Barco que cambia de nombre, está condenado a la desgracia.
Roberto Arlt. Un viaje terrible.
Los viajes por mar
Se dice que el hombre, como los demás animales mamíferos y los pájaros, salió del mar después de que la bacteria originaria evolucionara, se moviera más fácil, desarrollara miembros, cambiara branquias por pulmones y, ya sin una piel babosa o escamada, se acomodara a nuevas situaciones: un piso seco, aire, climas diversos, plantas, comida más dura (que logró ablandar con el fuego) y una forma más divertida de procrear. De ser cierto esto y no lo que se plantea de Adán y Eva, el hombre, los pingüinos, las focas y las morsas, salieron del mar y volvieron a él, pero no para vivir sino para usarlo. Se dirá que algunos pájaros también. De los pájaros (de los pollos, en especial) se ha dicho de todo, incluso que son pequeños dinosaurios con plumas. Bueno, el hombre regresó al mar y comió pollo. Y usó las aguas para atravesarlas de orilla a orilla, cosa que no han logrado las morsas, los pingüinos y las focas, que son animales más caseros.
Los viajes por mar, los primeros más arriesgados porque iban al garete y otros, como los de los descubridores españoles y portugueses, que buscaban el fin de la tierra, ha sido tumultuosos para susto de capitanes, tripulantes y pasajeros, en especial estos últimos que son más nerviosos, exagerados, rezanderos y mentirosos. El mar se mueve como quiere, a veces como una caricia y en otras como si fuera una colcha que estuvieran sacudiendo. O si se quiere, como un potro indio al que estuvieran domando. Versiones de cómo se mueve el mar las tienen hasta los diablos, que no suben a los barcos, sino que esperan en los puertos. Lo anterior hace que los viajes por mar sean una experiencia que produce relatos de todos los pelambres, desde novelas de amor en un trasatlántico (barcos llamados así porque el océano Pacífico es más aterrador) hasta historias de piratas (La Odisea), comerciantes (los viajes de Simbad), aventureros (los de Julio Verne y Emilio Salgari), científicos (Jacques Cousteau) etc.
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El mar, entonces, hace parte de la cultura y hasta de la religión (Stella Maris y san Telmo, que se pegaba en forma de luz a los mástiles; las vírgenes del Cobre y de Regla, que son santeras), que ateos viajando por mar se conocen pocos, quizá uno: el capitán Nemo, del Nautilus, que era anarquista y nunca existió. Y en este mar, que unió a todos los hombres en los puertos, se crearon lenguas como el lunfardo y el sabir (que se habló en el mediterráneo hasta el siglo 19) que contienen palabras de todas las lenguas y hablan del Kraken y el Leviatán, monstruos marinos que se alimentan de las tripulaciones de los barcos y a los que hay que seducir, para que se calmen, con una mujer de senos generosos al aire y situada en el castillo de proa. Otros dicen que hay que tirarles pecados para que se atraganten, asunto que funciona poco, pues para tirar el pecado habría que tirar al pecador y muchas veces este era el que sabía leer las estrellas y entender la brújula. Y estando en el barco, eso no se hace. René Descartes evitaba viajar en barco, pues temía que lo atracaran en medio del mar y luego lanzaran su cuerpo por la borda. Y cuando la nave llegara al puerto, todos se pondrían de acuerdo en decir que el filósofo y matemático había enloquecido y se había lanzado al mar para hablar con Neptuno.
Viajes terribles
Como el mar es grande y se oscurece hasta apagar la última luz, como produce olas del tamaño de montañas y remolinos que hunden las embarcaciones llevándolas a una grieta profunda que contiene el fondo (es lo que se dice del Pacífico y del triángulo de las Bermudas), como muchos han enloquecido y aún muertos siguen navegando (El holandés errante, por ejemplo), que hayan existido viajes terribles no ha sido raro, especialmente cuando los cuentan quienes han salido indemnes de la aventura. De esos viajes terribles por mar hay mucha literatura y libros de historia, en los que unos (los ciertos) se confunden con los creados por los escritores, que no se saben si fueron sus pesadillas o en realidad les pasó. Edgar Allan Poe, que conocía bien el puerto de Boston, escribió Las aventuras de Arthur Gordon Pym, la historia de un muchacho burgués que enloquece al interior de un ballenero y nunca logra escaparse de la locura aun cuando la tormenta amaina. Herman Melville, autor de Moby Dick, cuanta la lucha entre el bien y el mal en el mar. Su personaje, “llamadme Ismael” (dice él), es testigo de la locura del odio del capitán Ahab y las peripecias del Pequod en el mundo de las ballenas. Este libro, un clásico de lo que es un mar tormentoso (y también un corazón), tiene en su inicio todo lo que se sabía de ballenas, cachalotes, orcas y otros seres furiosos de las aguas. Los periodistas Gordon Thomas y Max Morgan-Witts, escriben El viaje de los malditos, un libro donde cuentan la historia del St. Louis, un barco que parte en mayo de 1939, de Hamburgo (Alemania) con 612 judíos que son rechazados en todos los puertos (solo dos logran entrar en Cuba) y tienen que regresar a su destino. Allí, el nazismo da cuenta de ellos. Sobre esto se hizo una película en 1976, para recordar lo que es la falta de solidaridad, en especial la del presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, quien consideró políticamente incorrecto recibir a quienes ya habían obtenido su visa (pagando 150 dólares), pues en ese momento mantenía relaciones con el gobierno de Hitler y un puñado de judíos no iba a dañar estas relaciones, todas de negocios.
