La OEA, organismo paquidérmico e inoficioso como ninguno, por fin parece despabilarse frente a Venezuela
En la reciente sesión de la OEA, con asistencia de 30 países miembros, hubo un enfrentamiento entre Colombia y Venezuela. Aunque en verdad no fue tal, pues no hubo dos partes en liza sino apenas una atacando, y con rudeza. Mientras el embajador venezolano increpaba al nuestro por la abundante coca que aquí se cultiva, el doctor González, con moderación y tacto excedidos para la circunstancia, escurría el bulto en lugar de responder, sin grosería desde luego, pero con igual entereza, siquiera recordándole que gran parte de la coca colombiana se reparte a través del Cartel de los Soles, a cuya cabeza está Diosdado Cabello, hombre fuerte del régimen, secundado por la familia del presidente Maduro y por el vicepresidente Tarek El Asami, según consta en expedientes judiciales sobre comercio de estupefacientes en USA y Europa. De suerte que hoy ante el mundo aparece Venezuela tan involucrada como nosotros en el narcotráfico, con la ventaja para ella de que allá no se siembra como acá, dañando el medio ambiente, sino se comercializa, que es lo que verdaderamente enriquece a los capos. Tanto que la llamada boli-burguesía que reemplazó al viejo empresariado despojado, arruinado e impelido a emigrar, se alimentó y alimenta de la renta petrolera, que saquea como un botín cualquiera, y de la cocaína colombiana que allá redistribuyen por todo el planeta. Venezuela es la plataforma fácil y disponible para reexportarla.
La tibia respuesta del doctor González a la citada andanada, en la ocasión no fue fruto espontáneo de su obligada pusilanimidad, sino que, muy probablemente, fue dictada al instante desde Bogotá. Sigue la pauta acostumbrada de nuestra Cancillería cada vez que somos objeto de diatribas y advertencias por parte de Maduro. O de invasiones como la última, con izada de bandera incluida y frente a la que nuestro gobierno solo vino a reaccionar al quinto día, cuando ya el hecho estaba consumado, con sus concomitantes efectos perniciosos para Colombia. Cuando digo efectos me refiero al llamado “efecto de demostración”, que en trances semejantes es más dañino que las secuelas físicas.
La OEA, organismo paquidérmico e inoficioso como ninguno, por fin parece despabilarse frente a Venezuela, caso aberrante de conculcación de la democracia, que clama al cielo y escandaliza al orbe. Ya por lo menos se ventila formalmente el tema y se seguirá tratando, según cuentas, en busca de una solución concertada (que yo descartaría por inviable, pues ni el Sumo Pontífice la logró con tantas expectativas y bullicio como se armaron el año pasado) o, faltando ésta, con la condigna sanción que aparte a Venezuela de su seno. Aunque también desconfío de la firmeza y arrestos de las mismas naciones que apoyaron la moción incompleta que conocimos. Incluida Colombia, tan tolerante y medrosa como amenazada, y a veces hasta territorialmente mutilada por el vecino.
Nos consuela saber, al menos, que como vocero del organismo continental actúa un hombre como Luis Almagro, tan distinto a su insulso antecesor. Almagro (Maduro no lo ignora) es correligionario en Uruguay y muy cercano del expresidente Mujica, de quien fue su canciller. Además, se declara socialista, pero no de los del siglo 21 sino de los serios y constructivos. Es el mismo a quien los chavistas, que nunca fueron más que revoltosos improvisados y siempre en provecho propio, tachan de vendido al Imperio solo porque, cumpliendo con su deber y con lo que ordena la carta de la OEA, les reclama por sus monstruosas tropelías, que reproducen las que ahora menudean en el África más primitiva, o las del mandatario norcoreano, quien, imitando sin saberlo al romano emperador Calígula, es una mezcla explosiva de payaso y orate. Por hoy dejemos estas notas, mientras seguimos pendientes, sin mucha esperanza, de que Colombia se sacuda y por todas estas razones llame por fin a consultas a su embajador en Caracas, como lo han hecho ya Perú y Costa Rica, entre otros.