Lo verdadero, la transparencia, cimenta la amistad, la engrandece y la hace duradera.
No es tan inasible la amistad como el amor. El amor no puede ser obligado; surge como una centella en el cielo oscuro o es una luz que crece en medio de luminosidades desvanecidas o confusas; puede nacer entre fuerzas que nos dominan o parecen destruirnos; puede también ser poder vertiginoso en medio de un ambiente calmado o débil. Los mitos humanos resaltan su origen irracional, inexplicable y se le atribuyen poderes enormes de transformar lo vacío en plenitud radiante o lo amorfo en cosa bella a los ojos de quien ama. Hasta el valor en el combate se le atribuye al amor y se lo considera valor excelso de una vida plena. Desde Platón hasta Freud el conocimiento objetivo ha tenido que recurrir a los mitos para comprenderlo.
Con la amistad la cosa no es tan compleja o inexpugnable y la tradición filosófica, y en particular Platón, proponen una triada que nos permite entender un poco mejor su naturaleza. Lo bueno, lo bello y lo verdadero han sido ejes que nos permiten, no solo comprender la amistad, sino acercarnos a las cosas humanas sin estar enteramente desnudos de herramientas para la comprensión y el entendimiento.
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Una discrepancia profunda en lo que consideramos bueno es una barrera casi insalvable para continuar un lazo amistoso pues no es amistad lo que une los seres humanos cuando buscan cosas dañinas o hacer daño y obtener resultados beneficiosos sin evaluar los medios para lograrlos. Esa unión en el mal es compinchaje, no amistad, y es el modo de relación en esas agrupaciones en las cuales la lealtad está marcada por la servidumbre y lo importante es el ocultamiento del oprobio y la crueldad que se planean y realizan. Por eso la “amistad” entre políticos es circunstancia muchas veces no duradera y no tiene esa relación un norte en la decencia y la bondad entre grupos humanos formados para obtener a toda costa beneficios; hay ahí conveniencia, contubernio, complicidad pero hablar ahí de amistad ya es ambiguo.
Por lo anterior es muy difícil conservar amistades cuando las visiones políticas son irreconciliables y entre camaradas se puede pasar de la honda vinculación al odio muy rápidamente. Una cierta concepción de lo bello puede cimentar la amistad más duraderamente y la sintonía en el gusto puede fortalecer los nexos humanos; por el contrario la percepción de lo amorfo o lo monstruoso, desde puntos irreconciliables, hace imposible unirnos en el disfrute de lo que cada uno considera inadmisible. La experiencia artística unida produce sinergias que pueden durar toda una vida si no se interponen los orgullos y los egoísmos inherentes a la creación propiamente dicha.
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El asunto definitivamente crucial es el de la verdad. Lo verdadero, la transparencia, cimenta la amistad, la engrandece y la hace duradera. Por el contrario, ocultar razones, mentir descaradamente, tramar en las sombras y a espaldas asuntos que se sabe el otro no admite es el camino más seguro para destruir la amistad más sólida. Por ello no hay amistad genuina entre quienes tienen o profesan teorías totalmente opuestas y ya sabemos que el seguir teorías comunes tampoco garantiza espacio para la amistad; Marx y Freud, paladines del sectarismo intelectual, eran más corteses con sus francos opositores que con sus alumnos o seguidores a quienes condenaban a suplicios que rozaban los dedos de la muerte.