También fueron viajes terribles el de las carabelas de Colón (en el que hubo amotinamiento y Colón comenzó a profetizar) y el de La Victoria, donde Antonio Pigafetta (el cronista) le dio la vuelta al mundo después de dejar flechado de muerte a Magallanes, en las islas Molucas; los del pirata Morgan (que bebía ron mezclado con pólvora) en los mares del Caribe, los del capitán James Cook, que fue comido por los caníbales (algunos dicen que la causa de su muerte fue una puñalada, seguro previa al festín) y el de Jonás, que vivió tres días en la barriga de una ballena. Pero, quizá, el viaje peor de todos sea el de Roberto Arlt, de Antofagasta hasta Panamá, que nunca llegó a su destino final. Al barco, que se llamaba San Pedro, le habían cambiado el nombre por el de Blue Star.
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Art y Un viaje terrible.
La historia de este viaje, que me encontré en una edición del libro de cuentos El criador de Gorilas, había pasado mucho tiempo sin volverse a publicar (50 años, dicen en el prólogo). No sé las razones, pero supongo que se debió a que no era un cuento apto para viajeros, que en la teoría de Arlt son los que empeoran el viaje dándole las condiciones necesarias para que haya horror y, en consecuencia, gente que se suicide o sea asesinada. O que se encierra en el camarote para que ningún pez lo toque y el mar lo sale. En ese viaje simple, de cabotaje (siguiendo la costa), se crean todos los diablos. Y todo porque llega un primo del narrador y dice que a un barco no se le debe cambiar el nombre porque sucederá una desgracia. Este hombre, que por falta de oficio es un anunciador de cosas terribles, da inicio a una serie de personajes, cuál peor que el otro. Y más en el estilo seco y preciso de Artl, el escritor argentino de origen alemán, que fundó la novela moderna en Argentina, dándole un viraje a los gauchos y caballos de Ricardo Güiraldes, escritor finquero (muy buen mozo, dirían las señoras) muerto en París en 1927, un año después de que fuera publicada El juguete rabioso, la primera novela de Roberto Artl, que habla de ladrones en Buenos Aires, felices de andar robando y montando en taxi. Con este libro, al que seguirán otros como Los Lanzallamas, Los siete locos, Amor Brujo, a más de sus cuentos y aguafuertes porteñas y cariocas, españolas y africanas, en los que da cuenta de cómo vive la gente común y corriente (zapateros, sastres, vendedores de legumbres, brujos, rufianes, putas, mujeres gordas que no salen del marco de la puerta de sus casas, judíos que no se sabe qué miran cuando rezan, jugadores alterados, viajeros sin rumbo, etc.), Martin Fierro se convierte en literatura para melancólicos y románticos. Ya lo del campo y la cebada de mate, lo del asado y el duelo con puñal, ha pasado. Ahora viene la ciudad con todas sus demencias, de día y de noche, lloviendo o amparándose del sol con una sombrilla, sobre los techos y en los sótanos, entre los ricos y los pobres. Todo como un viaje terrible de Arlt, yendo por las calles y entrando en los cafés.
Pero su viaje terrible, este sí por mar y siguiendo las costas del Pacífico, lleva en el barco un pasaje que contiene musulmanes que rezan mirando a la meca, mujeres peruanas que hacen procesiones en cubierta con velas encendidas, estafadores profesionales, traficantes de drogas, negros alucinados, marineros que nunca lo habían sido, un libro de los profetas al que el narrador llama “el de los rufianes y conductores de bueyes”, una mujer loca y bella que habla de coloides aplicados a los abrigos de caucho y que remite a Artl (un inventor fallido) a sus ensayos sobre medias de mujer engomadas; un médico que usa artes ocultas para diagnosticar, una novelista fallida que se ama con telegrafista al que no le llega ninguna señal, un pastor protestante que compite con sus prédicas con una escocesa anglicana, en fin, la más variada fauna de personajes que con sus actos hacen el viaje terrible y con sus palabras invocan y provocan una tormenta endiablada y después un remolino tan grande que el mar se vuelve plano y el barco no se mueve. De ahí logran salir, los que sobreviven, en aviones Catalina, dejando todo a bordo, desprecios, amores (el del narrador con la muchacha loca), odios, mentiras, desafuero y delirios.
Pero lo interesante de este relato es que es una especie de testamento de Arlt. Después de su publicación, en 1941, Arlt morirá de un paro cardiaco (1942), llevándose con él, con sus cenizas que se esparcieron sobre el rio Paraná, a todos sus personajes, ocultistas, rufianes, anarquistas, situados en crónicas, obras de teatro y libros de novela y cuento. De este hombre que nació en 1900 y que se adelantó al tango Cambalache con sus narraciones, dice Ricardo Piglia: no sé si copio, si inventó, si lo copiaron. Fue un fracaso como escritor y ahora lo tenemos que aceptar como el más escritor de todos. Escribía mal, porque decía lo que tenía que decir. Y esto enfermaba a los críticos, sirvientes de la literatura afrancesada.