Según Gaviria, las curules que los congresistas nos hemos ganado con nuestro propio patrimonio, nuestro propio riesgo y nuestros méritos, le pertenecen a él, y nuestras conciencias también son de su propiedad.
“Allí se dice libertad de cultos/ y se persigue con furor al clero./ Allí se dice libertad de prensa/ y hasta se ataca el libre pensamiento./ Y se dice también leyes penales/ y el crimen goza grandes privilegios./ Casa de reclusión también se dice/ y no hay una mujer... pero hay ‘progreso’./ Así se insultan libertad y Antioquia/ y eso se llama liberal gobierno”.
Nunca pensé que algún día estaría de acuerdo con estos versos que, en el siglo antepasado, escribió Epifanio Mejía, el poeta del “Oh libertad que perfumas”. Pero hoy, al ver en lo que se ha convertido la Dirección Nacional Liberal, me parecen proféticos del comportamiento sectario y totalmente antiliberal de César Gaviria y sus cuatro alter egos. Me sobrecoge constatar que las palabras del vate antioqueño, que murió en el manicomio, se materializarían en pleno siglo XXI. Cada uno de sus versos refleja la actualidad del Partido Liberal: se coarta la libertad de pensamiento, se persigue con furor toda convicción religiosa, se prodigan privilegios impensables al crimen y se bloquea toda aspiración de las mujeres liberales a la más alta dignidad del Estado.
De manera arbitraria y abusiva, una vez, sin cumplir los requisitos estatutarios, fue ungido “director único del Partido”, Gaviria expidió una resolución mediante la cual exige que todo candidato liberal, en cualquier elección, renuncie a su derecho a la libertad de opinión, al disenso, al libre desarrollo de la personalidad, al derecho a elegir y ser elegido, a la objeción de conciencia y a la responsabilidad e independencia mínimas. Esto dista mucho de la forma en que ejercían su liderazgo los grandes dirigentes del partido, que dedicaron su vida a construir una estructura seria con trascendencia, como un legado para las generaciones por venir, no para solucionar las necesidades clientelistas de un séquito de oportunistas. ¿Qué tal las “amables discrepancias” de Turbay Ayala y Lleras Restrepo, o de Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, por solo citar dos ejemplos?
Pero, según Gaviria, las curules que los congresistas nos hemos ganado con nuestro propio patrimonio, nuestro propio riesgo y nuestros méritos, le pertenecen a él, y nuestras conciencias también son de su propiedad, porque ha decretado que su “manifiesto” nazi será prerrequisito firmado “bajo la gravedad del juramento” para cualquier aval a cualquier candidato.
Esto no atenta solamente contra los derechos funadamentales y contra la democracia, sino contra la esencia de los partidos. Los partidos políticos, especialmente uno que, desde hace 170 años, lleva el nombre de Liberal, deben representar y canalizar las expresiones más diversas de la sociedad, para contribuir al bien común y a un desarrollo social civilizado que beneficie a todos los sectores de la sociedad.
El presidente Carlos Lleras Restrepo definía el liberalismo como una coalición de matices, y el doctor López Michelsen, como un partido de minorías. Ese es el enfoque que el Liberalismo ha perdido y que tiene que rescatar si quiere volver a ser la primera fuerza del país: el del reconocimiento a los territorios y a la diversidad. Tenemos que cambiar la senda actual del Partido, para que este vuelva a defender la maravillosa multiculturalidad de nuestro país, a impulsar la libertad de pensamiento y de determinación de los ciudadanos, a luchar por la igualdad en el acceso a las oportunidades, la participación política de la mujer y de los representantes de las víctimas y de todas las minorías y poblaciones vulnerables. En una palabra: la prioridad tiene que volver a ser el triunfo de la democracia real y no de los intereses enmermelados y clientelistas.
Cuando estos, violando el principio fundador del liberalismo colombiano, de que nadie está por encima de la ley, cooptan excluyentemente todos los espacios de dirección de la colectividad y no permiten que se reflejen todos los matices, los sectores y los anhelos sociales, no se puede decir que existe democracia interna, y menos, cogobierno.
Sin democracia en los partidos, desaparecen los partidos. Por esto, no desfalleceremos en nuestra lucha por que el Partido Liberal vuelva a ser el partido de todos los liberales. Este es el momento de renovar el partido, de superar los lunares vergonzosos de su historia reciente y de volver a la senda de su ideología. Es la hora de dar a conocer con orgullo los beneficios que el Liberalismo ha aportado a Colombia, para que los más jóvenes los conozcan, para que los mayores los reconozcan y para que los ideólogos liberales que nos inspiran tengan su debido lugar en nuestra historia, por haber contribuido en forma sustancial a esos trascendentales aportes.
P.S 1: Desde ahora, afirmo con vehemencia que cualquier persona que pretenda firmar el manifiesto nazi de la supuesta “Dirección Liberal” debe ser rechazada en las urnas, porque al firmar esa afrenta a la democracia renuncia a su deber de representar con criterio y con rigor a la sociedad, y entrega un cheque en blanco a cualquier negociador que haya demostrado poco interés en defender y representar al Estado y solo ve por sus intereses personales. El Manifiesto Nazi de Gaviria es un atraco a la buena fe de los electores.
P.S 2: Si se persiste en hacer la consulta liberal tal como está, el 19 de noviembre, con la flagrante dilación que ha sufrido el fallo de mi tutela, y tras haber excluido a Viviane Morales y a Juan Manuel Galán, haría de esta un espectáculo antidemocrático y demasiado costoso, al dilapidar 85.000 millones de pesos en una consulta espurea.
Sin embargo, veo a los doctores Serpa, Cristo y cómplices empecinados en este atropello, por lo cual exigiría que, si la justicia no detiene a tiempo esa consulta, gracias a mi tutela, todos los colombianos de bien debemos exigir que se incluya el voto en blanco en el tarjetón, que permita que los colombianos que nos hemos sentido vulnerados y rechazamos esa consulta mostremos nuestras mayorías.