Ese rechazo al actual papa es más bien una respuesta católica frente a un soberano pontífice que no oculta su modernismo
Como soy televidente escaso, suelo sorprenderme cuando cruzo una pantalla, y en vez de anuncios baladíes o de insinuantes huríes, veo y oigo algo interesante.
Eso me pasó el día del anuncio de la próxima visita del papa Bergoglio. Una rápida indagación del momento indicaba una amplia mayoría, como de dos terceras partes de los entrevistados, desfavorable a la venida del pontífice.
No pensé que el pueblo colombiano hubiese dejado de ser mayoritariamente católico, ni que se hubiese preguntado deliberadamente a muchos incrédulos o protestantes. Al contrario, ese rechazo al actual papa es más bien una respuesta católica frente a un soberano pontífice que no oculta su modernismo, su proclividad por la teología de la liberación y su activismo de izquierda.
Los simples fieles seguramente no son duchos en disquisiciones teológicas o doctrinarias, pero instintivamente rechazan actitudes, comportamientos o gestos que traslucen interpretaciones ambiguas, escépticas o escandalosas en materia religiosa. Y ese es el espectáculo que a lo largo de estos cuatro interminables años nos llega de la ciudad eterna.
El “Rome n’est plus à Rome”, de Corneille, que encontró eco en Gabriel Marcel, nos afecta a muchos católicos practicantes, especialmente cuando se instrumentaliza la religión para la consecución de fines políticos inmediatos e inmanentes, cuando no abiertamente contrarios a lo que el catolicismo expresa en la vida social.
Me refiero sin ambages a la radical oposición entre la concepción marxista-leninista de la sociedad y la que procede de la tradición religiosa y moral del cristianismo. Toda colaboración eclesiástica con la revolución comunista produce rechazo visceral en los creyentes, que precisamente se refleja en el repudio de una visita patrocinada por el actual gobierno de transición al socialismo, para expresarlo con delicadeza.
El costo es lo de menos, aunque como creyente no quisiera ver dinero del presupuesto, reconocido o encubierto, para una visita divisoria del sentimiento católico del país.
La recepción de la eucaristía está reservada a los católicos que se encuentren en estado de gracia, al cual se accede a través de la confesión sacramental. No me toca juzgar hasta dónde el doctor Santos ha sido creyente, practicante o penitente, pero su ostentosa presencia en ceremonias religiosas no convence. Ojalá dentro de algunos años no nos recuerde a aquel Fidel Castro de medalla al cuello, comulgando en el santuario de la Caridad del Cobre… ¡Ah, los lobos con piel de oveja!
Pero si no puedo juzgar la piedad eucarística de Santos, sí me atrevo a censurar su viaje a Fátima. Para el centenario de las apariciones, Bergoglio se hará presente en Cova de Iría el próximo 13 de mayo. ¡Tan pronto se confirmó la visita papal al santuario, los píos presidentes de SãoTomé, Guinea-Bissau y Colombia se apresuraron a anunciar su viaje a Fátima para acompañar al pontífice!!!
Esa súbita devoción mariana del presidente colombiano, que viajará en suntuoso jet oficial con docenas de políticos, curas, monjas y periodistas, expele un deplorable tufo sulfuroso. ¿Por qué, si es tan piadoso, no viaja como peregrino a Fátima con Tutina, María Antonia y Martín, en Avianca y de su propio bolsillo?
De mayo a septiembre 4, el doctor Santos seguramente multiplicará sus manifestaciones de pública religiosidad, para asegurar que la visita del papa argentino le traiga la bendición apostólica de su “paz”…
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¡Bienaventurados los revolucionarios que no presencian el triunfo de la revolución! Nicolás Gómez Dávila.