Ricardo murió en París tres días después de saber que Don Segundo Sombra había sido distinguido con el Premio Nacional y sus restos fueron trasladados a la estancia de su padre
Bandoneón, por estos días me he propuesto decir algo sobre un escritor que por razones de época está muy distante de mí, 1886-1927, fechas de su nacimiento y muerte. Pero por motivos afectivos lo siento cercano y esa proximidad se debe a su temprana muerte, 41 años, se debe también a su generosidad con los amigos, a su natural cortesía, a la hipótesis de muchos de aventurarse a decir que fue él quien llevó el tango a París. También por su libro Don Segundo Sombra, lugar que da al gaucho el trato de un ser doméstico, inspirado tal vez en Segundo Ramírez-un trabajador de su estancia en San Antonio de Areco-. Por sus libros Pampa, Rosaura y El cencerro de cristal, en fin, por tantas cosas insospechadas que ahora serían difíciles de enumerar.
Es precisamente en El cencerro de cristal donde encontré el poema El tango de Ricardo Güiraldes y aunque el autor es más conocido sobre el libro Don Segundo Sombra, no ha de extrañarse el lector porque lo traiga a estas páginas destinadas a hablar de tango, pues Ricardo Güiraldes era un bailarín que trascendió en la memoria y en esa palabra tan bella que se llama recuerdo.
Del recuerdo se encargó otro escritor argentino, Ulyses Petit de Murat, quien nos contó un duelo de tango entre El Malevo Muñoz (Carlos de la Púa) y Ricardo Güiraldes: “…ante la alegría de Borges, que veía revivir los orilleros de sus tiempos palermitanos, Carlos de la Púa desafió a bailar un tango con corte a Ricardo que ya en 1911, cuando el tango los enojaba a Carlos Ibarguren, Manuel Gálvez y Enrique Larreta, lo bailaba de maravilla en París y le había dedicado un poema en El Cencerro de cristal.
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Debe de ser porque Ricardo estaba profundamente enfermo que el Malevo lo batió con el siguiente y elaborado corte (no aprendido precisamente en Versalles): al hacer el cuatro o la media luna procedía a la habitual lustrada del zapato en el pantalón; pero luego, ante la delirante aprobación del auditorio, sin perder la recta compostura de su posición milonguera, procedía a mandar lejos, uno tras otro, esos mismos zapatos. El primero lo sacaba apunta de zapato, el otro, a punta de medias y, como si tal cosa, garifo (1), serio y triunfal, seguía bailando como si no lo afectara para nada el cambio de nivel, de nuevo listo a sacarle viruta al piso, como decían alardeando de su sabiduría, los bailarines porteños de la época del Cachafaz” (2).
El narrador de este duelo escribió una pieza memorable, Bailate un tango Ricardo, con música de Juan D’Arienzo:
“Le saco orilla a mi vida para arrimarla a tu muerte.
Total la vida es la suerte que se da por el retardo
medio haragán de la muerte y yo estoy ya que me ardo
por gritar fuerte, fuerte, bailate un tango Ricardo.
Ricardo Güiraldes baila y el ángel del recuerdo lo acompaña
se manda una media luna y un intenso puente macho
rubricando Buenos Aires de arrabal de pampa y tango.(…)”
Quisiera agregar a esta reseña de Ricardo Güiraldes como bailarín de tango, el adjetivo de Borges: lo bailaba con su esposa Adelina del Carril y lo hacía con suavidad felina, elegancia y una segura lentitud.
De su poema Tango, voy a pasar unos versos:
Tango severo y triste.
Tango de amenaza.
Tango en que cada nota cae pesada y como a despecho, bajo la mano más bien destinada para abrazar un cabo de cuchillo.
Tango trágico, cuya melodía juega con un tema de pelea.
Ritmo lento, armonía complicada de contratiempos hostiles.
Baile que pone vértigos de exaltación viril en los ánimos que enturbia la bebida.
Creador de siluetas, que se deslizan mudas, bajo la acción hipnótica,
de un ensueño sangriento.(…)
Risa complicada de estupro.
Aliento de prostíbulo. Ambiente que huele a china guaranga y a
macho en sudor de lucha.
Presentimiento de un repentino estallar de gritos y amenazas, que
concluirán por sordo quejido, en un chorrear de sangre humeante,
como última protesta de ira inútil.
Mancha roja, que se coagula en negro.
Tango fatal, soberbio y bruto (…)
Tango severo y triste.
Tango de amenaza.
Baile de amor y muerte.
Voy a resaltar esta línea “creador de siluetas que se deslizan mudas, bajo la acción hipnótica, de un ensueño sangriento”, porque precisamente el ícono del tango es la pareja de baile enlazada y el abrazo del tango guarda un misterio que ha engendrado ese no sé qué, que ha hecho del baile del tango un encanto visual inigualable en todo el mundo.
Ricardo murió en París tres días después de saber que Don Segundo Sombra había sido distinguido con el Premio Nacional y sus restos fueron trasladados a la estancia de su padre: Allí fue recibido por una cuadra de gauchos y muchos amigos, entre ellos Jorge Luis Borges, quien luego le rindió un homenaje al escribir un poema, del cual paso unos versos:
“…Tuyo, Ricardo, ahora es el abierto/ campo de ayer, el alba de los potros”