Docenas de motocicletas, fantasmales, sin luz la mayoría, truenan raudas y sin exostos
Regresar al solar paterno (que ya no es paterno porque Ellos se han marchado) es una alegría atravesada de nostalgia, señor. Volver a los riscos –ahora pavimentados- de una carretera que, con sobresaltos, bordea al volcán Galeras entre las hoyas profundas del Chacahuaico, del Yambinoy y del Guáitara, señor, donde a veces no se alcanza a divisar el fondo; pisar de nuevo sus calles (también pavimentadas ya); asomarse al recodo desde donde se escuchan y ven las voces de las campanas y los fantasmas de la inmensa mole de roca volcánica, orgullo de cada sandoneño; sentarse en la pileta del parque, que cambió de centro y de dueños; saludar de abrazo a los familiares y amigos que quedan, en fin recorrer con mis duendes de ayer las calles y recodos de hoy, es un placer con saudade, señora.
Con las mismas ansias del adolescente que partió hace años, salí a la calle inmediatamente dejé mi equipaje. Era medio día, señora. Mis hermanas me habían advertido: “Alejandro, ¡por el andén, por favor!”. Pero mi duende lo olvidó… Y, ¡puaaaj!, casi me atropella un motociclista niño, sin casco y apenas ropas. Volteé raudo para el reclamo; no lo logré porque en seguida por el lado contrario, ¡puaaaj, una niña motociclista con sus cabellos al viento, señora. Ambos desaparecieron entre el gentío del día de mercado. Placa no tenía ninguna. “¡Súbete, por favor, Alejandro”, repitieron ellas. Ya desde el andén, debí recrearme con el curioso paisaje, natural ahora, jamás visto en mi niñez ni adolescencia: niños y niñas, adolescentes, hombres y mujeres montados en motocicletas, completas o incompletas, con o sin placa, vestidos o a medio vestir, en feroz disputa contra… Contra… ¿¡Contra quién...!?
Al terminar la cuadra, en la primera esquina, debía atravesarla. Mi temor se acrecentó, pero salí vivo, señora. El peligro de cruzar el parque representó un riesgo mayor, pero nuevamente me palpé y continuaba ileso (y por eso estoy escribiendo esta crónica, señor). En la noche es igual, pero de noche. Docenas de motocicletas, fantasmales, sin luz la mayoría, truenan raudas y sin exostos en las calles o las parquean frente a los bares y tabernas, que ocupan casi todas las calles. En interminable fila, allí esperan a sus dueños y dueñas, adolescentes o adultos que, de vez en cuando abandonan la pista de baile o la mesa del bar, para salir a “sus vueltas”, a velocidades endemoniadas. ¿Y las autoridades? ¡Jmmm! ¿Tampoco existen en las noches? ¡Jmmm…!
¿Y el gobierno? No, señora. Mi pueblo sí cuenta con gobernantes. Lo sé, no sólo porque me señalaron algunos nombres, sino porque sus carnavales de fin y comienzos de año (y sus fiestas del verano) son de lo mejor entre esos pueblos del guaico (o huaico, como quiera decirlo, señor, palabra kichwa). Lo atestiguan los cientos de paisanos, que en buses o en lo que se pueda, llegan de las vecindades cada noche, hasta la madrugada, si es que no se quedan pasando su borrachera uno o más días. O para siempre. Y en esas noches las mejores murgas; los mejores conjuntos musicales suenan en su tablado del parque. Y todo eso lo pagan los gobernantes, señora. ¿En tiende el silogismo? Y, ¿en los días iguales o en los fines de semana? ¿La cosa mejora? ¡Jmmm…!
Allá, si lo que quiere es gozar y pasarla bien bueno, es de lo mejor señor. Es sí, váyase por la sombrita… ¡Y un feliz regreso a los suyos!
Notas de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot: 1) Vallas del Inder-Medellín, amarradas entre sí con alambre, cierran escenarios abiertos, utilizados por la comunidad allí. 2) Estuvieron dañados el año anterior varios baños públicos. Hoy siguen lo mismo, pero se han agregado otros. A los inodoros los trancan desde adentro y a los orinales los “sellan” con bolsas plásticas negras, Señor alcalde Federico. ¿No lo sabía? ¿Qué responde su administrador?