Strike 1

Autor: Rafael Bravo
2 abril de 2017 - 12:05 AM

El partido republicano se muestra incapaz de gobernar por su división interna y por una administración incompetente.

Donald Trump y el presidente de la Cámara de Representantes Paul Ryan terminaron ponchados en su intento por revocar y reemplazar la ley Obamacare. Contra todos los pronósticos, el pueblo, es decir los beneficiarios que son millones, se opuso al proyecto presentado en el Congreso que los dejaría sin cubrimiento. El mamotreto pretendía darle generosas concesiones tributarias a los de arriba a costa de los más pobres, además de no incidir significativamente en la disminución del déficit fiscal. Asimismo, hay sectores en el partido Republicano que rechazan la idea según la cual la salud es un derecho adquirido, sin que el Estado cumpla su papel mediador a través de subsidios ampliando el acceso a los servicios. 
Lamiéndose su golpeado ego, Trump solo atinó a culpar a los demócratas por su propio fracaso y afirmando que “lo mejor políticamente es dejar que la ley explote”. Cualquiera pensaría que la obligación de un gobernante es buscar consensos y cumplir las promesas de campaña. Ciertamente Obamacare requiere de ajustes y modificaciones teniendo en cuenta que las compañías de seguros han optado por salir de muchos mercados, pues no les es financieramente rentable con un efecto negativo en los precios de las primas. 
Fieramente opuestos al Obamacare, el partido republicano ha tenido 7 años para  ofrecer una ley alternativa que logre el apoyo de todos los involucrados incluyendo a su propio partido, hoy día mayoritario en el Congreso. El proyecto con la huella profunda del presidente de la Cámara, enfrentó de inmediato el rechazo de los miembros más radicales, de los moderados y de importantes grupos afectados como las asociaciones de médicos, hospitales, la poderosa asociación de retirados-Aarp- y varios gobernadores. Ante una inminente derrota no tuvo opción distinta a retirar el proyecto.
No la tienen fácil Trump ni el liderazgo republicano para avanzar la agenda legislativa no solo por la oposición de los demócratas sino por las posiciones extremas expresadas por el sector más radical de la derecha, un numeroso grupo de dogmáticos que reniegan del estado en la solución de los problemas, incrédulos de la regulación y el cambio climático. Son legisladores que han llegado al Congreso en representación de distritos ideológicamente de línea dura, nativistas y enemigos del establecimiento. 
El partido Republicano se muestra incapaz de gobernar por su división interna y por una administración incompetente. Las respuestas de la Casa Blanca a las dificultades han sido erráticas e incoherentes. No hay una agenda de gobierno definida. El frenesí tuitero está por encima de lo fundamental. Un ejecutivo fácilmente distraído con los medios de comunicación, vengativo con sus enemigos fantasmas y una muy cuestionada estatura ética y moral.
No es coincidencia que los índices de aceptación sean tan bajos para una Presidencia que apenas comienza. Una desaprobación del 56 por ciento es muy alta, a pesar del incondicional apoyo de sus seguidores. No hay duda que esta fue una humillante derrota para un hombre que siempre hizo alarde de sus habilidades como negociador, de ser capaz de sacudir al paquidermo Washington y para el líder republicano Paul Ryan obligado a poner orden  en las filas de su partido. 
Una cosa es oponerse y otra gobernar. Les está quedando grande la tarea. Todo indica que el Obamacare no era tan impopular como quisieron hacerle creer a tantos ignorantes e ilusos. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. 

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