Verse a los ojos, dotar las doctrinas y las palabras de significado y realidad. Entenderse mutuamente, medirse el pulso, ese es el sentido de los encuentros del papa y de todo pastor de la iglesia con la gente.
El papa de la sonrisa llamaba a un pequeño acólito entre el público y le permitía hacer una pregunta, en cuya inocencia podía perfectamente estar toda una complejidad dogmática o teológica y que Juan Pablo I respondía de la forma más sencilla con ejemplos que llegaban a todos, y así, con la respuesta consigo, los asistentes a la audiencia se marchaban satisfechos y con una sensación renovadora en sus mentes y cuerpos.
Varias décadas atrás las audiencias generales entre el papa y los feligreses se habían establecido para que el pontífice ejerciera su labor de catequista y enseñara las doctrinas y los mensajes de la fe, pero eran de frecuencia irregular hasta la llegada de Pablo VI, cuando las audiencias retomaron un nuevo sentido e importancia. Se convirtieron en encuentros semanales donde pastor y fieles conversan buscando entre todos convertir los elementos de la fe cristiana en algo tangible, que sea un apoyo verdadero en la vida cotidiana.
A su modo, como lo explica el padre Diego Uribe, docente de la UPB, cada papa le entregó un sello propio a esos encuentros con la gente.
“En sus audiencias Juan Pablo II hablaba en doce idiomas y organizó temáticas que duraban un año cada una. Luego Benedicto XVI se las ingenió para explicar la significación de los apóstoles y de los padres teólogos de la iglesia. Ahora, Francisco habla sobre temas de la familia y la juventud, asuntos cotidianos y que llegan mucho a las personas por la forma de ser del papa tan interesante y tan graciosa. Cuando el ve que una idea la puede desarrollar más porque el público está recibiéndola con avidez él la explica de una forma coloquial en su idioma materno como si nada, como si se tratara de una conversación personalísima, y en cierta forma así lo es”, explica el padre Diego.
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Y precisamente esa personalidad del papa Francisco que lo acerca tanto a la gente le ha permitido a la iglesia avanzar en ese objetivo que es en esencia lo que la iglesia significa, un hogar de hombres y almas, y que a través del encuentro, los viajes, las audiencias, permiten hacer una renuncia simbólica a los ropajes y jerarquías que a veces distancian al pastor y al creyente.
“En el encuentro con la gente se busca medirse el pulso con el pueblo y que este sepa que piensa el papa, mientras el papa conoce lo que quiere el pueblo”, dice el padre Uribe.
Por eso Francisco ha insistido a sus sacerdotes “abrir las puertas de las iglesias”. Cuando un sacerdote está en contacto con su gente, se fatiga, pero duerme bien. Hay que estar siempre en contacto con la gente, que realmente tiene tantas necesidades, pero son las necesidades de Dios, que requieren un esfuerzo serio", expresó hace un tiempo el sumo pontífice en un encuentro sacerdotal.
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Y es que este papa que recorre por horas tocando y dejándose tocar en la Plaza de San Pedro, escuchando y bebiendo el mate que le ofrecen; el que se arrodilla para lavar los pies a presos y mujeres musulmanas, y visita campos de refugiados sirios, busca que sus actos trasciendan lo anecdótico y se muestren como un camino para que los pastores de la iglesia encuentren la forma de convertir todos los días La Palabra de Dios, tan inasible a veces, en algo que toque y se deje tocar por los hombres.
En su estancia en Colombia, Francisco visitará en Cartagena (esa ciudad “de opulencia y miseria”, como él mismo lo dijo) los barrios más marginales. En Medellín, por su parte, tendrá un encuentro con comunidades religiosas. Esos dos momentos en entornos y ante un público tan diferente, seguramente tienen el mismo objetivo para el papa, mostrar que la teología debe nutrirse de los contextos para llegar como debe y necesita cada persona.
El encuentro del papa (o de cualquier sacerdote) con las personas, es un pulso continuo e inacabable, porque aunque la Verdad de Dios es una, son muchas las realidades del mundo, y para leer y entender esas realidades hay que ver a los ojos de las personas y con un contacto necesario demostrarle que la naturaleza del hombre es ser bueno y de paso recordar que en ningún altar se está más cerca de Dios que cuando se camina entre la gente.