Más allá de la condena al otro y a sus visiones el llamado del papa es a adoptar la actitud paciente pero activa, a la tolerancia
El eco que aún tienen algunas de las palabras del papa Francisco en Colombia, contrario a lo que pudiera pensarse, no reflejan lo bien que calaron entre nosotros sino lo poco que comprendimos. Seguimos lejos de asimilar pensamientos que no reafirmen nuestro discurso o que no sirvan para enrostrar las faltas ajenas. Una realidad que hace más imprescindibles las reflexiones del pontífice y más recomendable su análisis reposado.
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Es cierto que en la mayoría de sus intervenciones el papa fue, como suele serlo, directo y conciso para hablar de asuntos mundanos y actuales que le preocupan: el medio ambiente, la reconciliación, la esperanza, la misericordia, la superación de la pobreza, la condena a la lacra del narcotráfico, al blanqueo de dinero, a la especulación financiera, a la trata de personas, la tragedia de los migrantes, el llamado a la justicia social, la labor pastoral y un largo etcétera. Sin embargo, en lo que más ha sido citado es en la referencia que hizo desde Villavicencio a la Parábola del Trigo y la Cizaña. Solo pasaron unos segundos desde su mención para que comenzara a ser utilizada, en muchas ocasiones con nombre propio, para crear más odio y más cizaña en contravía del llamado del pontífice.
Como en otros casos, el uso inadecuado de la referencia papal ocurre o bien porque no se entiende o no se tiene el contexto, o bien porque no se quiere entender o simplemente se ve una oportunidad para reafirmar los conceptos previos y darles otro aliento a los odios y las malquerencias. Y es que la cizaña es así. Puede entenderse como una planta parecida al trigo, que se camufla entre él con su fruto venenoso y difícil de extirpar; pero también como una persona que daña, perjudica o estropea a aquellas otras entre las que surge o está. Pero la parábola del Evangelio de Mateo a la que hizo referencia el papa no busca argumentos para el odio sino para la tolerancia. Y está claro que no puede llamarse a la paz o a la reconciliación insultando al otro, señalándolo, discriminándolo.
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Francisco lo sabe y por eso advirtió desde el parque Las Malocas que aunque resulte difícil de creer en el cambio de quienes han apelado a la violencia, es un reto para cada uno de nosotros confiar en que es posible. “Es cierto que en este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña”, dijo. Es decir, para el odio y su veneno camuflado, por eso su consejo es no perderse en pequeñeces ni dejarse ganar por la incertidumbre, concentrarse en lo sustancial y no en lo adjetivo: “Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo y no pierdan la paz por la cizaña”. Entonces no debería usarse su expresión para agredir a otros porque resulta un contrasentido. Basta con leer el mensaje puntual del papa sin dejarse tentar por la interpretación acomodada: “Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz”.
La ley romana prohibía sembrar cizaña porque se entendía el peligro que implicaba mezclada con el trigo. Hoy tendríamos que condenar las actitudes y las expresiones nocivas que pueden alimentar viejos odios o engendrar algunos nuevos. Pero más allá de la condena al otro y a sus visiones el llamado del papa es a adoptar la actitud paciente pero activa del sembrador que “cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados”.
Por eso el papa insistió en esa y otras intervenciones en la necesidad de que la paz se construya con justicia, con verdad y con gestos reales de reparación. Pero también en la certeza de que se trata de un camino largo y espinoso en el que apenas hemos dado el primer paso. De allí el llamado a unos y otros para “construir la paz no con la lengua sino con manos y obras”, evitando la cizaña.