Son muchas las caras de la corrupción

Autor: Álvaro López Rojas
21 febrero de 2017 - 12:00 AM

Se revive la esperanza cuando en una corporación popular una linda jovencita alza la voz para defendernos, retando aun a sus propios jefes políticos.

Para establecer las oportunidades y casos concretos de corrupción oficial, hay que remitirse a los fines del Estado contenidos en nuestro Ordenamiento, determinando cual es el papel que juegan tanto los detentadores del poder público como los particulares. En esta materia las responsabilidades se parecen mucho a lo traído por el evangelio de S. Mateo en la parábola de los talentos: quien más recibe más debe devolver; en la vida pública, los servidores oficiales responder por acción, por omisión y por extralimitación; esto significa que el rol del Estado siempre será referido a los derechos ciudadanos, a la defensa de su vida, honra y bienes, a la observación del debido proceso, a la procura de la inclusión, la equidad y la paz, y en general a todo lo que signifique concreción de las condiciones de convivencia pacífica y de bienestar generalizado. Para ello se constituyen las autoridades, los servidores y los dignatarios.

Lo que está sucediendo, mejor lo que está quedando al descubierto en el país en materia de sobornos, es gravísimo. Entregar una obra a quien le ofrece dinero al encargado de adjudicarla, es de las aberraciones más miedosas, porque pone en riesgo el derecho a la igualdad de los proponentes y el patrimonio mismo del Estado. El problema no es si aportaron o no a las campañas políticas, pues de hecho hay muchos contratistas y empresas que aportan, sino el daño que se hace a las instituciones, y la incidencia de estos actos en la calidad de las obras contratadas. En esto hay mucha hipocresía: muchos de los mencionados, investigados y catones, hacen política con dineros ajenos, sin que pueda decirse que los dichos aportes son mero altruismo. Hay rumores muy socorridos acerca de las causas de cambios de opinión sobre operaciones y ventas de empresas del Estado, por parte de quienes debieron tomar la decisión.

Y no solo lo estrictamente público puede ser objeto de corrupción. Hay patrimonios que, por su origen y naturaleza, pertenecen a un colectivo determinado que debe ser protegido por la Ley. ¿Por ejemplo, a quien pertenece un templo, un directorio político, un sindicato o una caja de compensación? ¿Puede quien los dirige o administra apropiárselos, vender sus bienes para su beneficio particular o manejarlo como propio? La corrupción, puede decirse, es cualquier desvío de las funciones y responsabilidades de quien maneja lo público o semipúblico. No solo recibiendo dineros para sesgar las decisiones públicas, se incurre en acciones corruptas. Es corrupto quien persigue sin cuartel a quien no lo sigue proselitistamente, a sabiendas de que no hay delito en el perseguido, solo por darle rienda suelta a los propios odios. No es función de funcionarios o corporados, gastar recursos oficiales en el trámite de sus propias miserias.

Quien teniendo la obligación de exigir y controlar, no lo hace, es corrupto; lo es también quien cambia sus apoyos políticos por un viaje al extranjero o por puestos burocráticos. Si se hiciera la lista de las corrupciones que se ven a diario, las acciones que atentan contra los intereses colectivos, las actitudes de dirigentes que solo miran con buenos ojos lo que le produce dividendos, las aportaciones en dinero o especie a causas proselitistas, los diseños de presupuestos y planes para favorecer a los amigos, no se terminaría nunca. Por eso se revive la esperanza cuando en una corporación popular una linda jovencita alza la voz para defendernos, retando aun a sus propios jefes políticos. Hay esperanza en que la crianza de los jóvenes de hoy, esté centrada en la honestidad y el amor por las instituciones. Puede ser que estos jóvenes, con su actitud valerosa, le estén decretando el fin a las prácticas clientelistas y corruptas de hoy.  

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