Cuando un gobernante se alza tanto del piso y se acostumbra a mirar la gente hacia abajo, no hay institucionalidad que lo contenga
Petro es la revelación de la campaña. Tiene en jaque a un buen sector del establecimiento que observa atónito las fotos y videos de las multitudinarias concentraciones en espacio abierto del exalcalde bogotano. Hace 30 días nadie daba un peso por ese candidato poseedor de la más alta desfavorabilidad. El pan en el horno se cocinaba a favor de Fajardo, Vargas Lleras o el que dijera Uribe. No es raro escuchar en el Metro la conversación de algún desesperado que alista sus maletas para irse del país si gana el demonio.
Petro no va a ganar.
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No me gustan los mesías de ningún tipo u orilla. Cuando un gobernante se alza tanto del piso y se acostumbra a mirar la gente hacia abajo, no hay institucionalidad que lo contenga. Ocurrió con Uribe. No conciben hacer parte de una estructura porque temen diluirse en la colectividad. Les cuesta ser coequiperos. De allí su incapacidad para construir organización política, y cuando lo hacen, se la embolsillan o convierten en una mascota más a su disposición.
Con la institucionalidad arrasada por el mesías, desaparece la democracia. ¿Para qué la democracia o la deliberación social si el caudillo todo lo sabe y solo él decide?
Acá vale la pena citar a Enrique Krauze, ingeniero, historiador y escritor mejicano, en entrevista publicada por la Revista Reforma, marzo de 2017, ante la pregunta ¿Qué es ser liberal en este momento, en este siglo XXI?
“Es una actitud, un actitud moral ante todo. Es una manera de estar en el mundo y, sobre todo, en el mundo de la vida pública. Ser liberal significa creer en el diálogo, en la conversación, en el respeto a las opiniones ajenas y, ante todo, en la tolerancia. Ser liberal significa también tener una esencial desconfianza del poder, en particular del poder absoluto; la convicción de que es mejor dividir el poder que concentrarlo; el repudio a la concentración del poder en una sola persona; la fe en la justicia, en la importancia de la justicia, de la transparencia; en fin, de todos los valores que desde la fundación de la democracia en Grecia y a lo largo de los siglos y milenios, con larguísimas interrupciones, han sido la columna vertebral de una vida cívica. Eso es ser liberal.”
El que no me guste el talante de Petro, por radical y cercano al despotismo, como buen mesías, no quiere decir que no me gusten sus temas. Los que asustan a quienes no ven peligro en el talante autárquico del gobernante. Los temas de Petro son los grandes temas. La gente que lo sigue valora su denuncia visceral de la inequidad y la desigualdad, de los privilegios y la corrupción que es transversal a todo el sistema económico y político vigente. Toca cayos. Los demás candidatos, con sus matices sobre la guerra o la paz, no dejan de pregonar “hagámonos pasito”, para que todo cambie, pero que siga igual. Con Petro en el escenario como protagonista, el dilema de muchos electores para mayo puede ser: conservar el podrido statu quo o saltar al vacío. Tremenda decisión.
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