Un día despertamos con una Colombia que habla como siente, en vez de hablar como piensa.
En Colombia casi todo el mundo habla y casi todo el mundo escucha, por los ruidosos medios legales y también por los ilegales. La palabra se salió de control. Antes solía pasar primero por el filtro de la mente. Ahora, se derrama a borbotones como expresión de las más primarias y exhibicionistas emociones. Se impuso de moda hablar sin pensar, hablar por sentir.
¿Por qué? Porque abundan los canales para vaciar los contenidos que improvisa todo individuo y ante la ausencia del interlocutor, que antes limitaba al otro con la cercanía, la palabra se riega hoy de manera desordenada, sin censuras, viaja de forma inmediata por múltiples canales, destinada a la búsqueda del culto engañoso que mitiga la necesidad de reconocimiento y confunde con prestigio la visibilidad que proporciona el ruido mediático
Hace varias decenas de años un gran dirigente político recibió un insólito presente: un activista anónimo que al parecer laboraba en una empresa de comunicaciones, le envió de "regalo" grabaciones de conversaciones telefónicas de sus contradictores políticos y también de personas cercanas. Él se negó a escucharlas con un sabio argumento: "en la intimidad de una conversación se suelen usar expresiones ligeras que pueden sonar desobligantes, que no necesariamente llevan la carga negativa que se les atribuye cuando son escuchadas", Era consciente de que escucharlas fuera de contexto, sólo servía para enardecer y polarizar el clima político. "Si todo lo que se habla en privado se hiciera público, la convivencia se haría imposible" sentenció, sin imaginar que un día viviríamos en ese escenario.
Ahora que los emisores no diferencian lo público de lo privado y se habla en público como se hacía antes en privado, las redes y los medios tradicionales son una verdadera descarga de pasiones. Esta manera pasional de usar la palabra, sin reservar para la intimidad el análisis sosegado de los malos momentos, se propaga con el ejemplo que están dando nuestros dirigentes. Inmediatistas y emocionales, se muestran sin rubor ante los medios y producen el efecto contagio entre sus seguidores. Los siguen con devoción sus entornos. Un día despertamos con una Colombia que habla como siente, en vez de hablar como piensa.
Se distinguen tres maneras de usar la palabra, por parte de nuestros dirigentes, como vehículo de transmisión de sus ideas. Hubo quiénes hablaron en conceptos. Cada una de sus frases podía provocar profundas inmersiones en la reflexión. Eran pensamientos decantados, que procedían del conocimiento sumado a la experiencia y que en su condensación estimulaban el intelecto de quiénes los escucharon. La confrontación se daba en el mundo de las ideas.
Otros decidieron hablar en modo información, con sus palabras siempre referidas al acontecimiento inmediato, cercano, a lo que acaba de suceder. Voces y textos hechos de primeras impresiones, que quedarán así para la historia.
Y por último, abundan quiénes hablan desde las emociones. Se mueven en un terreno altamente contagioso. Están atados a las encuestas, mientras embarcan a sus seguidores en una montaña rusa emocional, sin posibilidades de detenerse.
¿Cómo gobernar y cómo vivir sin dejar espacios reservados al silencio para el estudio y la reflexión de nuestro devenir como país?