La ciudad era un proyecto y alcalde tras alcalde, de cuando eran nombrados, iban continuando con el propósito de volvernos una urbe ordenada, amable y limpia.
A una ciudad como Medellín, habría que adecuarle mecanismos que le permitan desarrollarse armónicamente, anticipándose al adanismo de los que serán elegidos alcaldes hacia el futuro. El Metro, nuestro Metro, solo para poner un ejemplo, fue uno de los proyectos que afianzaban la ciudad como modelo de futuro urbano en Colombia. La constitución de la empresa administradora del sistema cumple cuarenta años, desde su erección en la administración de Jorge Valencia Jaramillo; su puesta en funcionamiento se la debemos a otro Valencia, Alberto, que en 1995 superó todas las oposiciones y lo puso a rodar.
Al decir de los expertos, los metros del mundo estrenan una nueva línea cada cinco años, pero línea férrea, no de cables ni de tranvía. Lo cierto es que el sistema metro de Medellín va en decadencia por las presiones que se ejercen para condenarlo a cargar con experimentos poco rentables, y por la obsolescencia de sus elementos que a través de su historia no han sido renovados o cuidados con responsabilidad; la política ha pesado mas que la experiencia y el conocimiento a la hora de nombrarle gerentes. Al de ahora le toca lidiar con el lastre de las malas administraciones de sus antecesores inmediatos.
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Nuestra ciudad ha tenido enemigos declarados, como el Gobierno que dejó parado el Metro durante cuatro años, y opositores soterrados, algunos de los cuales tiran piedras desde adentro. Las finanzas van mal. El Gobierno no tiene ningún interés en que Medellín supere sus problemas de movilidad, y la administración municipal yerra por ignorancia en la adopción de soluciones, como cuando abre el debate sobre lo que debe hacerse en la carrera ochenta. Lo obvio, sano y económico, sería desarrollar una línea nueva del Metro, pero parece que lo obvio sano y económico no le interesa a nadie.
Volver a Medellín la ciudad que es hoy, le costó a su gente. Las obras de infraestructura importantes se hicieron por el sistema de valorización. La ciudad era un proyecto y alcalde tras alcalde, de cuando eran nombrados, iban continuando con el propósito de volvernos una urbe ordenada, amable y limpia. No había giros desde Bogotá; todo era por cuenta de sus habitantes, aunque después, a la hora de inaugurar las obras trajeran al Presidente. La política ha cambiado y se siente la ausencia de liderazgo en el manejo de las ciudades, especialmente una como Medellín, a la que le ha caído muy mal la elección popular de alcaldes.
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Hay una notoria displicencia de nuestras clases política y empresarial, que han dejado de opinar e influir en el manejo de la ciudad; un proyecto tan vital como nuestro Metro está al borde del colapso por cuenta de la indolencia y las corruptelas; hasta la plata que le debían los españoles fue negociada por un gobierno que creíamos propio. Va siendo hora de rodear a los directivos del Metro y recuperar el proyecto para bien de los medellinenses. Porque si nos ven ahora, en lo que nos vamos convirtiendo, es muy seguro que nos quiten los premios internacionales que se ha ganado la ciudad, y no pongan en la lista de los no viables.