Ser un desplazado  

Autor: Darío Ruiz Gómez
27 febrero de 2017 - 01:20 PM

La experiencia personal de la mentira instaurada es la que hace que cada ciudadano haya comenzado a sentirse como un extraño en su territorialidad, en lo que antes reconoció como su patria. 

Los matices que ha ido tomando con una rapidez insospechada nuestra diaria realidad los constato en las conversaciones con taxistas, escuchando murmuraciones de gentes desprevenidas, una fuente confiable de verdadera información donde el punto de vista de quienes sufren el peso de la crisis política, del desmoronamiento de la economía, del fracaso de la vida ciudadana, está marcado por lo que a nivel de sentimientos, de confiabilidad en la justicia, en el orden institucional está viviendo la ciudadanía frente, además, a la más abierta inmoralidad de la desinformación. Lo que ha conducido a la reacción silenciosa pero radical de una ciudadanía que palpa su desilusión, y que comienza a decir que no está dispuesta a dejar que el país sea entregado a fuerzas oscuras mientras la clase política y buena parte de la clase dirigente parece estar ciega ante el avance del caos y la anarquía, de la corrupción. Las descripciones que hace Ortega y Gasset de lo que supuso esta irresponsabilidad histórica mediante la cual finalmente España se precipitó en el abismo de la guerra civil me recuerdan mucho, lo he repetido, a las que ahora vive Colombia, un periodismo mediocre, una vida pública deliberadamente insustancial, una intolerancia cerril, la banalidad utilizada como instrumento para correr cortinas de humo ante la mentira oficial. La experiencia personal de la mentira instaurada es la que hace que cada ciudadano haya comenzado a sentirse como un extraño en su territorialidad, en lo que antes reconoció como su patria. A sentirse como un des-plazado o sea como alguien sacado a la fuerza de su plaza, des-localizado, ya que si Colombia tuvo seis millones de desplazados a causa de la violencia criminal y de cuya llegada a las ciudades preferimos no darnos cuenta, hoy cada ciudadano es un desplazado de su hábitat ya que nada ni nadie está seguro, y se castiga haciendo el silencio sobre quienes son considerados como contradictores de la gran mentira instaurada para “conseguir la paz”. Como señala Emilio Llovet “se reflexiona a través del tópico, de la frase hecha y del concepto estereotipado” ya que de esta manera al escándalo que supone un atentado terrorista se lo evapora convirtiéndolo en anécdota, se diluye en la estupidez informativa su carga de inhumanidad. La información de dos importantes periódicos españoles, El País y El Mundo coincide en que en el atentado terrorista en las cercanías de la Santamaría además de treinta heridos hubo un muerto, lo que corrobora el cronista taurino de este último señalando que se hizo en la Plaza un minuto de silencio por el policía asesinado. El miércoles 22 se aceptó que el herido “sufría muerte cerebral” lo que confirma que la neolengua utilizada por el poder del Gran Hermano en 1984 la novela de Orwell y que recurre a los estereotipos, a los clichés para no decir la verdad, está presente como manipulación política, así como la perversa utilización de crear duda sobre los autores del atentado terrorista. Por fin el mismo miércoles 23 se acepta que un policía ha muerto. Esto es lo que se llama secuestrar la realidad.
Un atentado terrorista constituye el mayor crimen de lesa humanidad. Calificarlo como tal no es tarea exclusiva de una Comisión de Paz sino de la Corte Suprema de Justicia, ya que si una sociedad acepta el terrorismo como argumento válido de una banda de desquiciados, está aceptando un chantaje mediante el cual se derrumbará todo el sistema jurídico de la democracia, lo que supone el triunfo del criminal sobre las víctimas. La extrañeza del K. de Kafka ante la ley es nuestra propia extrañeza ante una autoridad que ha convertido a cada uno de los ciudadanos en un desplazado.
 

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