En los tropiezos y posible fracaso de algunos de los proyectos en ciernes han incidido las bravuconadas que el país le conoce a doña Claudia.
Si Claudia López no mitiga sus ardores y modera su vehemencia, nunca alcanzará las metas que se ha fijado. La reciente Consulta Anticorrupción se perdió por un estrecho margen, pero se perdió al fin. No logró suficiente respaldo. No obstante lo cual obtuvo una enorme votación favorable, testimonio claro del hastío y hartazgo de la sociedad con el pillaje cada vez más extendido y que en la última década no encontró cómo ni quién lo detuviera. Los sucesivos gobernantes optaron por acomodarse a él antes que enfrentar a sus usufructuarios, mezclados con las élites económicas, gremiales, políticas y en parte hasta mediáticas. Hurgarlas no le conviene al presidente de turno desde su perspectiva, entre otras cosas porque en un país como éste, regido por la plutocracia hereditaria que sabemos, los gobiernos de ahí proceden, en ese nido se gestan. Por algo los clanes y reductos a que aludimos puntualmente se lucran encajando la gran contratación de obras públicas, de suministros e insumos, a donde va a parar el copioso presupuesto de inversión de la Nación y de sus entes territoriales. Y quien disfruta, o disfrutaba, la “mermelada” (manejo de las asignaciones en las regiones) es su dirigencia política, o gamonalato, que en tal virtud se perpetúa y reelige indefinidamente transfiriéndole las canonjías y curules respectivas a sus validos y herederos, como si se tratara de títulos nobiliarios.
Pues bien, la ilustre dama mencionada capitalizó en parte el malestar circundante con dicha plaga, que ha inficionado el ejercicio político y empieza a invadir la actividad empresarial. Dada la escasez de figuras idóneas, de dirigentes probos y confiables, o sea presentables ante una audiencia cada vez más exigente y menos permisiva, supo ella abanderar la consulta de marras y a pesar de que la votación que arrojó no fue toda suya (pues otras fuerzas y figuras, incluido el mismísimo presidente Duque, se sumaron a la causa para impulsarla) la consulta llevaba su impronta , asociada a su nombre, con la ventaja que ello suponía frente a émulos futuros que aspiraran, por ejemplo, a la alcaldía de Bogotá, donde la señora tiene la vista puesta. De paso recordemos que la tal consulta no salió nada barata: a plena conciencia de su promotora le costó un dineral al fisco. Todo para satisfacer sus ansias de figuración y, obviamente, la necesidad de catapultarse frente a un rival como Petro, que ya le había tomado ventaja. Se trató pues, a todas luces, de un gasto inoficioso, a cargo de nosotros los contribuyentes. Las reformas allí enunciadas todas figuraban ya en los programas presidenciales de Iván Duque y Gustavo Petro, los candidatos más opcionados del momento.
Esas apremiantes reformas, prometidas por el Presidente e incluidas en una consulta malograda pero harto reveladora de la voluntad popular, casi todas ya fueron presentadas al Congreso y están siendo discutidas. Con tropiezos y demoras que podrían abortar algunas, siendo todas vitales e imprescindibles para que la desazón que invade a Colombia no la lleven a una aventura populista y a la hecatombe consiguiente, como en Venezuela.
Pero hay que decirlo: en los tropiezos y posible fracaso de algunos de los proyectos en ciernes han incidido las bravuconadas que el país le conoce a doña Claudia. Luchadora muy porfiada, tanto que no siempre consigue controlar su agresividad. Su lenguaje a menudo destemplado, injurioso, lejos de sumarle le resta apoyo a las cruciales propuestas que cursan en las Cámaras. Digámoslo claro: correrían mejor suerte si ella no perorara tanto y tan largo. Si guardara el mismo silencio que, pese a ser la voz cantante y tronante del partido Verde, siempre guarda frente a los atentados petroleros de la guerrilla, que estropean el medio ambiente contaminando los ríos. Pero descansemos por el momento de este tema, que proseguiremos luego con la venia del lector.