Occidente y el Gobierno ucraniano están preocupados por el conflicto en el este de Ucrania, donde los habitantes de los territorios controlados por los rebeldes, extenuados y empobrecidos por tres años de guerra, no verían con malos ojos seguir los pasos de Crimea.
Rusia celebró este sábado el tercer aniversario de la anexión de Crimea y lo hizo de forma mucho más modesta que en años anteriores, a la espera de mejorar sus relaciones con Occidente y superar las sanciones económicas que sufre por su injerencia en el conflicto de Ucrania.
Si el año pasado el propio presidente ruso, Vladímir Putin, se desplazaba a la península en un viaje calificado por muchos de provocación, este fueron once diputados de la Duma del Estado, todos de bajo perfil público, los encargados de representar al poder central en las celebraciones en Crimea.
Hace sólo un año, decenas de miles de personas se congregaban en la Plaza Roja de Moscú para conmemorar "la reunificación", que es como llaman los rusos a la anexión, y escuchaban a Putin defender su polémica decisión de arrebatar la península a Ucrania, incluso al precio de perjudicar económicamente a sus compatriotas.
Aunque son miles los rusos que celebraron este sábado por todo el país el
histórico acontecimiento, el Kremlin optó por evitar la pompa, quizás para no irritar a Occidente, con el que espera restablecer las relaciones tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos.
Así, el mayor acto conmemorativo de este sábado en la capital rusa fue trasladado desde el corazón de la ciudad a las inmediaciones de la Universidad Estatal de Moscú.
Tres años después de la llamada "primavera rusa", cuando las fuerzas especiales rusas ocuparon la península por orden de Putin, Crimea es ya prácticamente una región más de Rusia, cada vez más integrada y con los mismos problemas que el resto del país.