hay que estar en la calle. Y siendo lo que Tom Wolfe era, bien pudo ser Thomas el impostor, el pequeño libro de Jean Cocteau. Y es posible que el epitafio que escriban en su lápida, sea: estoy en mi último y mejor viaje.

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