Sobre Bauman y lo perentorio líquido: tanto qué hacer y vamos por el camino que no es

Autor: Memo Ánjel
21 enero de 2017 - 12:00 AM

La partida del autor hace propicia una reflexión sobre sus aportes a pensar la cultura contemporánea. 

Medellín, Antioquia

“Las emociones son variables y traviesas, pierden ímpetu con gran rapidez, tienden a ser desviadas del objetivo inicial a la más mínima distracción”. Zigmunt Bauman. El miedo líquido.

Los días de lo perentorio
Los días de la paciencia se acabaron, igual que las vivencias de paisajes idílicos con vacas, bosques, caminos amarillo-rojizos, alguna muchachita montando en bicicleta y una cabaña al final. Igual que se perdieron las casas habitadas por burgueses satisfechos (los ingleses), todas tan amplias y con habitaciones destinadas a un oficio: saber del mundo, jugar una partida de naipes, beber un digestivo y vivir en paz. De esa noción de patios florecidos, gente tranquila bebiendo un café o una muchacha aprendiendo a tocar el piano, quedan las pinturas de los románticos y algunos impresionistas, pero ha desaparecido la gente y el ambiente que copiaron. Y si bien frente a esta visión burguesa también existía la pobreza, los pobres buscaban sus diversiones (hay que ver los cuadros de Pieter Brueghel el viejo, que dan cuenta del país de Jauja) y dormían más de la cuenta y, a menos que hubiera guerra, morían sin acelerarse, lo que les daba tiempo para arrepentirse. Total, se estaba vivo para vivir. Pero ese pasado (que en muchas cosas no fue mejor), se ha ido al traste. Hoy, en la edad de la inocencia y del síndrome de Adán (el mundo aparece con nosotros y nada de lo anterior existe), nos han cambiado. Y todo porque no hay paciencia ni seducción, nada que se cocine a fuego lento (se come casi crudo) y las grandes pasiones se han convertido en arrebatos de tiempo mínimo, muchas veces con un personaje pegándole a la pared o escupiendo sobre una pantalla. Vivimos lo perentorio, lo más rápido, el ya, la explosión, el desborde, el mero dato, la falta de contextualización, la carrera del caballo desbocado, las ovejas que se tiran al vacío siguiendo a otra que creyó que por ahí era el camino y no era. Y esto pasa porque, compitiendo con índices y robots (humanos robotizados), ya no hay ocio reflexivo sino avisos del tiempo es oro, petróleo, coltán, plástico y acciones que no sólo rotan y rebotan en la bolsa sino en la cotidianidad, pues hacemos tantas cosas que al final, cuando ya estamos casi secos, todo son trozos cocidos como se pueda. Y como en el acelere hay que dar cuentas, entonces se miente, se delira y fabula, y los deseos (y la huida de ellos) se convierten en palabras que van y vienen como los pájaros de Hitchcock entrando en el baño, en la oficina, en el interior de las camas y, como resultado, saliendo por el teléfono o en mensajes de texto, cuando no es que brotan de una cara deforme pegada a los cristales de una ventana. En estos días de los perentorio, ya casi estamos espantando. Y no por la figura, que esta se maquilla, sino por lo que pensamos, que es lo peor.

