La mentira no es una estrategia exclusiva del campo político, es una de las más potentes armas de destrucción masiva de una sociedad.
Dicen que las hay de todo tipo de acuerdo con la intención de quien las dice. Piadosas, dolorosas, destructivas, ingeniosas y hasta divertidas. Las mentiras se han convertido en un comportamiento habitual, aplaudido y necesario en las sociedades actuales. Lejos quedaron los señalamientos éticos y morales sobre quienes utilizaban la mentira como la expresión más evidente de manipulación y engaño.
Sobre el arte de mentir de ha escrito bastante y los estudios del comportamiento humano han definido la mentira desde diversas teorías, todas aplicables a las maneras en que se dan las relaciones en el mundo actual.
Desde la filosofía clásica se hablaba de la mentira como estrategia de guerra para engañar a los pueblos. Tanto Maquiavelo en El Príncipe como Otto von Bismark, considerado uno de los gestores de las relaciones internacionales como un medio para generar alianzas y unificar imperios, hablaron de la necesidad de ocultar, engañar y mentir para lograr propósitos políticos. El político alemán argumentaba que nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería.
Cualquier parecido con la realidad contemporánea no es coincidencia. Hoy, la mentira no es una estrategia exclusiva del campo político, es una de las más potentes armas de destrucción masiva de una sociedad. Si existiera un contador mundial de mentiras y se tipificarán como delito, no habría capacidad ni la más mínima capacidad de contenerlas.
Si en lo político suele tener consecuencias destructivas, en lo social es nefasta. Desde la sicología, se clasifican dos tipos de mentiras: las de omisión que ocultan información que existe con el propósito de generar una interpretación falsa e incompleta en los receptores. Es la típica de la respuesta “me acabo de enterar” o “no dije la verdad porque no me preguntaron”. En estos casos el victimario o mentiroso engaña enmascarando la verdad con silencios, verdades a medias, descripciones vagas, evadiendo cuestionamientos, desviando la atención o con indignaciones fingidas.
El otro tipo de mentira es la de la falsificación con la que se inventa información que no existe para confundir. Toda mentira es intencional, es un acto premeditado que aunque puede no perjudicar al destinatario, sí termina por enredar al mentiroso cuando no tiene como demostrar la veracidad de su información.
Más que el innato impulso por fantasear y especular que hace parte de la condición humana, mentir se ha convertido en arma de los débiles y temerosos que la practican como una habilidad peligrosa de la que nadie se libra y que es tolerada con silencio e indiferencia.
Ningún tipo de engaño debería ser justificado. Las mentiras humillan, degradan, enredan, agobian y pueden aniquilar a una sociedad que aunque cada vez es más habilidosa en el oficio de mentir y especular, también ha evolucionado en no tragar entero.
En medio de tanta falsedad y una cultura de habilidosos, astutos e ingeniosos culebreros, es una verdad que la nariz no crece por mentir como en el cuento de Pinocho y que como dijo el autor de El Quijote, las mentiras tienen alas y por eso vuelan, mientras que la verdad avanza arrastrándose, de modo que cuando la gente se da cuenta del engaño, ya es demasiado tarde.