Al invitado le gusta mirar a los ojos de la miseria humana y no habrá ropaje que cubra nuestra orfandad, ni maneras que logren encubrir nuestras profundas rupturas como familia.
¿Todos? Sí, todos los colombianos estamos invitados al banquete con el Vicario de Cristo en la tierra, el Papa Francisco. Los fariseos, los publicanos, los pecadores, los hijos pródigos, los hijos mayores… ¿Qué hay que llevar a esta fiesta? Nuestra miseria, nuestras debilidades, nuestros cansancios, nuestro abatimiento, nuestra necesidad de ser “misericordiados”. Y ¿qué vestido nos ponemos? No hacen falta ropas fastuosas ni máscaras. Al invitado le gusta mirar a los ojos de la miseria humana y no habrá ropaje que cubra nuestra orfandad, ni maneras que logren encubrir nuestras profundas rupturas como familia.
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¿Entonces? La mejor manera de engalanarse es nuestra desnudez. El invitado es experto en mirar a los ojos y penetrar hasta las profundidades del alma. Y ¿si no me dejan entrar? No hace falta, Francisco irá a tu encuentro, le encanta pasearse por las periferias existenciales, allí donde reinan la pobreza y la oscuridad. ¿Qué le regalamos? Nuestras heridas, nuestras hemorragias del alma, nuestra invalidez, nuestras limitaciones, nuestra derrota. Le ofrendaremos nuestra miseria, para que él la deposite a los pies de la Cruz e interceda por la redención de Colombia. La miseria ofrendada es el barro con el que se moldea nuestra resurrección.
Y ¿Viene a hacer política? Sí. Viene a contagiar la política de la solidaridad y de la Misericordia que Dios Padre siente por Colombia. Viene a ser evangelizado por los pobres, y ¿si se equivoca? Tiene la suficiente “autoestima divina” para reconocerse falible, vulnerable y pecador. Para saberse observado por Dios. Por eso pide suplicante la oración de su pueblo. Se reconoce en su propia debilidad, que no esconde. Y ¿frente al sufrimiento de sus hermanos? Así reconoce su impotencia, sus límites: “Hay momentos en que no logras responder, lo único que puedes hacer es abrazar y llorar tú también… Debemos pedir la gracia de las lágrimas y llorar por las injusticias y por los pecados. Porque el llanto te permite comprender nuevas dimensiones de la realidad.”
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Y ¿Qué vino le vamos a ofrecer? El que tenemos. El de la guerra, el de la corrupción, el de la manipulación, el de la polarización… ¡pero no es el ideal! Francisco responde: “en la familia los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que se dispone, y muchas veces no es lo ideal…El vino nuevo nace de los cántaros de la purificación, es decir, del lugar donde todos dejaron su pecado; nace de lo peor. Dios, que puede transformar en milagro incluso aquello que nos escandaliza o asusta, se acerca siempre a aquellos que se han quedado sin vino, a aquellos que tienen para beber sólo el desconsuelo.”
Todo está preparado para el banquete. Falta el invitado. ¿Qué siente el Papa ante el entusiasmo de la gente que lo espera por horas en las calles? le preguntó el periodista Andrea Tornielli. “Mi primer sentimiento es el de quien sabe que existen los “Hosanna”, pero cuando leemos el evangelio, pueden llegar también los “¡Crucifícalo!”.
“A los que gritan “¡Viva el Papa!” les he dicho que mejor griten: “¡Viva Jesús!”.