Bauman y lo líquido
Marshall Berman publicó, en 1982 (después de un trabajo de diez años), un libro titulado Todo lo sólido se desvanece en el aire, donde hablaba de la capacidad del capitalismo para acabar con las viejas estructuras. De un mundo social se pasaba a uno individual, del todo a la parte y del valor y el principio a la comodidad del yo que, siguiendo quizá las tesis de Ayn Rand (la teórica del egoísmo), se encaramaba sobre el nosotros acabando así con ideologías políticas y religiosas, planteando la conveniencia y dejando claro que el asunto era de quien ganara la carrera. Ya no había que ser fiel a nada sino a los propios intereses. Berman teoriza entonces el paso de la solidez a la evaporación. Lo que a Zigmunt Bauman, el sociólogo judío-polaco, le pareció raro, pues nada que esté solidificado se evapora sin pasar antes por lo líquido. Así que a la versión de Marshal Berman, de un algo que se quema y se vuelve humo (una especie de antiguo altar caníbal), le faltó la licuefacción, el estado intermedio que permite convertirse en vapor. Y en esto de lo líquido, entra Bauman, que antes que ver el paso radical de un hecho a su opuesto, ve el resultado de lo intermedio, que es lo que provoca la evolución, el acomodarse a los nuevos ambientes, perdiendo parte de lo anterior pero no la totalidad, lo que no quiere decir que sea bueno. En otros términos, para deshacerse, la materia (sus valores y principios) es resiliente: antes de dañarse del todo, busca tomar de nuevo su forma original, aunque no siempre lo logra y entonces se deforma. Y así la sociedad, que antes de desmoronarse trata de ser la que era, pero ahí aparece lo líquido y la sociedad se riega y lo que era un ente sólido (al menos en teoría) toma diversas direcciones, aparece lo relativo y algunas ramas o hilillos de esa liquidez se secan mientras las demás engordan con basura o se mezclan con otras cosas hasta ya no ser lo que eran sino una mutación extraña. 
Y en esto que es líquido para Bauman, aparecen la modernidad, la sociedad, el consumo, el amor, el miedo, la política y las redes sociales. ¿Y por qué Bauman parte de la modernidad? Porque lo moderno es lo que es bueno (o actúa) aquí y ahora, configurando un presente. Así que la sociedad, afectada por lo moderno de fin de siglo y principios de este, se deslíe como una paleta y su contenido corre de un lado a otro y en distintas direcciones: asume algo y después lo destruye, se emociona y luego cambian de agenda, lo que provoca otra emoción. Y en esto que son meras emociones y no razones, que van tras el deseo sin lograr satisfacerlo (Lacan), que se maquillan para negar la enfermedad y así mostrar la cara que no es, lo que eran valores y principios constitutivos de la humanidad han dejado de serlo, pues los objetivos de ser más humanos se pierden debido a las emociones y contradicciones que aparecen en el camino. Avisos ofreciendo felicidad a partir del consumo, modas para quererse sin compromiso, el cuerpo como objeto frente al espejo, el otro como ser peligroso y si no, sospechoso etc. Y en este mundo donde todo fluye hacia lo light (el menor esfuerzo para lograr el mayor resultado o la negación del resultado a cambio de una emoción), realmente no está fluyendo sino que se riega y aparece el caos. Lo líquido de Bauman no es un río ni es un mar, es una bolsa de agua que se rompe y encharca, que moja unas partes más que otras y al fin se evapora o es trapeada.  

Las evaporaciones
En estos conceptos de lo líquido, de lo emocional antes que racional, del yo deseo y quiero y entonces compro la emoción y no la cosa en sí, me hago una imagen trucada de mí mismo y con ella trato de competir, pero no con hechos acabados sino con la moral líquida: la mentira, la mezquindad, la traición, el acolitaje, el servilismo etc. Y esto, antes que hechos son evaporaciones, pues nada de lo que contienen crea sociedad sino miedo. Y el miedo no se ve, carece de forma, sólo se siente. Y ese miedo, como aparece con los rumores y las apariencias, es líquido y, como tal, lo permea todo. Y quizá este sea el final de la teoría de Zigmunt Bauman: que somos el miedo mismo y, en esta situación, tememos la sociedad, el amor, la política, la cercanía, el consumo y los deseos en los que se involucra otro. Y con este miedo que nos delata, nos volvemos líquidos para tener al menos una dirección entre las tantas que perdimos, y así nos volvemos virtuales y nuestro escondrijo es la red, que más parece una red de circo, pues allí se actúa, se hacen maromas, se posa, se salta y se cae, se tiene otro nombre y se elimina al otro con sólo un clic. O con una emoción que después resulta siendo otra: una perentoriedad. Líquida.  

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