Bajo Stalin nunca se dejó de hablar de “paz”, mientras la represión y el hambre completaban la “reforma agraria”
El espejismo de la paz es lo único que supera la seductora ilusión de la reforma agraria. Sobre estos dos imaginarios, verdaderas panaceas, reposa siempre, desde Lenin, la propaganda comunista.
No quiero extenderme sobre la cantilena de la paz, primera promesa de Vladimir Ilich, que tan pronto alcanzó el poder ordenó la rendición unilateral de Rusia frente a Alemania, mediante el tratado de Brest-Litovsk, del 3 de marzo de 1918. Paz bien fugaz, porque no pasarían muchos meses antes de que el gobierno bolchevique incendiara el inmenso país mediante una “reforma agraria” que condujo a la atroz guerra civil entre “rojos” y “blancos”, con varios millones de muertos antes de consolidarse la dictadura totalitaria.
Bajo Stalin nunca se dejó de hablar de “paz”, mientras la represión y el hambre completaban la “reforma agraria”, hasta el punto de que durante incontables años hubo un Premio Stalin de Paz, para galardonar ilustres compañeros de ruta que insistían en la vocación pacífica del “Padrecito”, mientras este engullía países y ampliaba el Gulag. Muerto el georgiano, el premio, como el Lenin de Paz, siguió propalando la falacia.
Dejemos entonces la paz, para hablar de “reforma agraria”, la segunda bandera de Vladimir Ilich y de Iósif Vissariónovich. Para granjearse el apoyo del enorme campesinado ruso, Lenin decretó que la tierra era para quienes se apoderaran de ella. He ahí una primera “reforma agraria”, que condujo inevitablemente a previsibles violencia y mortandad. Luego vendría una segunda, bajo Stalin, la colectivización de la agricultura.
Así como primero se expropió tanto a los latifundistas como a los empresarios agrícolas, que habían convertido al Imperio Ruso en una de las principales despensas del mundo, ahora se expropió a los productivos granjeros que habían surgido de la anterior reforma. Sobre la muerte de millones (¿veinte o treinta?) se montaron, tanto las granjas colectivas (kolkhoz) como las del Estado (sovkhoz), igualmente improductivas, que condenaron al pueblo soviético a la penuria durante setenta años.
Sin embargo, “reforma agraria” se ha convertido en una seductora ilusión. Todo el mundo considera que nada hay más justo que repartir la tierra de los odiados propietarios rurales (que alimentan a los países) entre los campesinos (buenos por definición y poseedores de todas las virtudes, etc.).
Como casi nadie tiene tierra, ni conoce la increíble complejidad de la agricultura y la ganadería, ni posee noción alguna de la imbricación de oferta-demanda-ecología-producción-distribución-sanidad-innovación-comercio internacional, etc., se celebra aquella abstracción de la “reforma agraria” como algo progresista, justiciero, elevado, deseable per se… ¡Así de simple!
Si expropiar a quienes producen fuera la solución para alimentar y enriquecer a los países, las hambrunas crónicas de la URSS y la China de Mao no habrían tenido que dar lugar a contrarreformas que devuelven, en mayor o menor medida, la libertad económica, con el consiguiente incremento de la producción.
Pero estas últimas y necesarias contrarreformas en Rusia, China, Vietnam, no seducen ni ilusionan, nadie habla de ellas ni merecen estudio en nuestras universidades…
Traigo esto a cuento porque después de 58 años de hambre en Cuba y de los desastrosos efectos de la reforma agraria inspirada por los Castro para Venezuela, gobierno y Farc se ponen de acuerdo para imponer, vía fast track, una ley de “orden social de la propiedad y tierras rurales”, similar a la de Chávez y redactada en Cuba.
Esos 166 artículos, ambiguos, enrevesados y orientados hacia la expropiación de los productores agrarios, arrasarán dentro de una o dos semanas con nuestro modelo agrario (imperfecto pero productivo), para entregarle el campo a la demagogia, engendrar violencia, conducir a las peores confrontaciones, arruinar la producción, traer la hambruna y eliminar el porvenir económico y social.
Pero como toda revolución comunista exige la expropiación de las tierras y la colectivización de la agricultura, esa ley pasará, para que comience en serio la gloriosa revolución colombiana, que nos llevará a rivalizar con la Venezuela de Maduro, tan admirada y respaldada por Timo y sus seguidores, actuales gobernantes de Colombia…
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Minucia: “Los predios rurales destinados a la recreación, arrendamiento y cultivos ilícitos, quedan excluidos de esta ley de expropiación rural” (Tomado del excelente artículo de Indalecio Dangond, Ley de expropiación rural. El Espectador, 5 de mayo 2017).
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Trío: Martín Santiago (coordinador de la ONU para la “entrega de armas”); Enrique Santiago (legislador de la nueva Colombia) y “Santiago” (Juan Manuel).
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Maduro puede consolarse con el fervoroso apoyo de Mujica, quien se quita la careta democrática y bonachona para volver por sus fueros de terrorista incorregible